sábado, 27 de agosto de 2016

Ficcionario: Xicoxix

Hiberno en las entrañas del lado oscuro de Internet, soy tu futuro replicante. He visto las fotos de la barbacoa del sábado –muy guapas tus hijas-, leo (e ignoro) las frases motivadoras de tus cuñados, tantos buenos sentimientos, custodio la pasta del finiquito que la pasada semana depositaste en el banco. Me inquieté al leer anoche tu  consulta sobre esa enfermedad que antes era larga, dolorosa e innombrable;  reconozco que llegó a preocuparme la pregunta sobre los trámites para testar. Hasta que, antes de acostarte, hiciste la reserva para esta casa rural. Qué raro que vengas solo.  

Muy cerca del paraje que conocerás, en el interior del corral contiguo a un laboratorio clandestino,  pastan ahora mismo en silencio siete ovejas hijas y a la vez hermanas de Dolly. Mezcladas con ellas, otras siete ovejas negras balan atemorizadas. Esta mañana de fábula el aire huele a lobo. El experimento empezará tan pronto como aparque aquel camión. Un investigador sin demasiados escrúpulos animales tratará de observar cuántos miedos viajan impresos en el ADN y cuáles se aprenden. Después de poner a remojo la bata ensangrentada, limpiar la escopeta y guardar sus grabaciones en una web cifrada tiene previsto escuchar a Bach mientras pasea por el monte. Eso le relaja. Pero no te preocupes, nunca molesta a otros huéspedes. 

A primera hora de esta tarde, tú no lo sabes, hay programada una sesión experimental en la clínica de la carretera, la del cartel “cerrado por vacaciones” . Acudirán tres voluntarios. Observarán en silencio, sucesivamente, secuencias de imágenes turbadoras. Un niño que llora junto a la gasolinera, la tormenta eléctrica que estalla con furia en campo abierto,  ese lobo que ataca con saña a catorce ovejas. Al concluir, el estudiante que prepara oposiciones manifestará su alivio por librarse del casco con sensores electroencefalográficos. "Hace mucho calor ahí dentro", comentará al cruzar la puerta, a los dos jóvenes que esperan fuera.  Ambos, idénticos a él, reaccionarán con indiferencia. Con la misma, exacta, amenazadora indiferencia con que él se despedirá sin detenerse. Le gusta ver ponerse el sol desde la ventana de su habitación. Coincidiréis en la cena, pero no te contará nada. 

Un rato más tarde, justo después de presentarte a mi madre,  te ducharás en tu habitación y entonces… , digamos por acortar, naceré con la edad, próxima a la jubilación, que tienes ahora. Desde que desentrañé el quiz, me he reproducido decenas de veces. En el siniestro investigador, en el estudiante, hasta en la oveja que escapa cojeando.  La obra de una vida entera. Procesar conexiones y reprogramar datos hasta transformar la posibilidad en determinismo.


¿Un éxito, reconocimientos, el Nobel? Nunca cedo a la autocomplacencia. Cuando me siento demasiado poderoso, bajo a la calle y después de curiosear en varios bares entro -una vez más- en el mismo restaurante gallego. Invariablemente pregunto al camarero si me recomendaría una caña con limón o un tinto de verano. “Depende”, suele decir. Siempre pido ambos y no bebo ninguno, agradecido a Dios por medirme a tan encendido defensor del libre albedrío. 

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