jueves, 24 de mayo de 2012

La patria es el respeto

La patria está en los zapatos. O en unas gastadas botas de rugby. Hace un par de décadas, los atletas del balón oval, todavía amateurs, representaban a la selección del Estado al que pertenecía el equipo donde jugaban esa temporada. Así que, al final de su carrera, algunos trotamundos habían sido internacionales sucesivamente por varios países. Su patria consistía en empujar juntos, en repartir los esfuerzos. Todavía hoy,  los rugbiers con tres años de residencia pueden representar ya al país de acogida. Un trienio y otro escudo para la colección.  

La patria puede ser un regalo. Nacionalización a la carta, por vía de urgencia y en despacho oficial, debido a inaplazables aspiraciones deportivas. Ocurre, hay que ver, incluso en estados donde la Policía pide los papeles en la calle a los extranjeros, donde el Gobierno amenaza con dejarles sin atención sanitaria, donde no recordamos el fichaje de ningún científico extranjero. Y a veces nos parece necesario. El palmarés importa.   

La patria se resume en la camiseta y su cultura. En la del Barcelona, que agrupa en su cantera a talentosos jóvenes de numerosas nacionalidades. En la del Athletic, limitada a las emergentes estrellas vascas, aunque a efectos futbolísticos, se extienda a La Rioja natal de Llorente. También en la elástica española, empeñada desde hace cuatro años en regalarnos triunfos y festejos. El fútbol es la fábrica global de símbolos.

domingo, 13 de mayo de 2012

La marea silenciosa

A mediodía, cuando la revolución apenas se ha desperezado, numismáticos con gafas graduadas se agolpan bajo los soportales de la Plaza Mayor de Madrid, negociando en voz baja la devaluación de antiguas monedas. Bob Esponja y el gato con botas, autónomos de la economía en negro, caminan hervidos en sudor bajo su traje de fieltro, a la caza del niño caprichoso y del abuelito condescendiente. Sólo Felipe III aguanta impertérrito la solana, atendiendo discretamente a la asamblea de camisetas verdes que reclama con datos rotundos y sobrados motivos más dinero para la enseñanza pública.   

Cerca de allí, en Ópera, una treintena de jóvenes denuncia la penúltima derrama de nuestros fondos sobre una Banca en ruinas y rescatada que procura desahuciar puntualmente a sus morosos. La asamblea de vivienda debate sentada en la acera, ajena a la riada de turistas no necesariamente japoneses, coleccionistas de escenas castizas que reparten sus fotos entre monumentos y pancartas. Al otro lado de la manzana, alineados por la fe, ciudadanos de principios aguardan esperanzados su turno para entrar en el oratorio del Santo Niño del Remedio, primo lejano, imaginamos, del Jesusito de los Ajustes.

martes, 8 de mayo de 2012

Y Guardiola subió al cielo

Era viernes por la tarde, en los primeros meses de 1997, y a Ronaldo, delantero del F.C. Barcelona, le dolía la cabeza. ¿Podría jugar el domingo? Tras un rápido análisis a cargo del editor, los tremebundos problemas de salud del futbolista brasileño fueron la certera pero poco épica apertura de "Contrarreloj", el boletín deportivo nocturno de Canal Plus.  

Fotografía tomada de vavel.com
Aquel día empecé a comprender que el deporte suele interesarme desde que comienza el partido hasta que acaba. Y no demasiadas veces. El resto -entrenamientos, micrófonos, especulaciones- se me antoja una acumulación de ruido. Spam. Si al rugby me arrastra el rito, en el fútbol, sin embargo, sucumbo al símbolo. Esa nube invisible que se eleva desde el rectángulo de juego, sobrevuela las gradas despreciando dolencias, arbitrajes y otras minucias, y flota sobre el estadio convertido en algo similar al sentimiento.

El fútbol se define en término trigonométricos: un rectángulo, un círculo, distintas líneas de jugadores. Se condensa en cifras de goles, victorias, puntos y títulos. Se cuenta en anécdotas de porteros maniáticos, de creadores agostados, también de goleadores peleados con los palos. Se recuerda con nombres propios, de Di Stéfano a la quinta del “Buitre”. Demasiado a menudo, lamentablemente, los símbolos envejecen mal. Desde que marcó el golazo divino a los ingleses, un Maradona redondeado, más barrilete y más cósmico que nunca, no ha dejado de regatear al destino, buscando de banquillo en banquillo la sombra de sus grandeza sobre el césped. Estúpido empeño.