domingo, 27 de diciembre de 2009

Personaje de 2009: el Estado

El último día de 2009, el presupuesto público se acostó extenuado. En los últimos meses se había multiplicado para apuntalar bancos y cajas, atraer inversiones, ayudar a los parados. Su popularidad le había impulsado más allá de las fronteras y de las teorías económicas. Si, por ejemplo, en la España plurisubvencionada había financiado numerosas y cuestionables obras municipales, en el paraíso capitalista un rey mago lo había utilizado hasta para extender la atención sanitaria.

Después de un año de combate contra la crisis, el presupuesto público se sentía satisfecho. No le gustaban las negociaciones parlamentarias con olor a cambalache, ni los disparatados gastos de representación, ni los bonus a costa del contribuyente. Pero recordaba complacido las aventuras para pagar el rescate de unos pescadores capturados en aguas alejadas de cualquier protección y las carreras para transportar a miles de viajeros abandonados por un empresario que, además de engañarlos, les riñó por confiar en él.

Entre parches y agujeros, el dinero público no había parado un sólo día. Y sin embargo no había conseguido fomentar el consumo. Claro, él nunca había comulgado con los mercados. Pese a sus desvelos y desequilibrios, cayó profundamente dormido. Soñó que las economías se recuperaban. Roncó al imaginar que el paro disminuía y crecía el gasto privado. Rompió a sudar recordando que, en tiempos de bonanza neoliberal, muchos pregonaban que los países debían gestionarse como una empresa. Se estremeció, se incorporó sobresaltado. Al despertar, el Estado todavía estaba allí.

miércoles, 16 de diciembre de 2009

Aminatu y los límites de la valentía

Prólogo

“Una sonrisa para todos menos para Indonesia”. El cartel se repetía, bien visible, en muchas de las casetas que despachaban bebidas en las cálidas noches de la Expo de Lisboa. Corría el verano de 1998 y aunque el país asiático tenía su propia representación en la muestra, era evidente que no gozaba de las simpatías de los portugueses.

Los pecados del pasado

Abril de 1974. La dictadura de Salazar y Caetano se derrumba con claveles y sin violencia. Entre las causas del descontento popular y militar, la guerra en las antiguas colonias que se levantan contra la metrópoli. En los meses siguientes, estos territorios acceden abruptamente a la independencia. Para uno de ellos será muy breve. En 1975 Indonesia invade y anexiona el cercano Timor Oriental. Portugal protesta. Sin resultado. Su antigua colonia se convierte de facto en una provincia administrada desde Yakarta.

Octubre de 1975. La ONU se pronuncia a favor de la autodeterminación del Sáhara Occidental, colonia española. Con Franco agonizando, Marruecos lanza una marea humana, la “Marcha Verde”, para tomar el control del territorio. Seis días antes de la muerte del dictador, España firma los “acuerdos de Madrid”, por los que transfiere la administración, no la soberanía, a Mauritania y Marruecos. Con el paso de los años y la dejadez de nuestro país, enfrascado en su propia transición, Rabat pasa a controlar de facto la mayor parte del Sáhara Occidental.

La absolución de la libertad

1996. La causa timoresa reaparece a los ojos del mundo con la concesión del Premio Nobel de la Paz a dos de los impulsores de la independencia, José Manuel Ramos Horta y Carlos Felipe Ximenes Belo. La oportunidad llegará con la muerte de otro dictador, el general indonesio Suharto. En agosto de 1999 el referéndum de autodeterminación impulsado por la ONU en Timor Oriental concluye con la victoria del “sí”. Un mes después, las milicias proindonesias invaden y saquean el territorio. En septiembre llegan al fin las fuerzas de Naciones Unidas. Consumada la independencia, la antigua colonia portuguesa celebra sus primeras elecciones libres en el año 2002.

Por el contrario, en ese tiempo el nudo marroquí no se ha desatado en el Sáhara Occidental. En España, la causa polisaria dormita entre esporádicas declaraciones de simpatía, apenas impresa en la mala conciencia de la izquierda. La antigua colonia es hoy formalmente un territorio no autónomo bajo la supervisión de Naciones Unidas. Pero la dominación marroquí se consolida cada vez que se retrasa el referéndum de autodeterminación prometido por la ONU. Washington deja hacer a Rabat y no parece que, en tiempos de terrorismo islamista, le convenga demasiado un Estado inestable en el norte de África.

El largo purgatorio saharaui

Abandonadas por España, ignoradas por Estados Unidos, castigadas por Marruecos, las aspiraciones saharauis parecían condenadas a languidecer en el desierto. Hasta que sorteando el habitual recurso a la violencia encontraron una pacífica profetisa. Desde hace un mes Aminatu Haidar permanece en huelga de hambre en el aeropuerto de Lanzarote para denunciar, entre otras cosas, su deportación irregular. Gracias a ella, la causa justa de la eterna colonia y la denuncia de las violaciones marroquíes de los derechos humanos han regresado a la agenda internacional.

La activista, insiste, también protesta contra España. Con un argumento de peso: 35 años de omisión. Entre sus críticas, nuestro país le ha ofrecido un pasaporte y sobre todo un altavoz, al pedir ayuda directa, aunque sea con escaso éxito, a la burocrática Bruselas y al Washington multilateral. La próxima puerta es la ONU, la entidad que tutela el Sáhara Occidental, la misma que facilitó la independencia de Timor Oriental. Lamentablemente, nada indica que mañana al amanecer vaya a concluir el eterno purgatorio de nuestra antigua colonia. Por ese motivo, Aminatu acierta en el diagnóstico y se equivoca al refugiarse en el reloj. España es parte del problema, pero ya no tiene en sus manos la solución.

Epílogo

Preguntas a la Historia. ¿Culpables Marruecos y su gobierno? Sin duda. ¿Cómplice España? Por su silencio de décadas. ¿Cómplice el gobierno de Zapatero? Es pronto para decirlo.

Preguntas al ejecutivo español ¿Qué puede hacer ahora con Marruecos? Presionar y lograr que otros lo hagan. ¿Y con Aminatu? ¿Se la puede alimentar a la fuerza? Los jueces decidirán. ¿Debe solicitarlo? No por razones personales, si ella ha expresado con garantías de lucidez su deseo de morir. ¿Y por razones políticas, como la inconveniencia de su fallecimiento en España? Sí, porque su protesta, aunque justa, es política. Y sobre todo porque la vida de Haidar importa. Y no sólo a ella.

Preguntas a Aminatu. ¿Debe suspender la huelga de hambre? Sí, si se considera recompensada por haber impulsado las aspiraciones saharauis. Si la protesta se limita a su situación personal, que analice las posibilidades y decida. ¿Quién tiene mayor legitimidad para pedirle que abandone? Su entorno. ¿Debe hacerlo? Sin duda.

La tenacidad de Haidar ha ganado la primera batalla al silencio. Pero su obcecación puede conducirle a la derrota. Si la activista muere, desaparecerá el nuevo símbolo de la esperanza saharaui. Aunque regrese muerta a El Aaiún, se perderá la denuncia más audible y será más fácil seguir ignorando el problema del Sáhara. Ganará Marruecos.

La ultima pregunta. ¿Debe romper Madrid relaciones con Rabat? No a la carrera, no bajo presión, no sólo por este asunto. En 1998, muchos portugueses seguían negando su sonrisa a los indonesios por la invasión de Timor Oriental. Era un gesto testimonial, casi irrelevante, atenuado por los miles de kilómetros que separan sus países. Por el contrario, españoles y marroquíes somos vecinos. Desde hace un mes, nuestros gobiernos no se sonríen y quizá acaben retirándose el saludo. Pero aun así seguiremos viéndonos cada mañana en la escalera.

martes, 8 de diciembre de 2009

Twitter/piratasenlaRed

Sinde Reunida frikies. Niegan contactos con piratas. Gente joven. Normal.Alguna corbata. Ni parche ni loro.

Bibiana Su manifiesto titulares digitales. Piratas al ataque. Se han bajado mi flamenquito.

Chacón @Rubalcaba Con maquinita que dice PP seguro sabes dónde están.

Rubalcaba@Chacón Tengo suficiente con los malos- malos. No liarme.

Chacón Vamos a perseguirlos. Por tierra, mar y aire.

De la Vega Responsabilidad. Nuestra prioridad proteger vida creadores.

Sinde Frikies enfadados clausura webs. Censura dicen. Miedo a cerrar blogs. Libertad de opinión.

Blanco Cuidado no cerrar mi blog. Mano larga.

Corredor No cerrar, mejor dedicar a alquiler.

De la Vega Qué sabrán chavales censura. Recurrir a la justicia. Solución justa.

Caamaño Que si son menores o mayores, que si Tribunal Constitucional. Peligro, jueces puñeteros. No colapsar sistema.

Bibiana También menores??? Con o sin conocimiento o consentimiento de sus padres???.

Blanco No caer trampa detalles. Lo sabe Zp???

Sinde Frikies no temen gratis total. Pelis, música, fotos. Descargas ilegales. Fin industria contenidos.

Chaves Pues a mí siempre se me cuelga el ordenador

Trini Espero laven manos. Elevado riesgo de epidemia. Compro vacunas???

Salgado@Trini Prohibido comprar. Recesión continúa.

Sinde Frikies no gusta nuevo superportal de contenidos. Tampoco creadores.

Corredor Y qué poner?

De la Vega Que todos aporten. Es una orden.

Chacón Propongo vídeo toma Perejil. Triunfaremos YouTube.

Moratinos Negativo. Marroquíes mosqueados. Saharauis mosqueados. Somalíes mosqueados. Mauritanos mosqueados. Moratinos mosqueado.

Chaves Podemos colgar discursos. También nuestros.

Sebastián Quizá competencia desleal creadores.

Zp Comiendo con primer ministro extranjero. El futuro de Europa. @Sinde Reunión con frikies???

Sinde Mal. Ni frikies ni creadores ni ministros. Nadie me quiere. Viendo noticias. Compungida.

Bibiana No te pongas peliculera, reina mora.

Trini Envío antidepresivo. Bonita.

Zp Salgo retrete. Vuelvo mesa. Tío más pesado. Foto con mis hijas. Animo Sinde. Talante, talante y todo palante. Toma pastillas Trini. Solo dosis prospecto. @Gabilondo Piensa algo, busca consenso.

Gabilondo Problema profundo. Sociedad futuro, autopistas información, choque derechos… matices metafísicos. No fácil.

Blanco Ministro autopistas yo. Hoy imposible. Chaleco fluorescente tintorería.

De la Vega @Bibiana tu joven. Entra foros.

Salgado Muy enfadada. Polémica tapa ley.

Sebastián Las descargan crecen sin pagar. Muy sostenibles.

Bibiana@De la Vega Se cumple igualdad. Todos critican igual.

De la Vega No cachondeo. Muy serio. @Garmendia inventar barrera descargas??

Garmendia Investigadores navegando. Dicen no dinero laboratorio.

Chacón Sabemos donde están piratas. Creadores nos han dado lista. A por ellos. Oe.

Moratinos Mejor rescate. Multiplicar esfuerzos diplomáticos.

De la Vega No disparen votantes. Y los rehenes???

Espinosa Ayudas bancos, ayudas coches,,,,, ayudas también (agri)cultura.

Salgado No talante suficiente. Ruina.

Blanco Estirate. Pareces Solbes.

Corbacho Parados no molestan. Entretenidos musica, pelis, chat. No problema.

Sebastián Eres un lince, Celestino. Y no contaminan. Cintura piratas+pasta creadores. @Zp Tenemos solución.

Zp Gracias. Incluyo agenda europea. Echar culpa demás. @Sinde Tranquiliza todos. Y ojito con pastillas Trini. Gente cine radical. Debo una. ¿Qué tal vicepresidenta cuarta asuntos culturales y sociedad digital? Que no se entere Sebastián.

martes, 1 de diciembre de 2009

La cara de los malos

Los malos son necesarios. Socialmente necesarios. Cada mañana emergen de lodos cuajados de injusticia y violencia para facilitar la incómoda búsqueda de razones y simplificar la comprensión de lo inexplicable. Sabemos que están ahí y queremos verles la cara. Porque siempre da más miedo lo desconocido.

El jueves por la noche murió en un hospital de Tenerife una niña de tres años. Había ingresado días antes con aparentes signos de malos tratos. Un primer informe médico hablaba de golpes, quemaduras en la espalda, indicios de violación. El compañero sentimental de la madre de la pequeña fue detenido, interrogado y puesto a disposición judicial, en una secuencia que suscitó a lo largo del viernes la atención preferente de los medios de comunicación. El sábado, para sorpresa general, quedó en libertad sin cargos.

La pirámide deductiva se derrumbó por la base. Los informes forenses revelaron que la niña no había sufrido abusos ni torturas; sí un fuerte golpe al caerse de un columpio. Sin delito tampoco había, por tanto, delincuente. Pero en la psicología colectiva, la repetición y concatenación del binomio malos tratos-arrestado fue creando una realidad paralela: la sensación de culpabilidad, más o menos explícita según el rigor de cada informador o comentarista. Un veredicto erróneo reforzado por la existencia de imágenes del supuesto agresor custodiado por la policía. El malo existía porque incluso le habíamos visto la cara. A esas alturas, el "presunto", que significa jamón en portugués, se había convertido en una exquisitez propia de periodistas puntillosos.

Al final, como sabemos, la única ultrajada resultó precisamente la presunción de inocencia. La honestidad elemental obliga a disculparse, a enmendar, cada uno en su medida, la injusticia cometida y a revisar los protocolos de los grupos profesionales que fallaron. Pero también deberíamos preguntarnos sobre lo que el público espera de los medios de comunicación. En una sociedad acechada por decenas de cámaras vigilantes y entretenida por las impúdicas escenas robadas que inundan la Red, nada resulta más descorazonador que un suceso ilustrado con una fría fachada y el testimonio de un vecino que, en sabrosas declaraciones, repite que nunca apreció nada extraño. Sí, reconozcámoslo. Queremos ver al malo. Periodistas y espectadores. Todos.

Hace unas semanas, la llegada a la Audiencia Nacional de políticos del PSC y de CiU arrestados en relación con el penúltimo caso de corrupción reabrió el debate sobre la llamada "pena de telediario". Todavía trajeados, bajaron lentamente de los furgones sujetando ante las cámaras con sus manos esposadas sendas bolsas de basura en las que transportaban sus objetos personales. En ese tribunal hay unos portones diseñados para proteger la intimidad de los detenidos. Ese día no fueron utilizados. Tampoco se había adoptado ninguna precaución similar cuando, a comienzos de agosto, comparecieron ante el juez, igualmente esposados, los altos cargos del PP y del gobierno balear presuntamente relacionados con las irregularidades en la construcción del velódromo "Palma Arena".

¿Derecho a la intimidad y al honor frente al derecho a la información? Si se limita a los casos anteriores, la discusión resulta clasista porque sólo se plantea para los delitos de cuello blanco. Nadie apela a los derechos de presuntos chorizos, pederastas, narcotraficantes o asaltantes de chalets, aunque aparezcan semidesnudos, tumbados y encañonados en las imágenes que diariamente difunden las fuerzas de seguridad. Y nadie tiene mala conciencia debido a un reflejo justiciero: los capturados tampoco tuvieron en cuenta los derechos de sus víctimas. De modo que nos gusta ver a los malos y nos apetece especialmente si han sido derrotados por los buenos, a los que, por razones de seguridad que nadie discute, se les vela el rostro.

El desenlace satisfactorio de los sucesos cumple la función tranquilizadora de reducir nuestro desasosiego frente al aparente predominio de la impunidad. Además, gana peso -y seguimiento- en los informativos cuando, debido a la notoriedad del delito, los planos del sospechoso se completan con decenas de personas increpándole. En nuestro pensamiento simplista, el orden social ha sido restaurado y lo que venga después ya no nos interesa.

Queremos ver a los malos. Y queremos verles más cuanto peores nos los pintan. Siempre recordaremos la captura de Sadam Husein por esas imágenes en las que aparecía con aspecto piojoso y desastrado como si, anticipándose al futuro, ya estuviera caminando hacia la horca. ¿Alguien se planteó no emitirlas, alguien no quiso verlas? En ocasiones, la competencia entre periodistas ha puesto en riesgo operaciones policiales. Uno de los últimos golpes a la cúpula de ETA en Francia tuvo que precipitarse ante la llegada de cámaras de televisión de RTVE al portal del edificio donde se reunían los (presuntos) terroristas. Aún así, los que no disfrutamos de la exclusiva tuvimos la satisfacción de grabar despeinado y desencajado al jefe político de la banda, Thierry, supuesto inductor de tantos asesinatos. Otro malo a buen recaudo.

Las precauciones disminuyen a medida que aumenta el consenso social sobre las actividades de los arrestados. En noviembre de 2001, apenas dos meses después del sangriento 11-S, fueron detenidas once personas en Madrid como presuntas integrantes de una célula española de Al Qaeda. Interior facilitó imágenes de los todavía-presuntos-terroristas tras el arresto. Tres de ellos quedaron en libertad tras prestar declaración en la Audiencia Nacional. Pero su rostro, por negligencia policial o periodística, siguió ilustrando informaciones de distintos medios hasta que un abogado instó a deshacer el error. Para uno de ellos, Ahmad Raghad Mardini, la pesadilla reapareció años más tarde. En 2005 y, pese a sus advertencias, su cara seguía apareciendo en un vídeo sobre terrorismo islamista difundido por El Mundo y Telemadrid. Presentó una querella y la ganó. Sin embargo, el eco de su injusto linchamiento fue bastante limitado.

Antes de juicio, los detenidos pueden ser imputados y, como mucho, confesos. Incluso reincidentes si fueron condenados en ocasiones anteriores por el mismo delito. Si no fuera porque el trasfondo es trágico, podría plantearse que, esposados o no, todos entren a declarar con un sambenito donde se lea claramente "sólo soy un presunto". Para que sus derechos no sean devorados por una sociedad ávida de algunas informaciones. Porque seguirán en nuestras pantallas. Por interés informativo, esperemos que con mayor rigor, los detenidos mantendrán su cuota en las noticias. Los malos son necesarios. Socialmente necesarios. Y necesariamente sociales.

martes, 24 de noviembre de 2009

Consensos perversos

Poco a poco, todos los aspirantes fueron cayendo eliminados. Y al final quedaron ellos. Herman Van Rompuy y Catherine Ashton saludaron sorprendidos, posaron incrédulos sonriendo entre los aplausos del distinguido público. Habían pasado casi desapercibidos. No tenían un gran atractivo personal, tampoco planes audaces, ni siquiera ideas comunes. Pero a quién le importan esas profundidades. Ahora se han convertido en dos líderes aclamados, que con gracia y donaire dan sus primeros pasos bajo los focos al son del "Himno de la Alegría".

La pareja de moda se conoció en el gran concurso del consenso, pero en realidad estaba predeterminada por su origen. Él es hombre, un mérito indudable, conservador -faltaría más- y, como es belga, vaya suerte, está respaldado, casi nada, por Francia y Alemania. Ella es mujer (de toda la vida), progresista -faltaría más-, británica, God save the Queen, y hasta baronesa. Ignoro si además representa a los euroescépticos de su país. Juntos, Herman y Catherine encarnan para sus 27 casamenteros la fórmula perfecta. Y, si la química de las cuotas funciona, quizá con el tiempo, quién sabe, puedan alumbrar una criaturita. Que sean felices, que no les cambien la música, que nos equivoquemos.

No es fácil. Las primeras diferencias se dibujaron sobre los planos de la casa común europea. Unos la deseaban grande, independiente y con un salón amplio. Pero otros preferían un adosado, moderno y funcional. Muchos querían habitación propia, casi todos mirando a Washington. Así que al final la vivienda se construyó por fases, de encargo, con estancias laberínticas, pasillos llenos de puertas y zonas comunes mal iluminadas.

Herman y Catherine se mudarán en unos meses. Como a cualquier otra pareja, les gustaría decorar su hogar conforme a sus gustos. Pero tienen poco dinero y no han conseguido crédito. Esperemos que, al menos, en el piso de arriba, disfruten de cierta intimidad. Disponen para su esparcimiento de la buhardilla alquilada hace años a Javier Solana. Quizá les haya dejado sus posters y se contagien de su frenético ajetreo, de ese impagable entusiasmo diplomático que en cualquier aeropuerto del mundo le hacía proclamar su optimismo mientras las bombas caían kilómetros más allá. Le echaremos de menos. Hablaba por nosotros y lo hacía con voz propia.

Hoy los constructores pasean orgullosos contemplando su mansión. Aunque incómoda, no ha quedado mal y los primeros inquilinos parecen de fiar. Asi que todos repiten su frase favorita: el consenso es necesario. Y la invocan como la excusa que bendice un fracaso, como la varita mágica que intenta dotar de encanto a ese candidato que no era el mío, pero tampoco el tuyo.

Y al final, de tanto manosearlo, resulta que el consenso se limita al reparto de cargos. También en España, donde instituciones públicas como el CGPJ o RTVE se rigen por consejeros propuestos por los partidos y por presidentes definidos, en un elogio envenenado, como eficaces gestores o políticos de perfil bajo. Sí, el consenso es necesario. Pero no suficiente. ¿Dónde quedan el liderazgo, el proyecto, la independencia de otros poderes?

Hace ya bastantes años, en plena guerra fría, el secretario de Estado norteamericano Henry Kissinger se lamentaba de que, en caso de crisis, no sabía qué teléfono de Europa había que marcar. Ahora la Unión ha crecido y tiene por fin casa propia. Pero como es grande, siempre está llena. Y mucho me temo que, cuando llame Obama, tan importantes invitados no van a permitir, por Dios, que Herman o Catherine tengan que molestarse en coger el auricular.

martes, 10 de noviembre de 2009

Bajo los escombros del Muro

En la primavera de 1991 Berlín se componía todavía de dos ciudades adosadas. Una luminosa, radiante, capitalista. Vencedora. Otra, al Este, donde, más allá de las zonas monumentales, reinaba la oscuridad. No había tiendas, no había anuncios de neón y los bloques clonados de viviendas se alternaban con descampados para dibujar manzanas de aire fantasmagórico.
La fiesta de la reunificación iba alumbrando la incertidumbre.

El muro había caído año y medio antes, y la cicatriz que cruzaba Alemania tenía su reflejo en las múltiples heridas estampadas por la guerra en la fachada del Reichstag. "Y aquí estaba, y más allá se veía, y por ahí se divisaba…" Superando su propio pasado, Berlín se reconstruía después de que el tren de la Historia se hubiera llevado por delante las últimas estaciones de paso.

A finales de los 80, aquella frontera resultaba ya tan artificial que no pudo soportar un mero malentendido entre funcionarios represores. La debilidad de sus cimientos había empezado a quedar en evidencia cuando Gorbachov, con una mezcla de realismo e ingenuidad, intentó arrojar una nueva mirada sobre su imperio. En sólo unos años se derrumbó el Muro, se levantó el Telón de Acero, y concluyó la Guerra Fría, y un intelectual avispado proclamó, con evidente éxito publicitario, que la Historia había terminado. Era un lema. Simple, eficaz, pero falso. Tan sólo había cambiado de capítulo.

Con el Muro cayó la dictadura como sistema político de referencia del viejo mundo bipolar. En un rápido movimiento encadenado, los países de Europa del Este evolucionaron hasta convertirse en democracias formales, aunque con evidentes imperfecciones de funcionamiento. Incluso Rusia, que vuelve a paladear sus antiguos regustos imperiales, ha dejado de conmemorar oficialmente la gran revuelta soviética que la convirtió en superpotencia militar.

El Muro sepultó al mismo tiempo el comunismo, dejando en el desamparo ideológico a millones de personas que, después de tanta sangre y tanto sudor, despertaron entre lágrimas del sueño igualitario por decreto. Y aunque pervive hegemónico en algunos bastiones, en la famélica Corea del Norte o en el soleado parque temático caribeño, ha perdido su capacidad de influencia. La revolución ya no se exporta; ya ni siquiera importa. Desde 1989 el planeta es, con recesión y todo, capitalista. Para el Sur, a su pesar. El consumismo se ha impuesto hasta en China, tan comunista de puertas adentro y campeona del libre comercio a la hora de inundar los bazares con sus productos de bajo coste.

El derrumbamiento de Berlín enterró además el eurocentrismo. Si a lo largo del siglo XX, el Viejo Continente fue perdiendo un liderazgo secular, después también ha dejado de ser, por fortuna, aquel tétrico teatro de operaciones bélicas. Desde hace una década, la Unión Europea, amparada en la historia de sus integrantes, se inventa y se reinventa para intentar mantenerse como referencia moral. Pero es un actor secundario, aunque bien pagado, en una obra protagonizada por el tormentoso diálogo entre Washington, la expansionista periferia musulmana y las economías emergentes.

Han pasado 20 años y en el capítulo actual de la Historia el nuevo milenio crece amenazado por el terrorismo y el contraterrorismo, en un choque de incivilizaciones que no sabemos adónde nos llevará. Porque bajo los escombros del Muro yacen, por último, las viejas seguridades. Ahora el mundo es uno, global y diverso, paradójico y confuso, quizá más pequeño, tal vez un poco más libre. Y al superhéroe que intenta gobernarlo le importa más la atención sanitaria que los escudos galácticos. Ha ganado el Nobel de la Paz, pero teme estar perdiendo una guerra. Y aunque las parabólicas e Internet transportan la luz más allá de las fronteras, en su guión quedan tantos interrogantes, tantas zonas sombrías como en aquellas oscuras manzanas del viejo Berlín Este.

martes, 3 de noviembre de 2009

El derby

La vida, la muerte y otras minucias. Sí, todo está en juego. La victoria. Los colores del corazón.
Y los futbolistas chocan, meten el hombro, esconden la tibia, tratando de intimidar al rival con la mirada. Nadie retrocede. Es el partido superlativo. El partido. EL PARTIDO.

Todos sudan, todos sufren, todos disfrutan. Menos el árbitro. Cada falta desata una tormenta de protestas y reproches que intenta acallar con tarjetas amarillas. Sin éxito. Empezó, como los jugadores, pidiendo deportividad. Apretón de manos, intercambio de banderines, buenos deseos. Luego llegaron el cansancio y la tensión. La impotencia. Un empujoncito a escondidas, ese codazo que se escapa, los gestos despectivos, "pues-yo-en-tu-puta-madre".

Mira el señor colegiado, con su experiencia, parece mentira, sorprendido en medio de la tangana. Sorteando manotazos, dando gritos como uno más. Hasta que se calma, recompone su autoridad y recurre a un último arresto de gallardía. "Por favor, capitanes, aquí". Llamada al orden. Promesas de colaboración. Teatro. Vuelve el balón, vuela otra patada. A la mierda el olimpismo y su hipocresía. Sólo importa ganar. Y sobrevivir.

Pero el trencilla tampoco recula. Lo dijo al inicio: no quería expulsar a nadie. Y, claro, el partido ha degenerado, se ha convertido en un duelo desigual. Su ego contra la grada. "Cabrón, échale de una vez, ¿no has visto la leche que le ha metido delante de tu jeta?". "Pero gilipollas, ¡si se ha tirado!". Ahora, ebrio de adrenalina, apunta retador a esos supuestos deportistas que sólo compiten en insultarle.

"A callar, coño. He pitado falta y es falta. Y si no lo es, me la suda, porque la he pitado". Falta. A cinco metros del área. En el último minuto. Desorientados por un portero gritón, los defensas componen patéticamente una barrera de futuros fusilados. "Pero no me jodas, macho, hacia el otro lado, ¿es que no sabes cuál es la izquierda?...". El capitán, voluntarioso, intenta arreglar el desaguisado. "Tú, negro, aquí". A tomar por culo también la corrección política. Total, llegó hace tres días y no entiende ni papa de español. Aunque, por lo menos, no ha parado de correr y la pega bien. "A ver, júntate a ése y tápate los huevos, que te pueden reventar…". Y el moreno a su bola, dejando un hueco que se ve desde el palco.

En el banquillo, el delantero se ata lentamente las botas. Más de cuarenta tantos la última temporada. En Copa, Liga y Champions. Un auténtico crack; marcó hasta de rebote. Con el chándal puesto, se revuelve como un depredador desesperado. Come pipas, muerde uñas, come uñas, muerde pipas.

"Metros, árbitro, metros". Y vuelta a empezar con la barrera. Unos pasitos para atrás. "¡Pero no os separéis!" Crece la tensión. Que tire de una vez. Murmullos. "Me temo que esto acaba en empate". Desconcierto. Alguien ha pedido un cambio. La voz tronante del míster. "Vamos, coño, date prisa, que estás dormido". Y el Pichichi por fin echa a correr entre los gritos de ánimo. "Olvídate del partido de los empleados y empieza inmediatamente a calentar". Falta sólo una hora para el derby.

martes, 27 de octubre de 2009

El Peligro Populista

"Váyase, señor González", repetía el PP. Y efectivamente se fue. En marzo de 1996. Porque lo decidieron las urnas. Que, como el cliente, siempre tienen la razón.

El Gobierno socialista, lastrado por el agotamiento de su proyecto, extenuado por la crisis económica y erosionado por sus propios escándalos, daba paso a una derecha que se retrataba europea, moderada. Moderna. Con una idea centralista de España, con nuevas prioridades en el exterior, con promesas de eficiencia empresarial.

El PSOE perdió el poder por el paro y la corrupción. Razones más que suficientes. ¿Por el GAL? No, nuestra tradición democrática no daba para tanto. A la mayoría de la población, más que la guerra sucia, le indignaba que el dinero destinado a tan noble fin fuera perdiéndose por los bolsillos de algunos responsables de la seguridad.

El adiós a Felipe González se presentó como el epílogo al pelotazo. Corrían los 90 y el estribillo se repetía cada mañana al pasar las páginas del periódico. "A los políticos lo único que les preocupa es robar". Asomaba el fantasma populista.

Han pasado trece años y medio. El Gobierno de Zapatero boquea con el agua al cuello, incapaz de liderar la respuesta a la crisis. El tsunami que hundió los beneficios del ladrillazo ha situado el paro en niveles de plusmarca continental. Y los planes modernizadores de la primera legislatura han dado paso al vacío.

Al Ejecutivo le respaldan una idea imprecisa de modernidad y cierta ética social que alimentan todavía la fe titubeante de la izquierda. Y le asiste la buena suerte. Porque las irregularidades han arraigado en la otra orilla. Donde más duele. En el entorno de aquel proyecto regenerador que encarnó Aznar. Han sorprendido al PP, además, a destiempo. Los abusos siempre son más sangrantes en medio de la crisis.

"Que dimita Zapatero por el paro", solicitó hace unos días Francisco Camps, señalando al cielo para disimular sus lamparones. "Otros también lo hacen, pero nosotros somos víctimas de una persecución", le corean semanalmente los líderes del PP. Y mientras aumentan las imputaciones, dejan caer sin pruebas esa fórmula, "escuchas ilegales", que intenta remitirnos a los usos más turbios del felipismo.

Regreso al pasado. En sentido contrario. El PP, como en su día el PSOE, cuestiona ahora a los periodistas, a los policías, a los fiscales, a los jueces, a aquellos sectores cuya integridad idolatró cuando, por suerte para todos, desenmascaraban la corrupción. Rajoy extiende la sospecha para empequeñecer las manchas. ¿Y qué hay de lo suyo? Un estruendoso silencio de meses acompañado de fondo por adjudicaciones presuntamente amañadas, dudas sobre la financiación del partido, los sobreprecios que pagamos todos…y un destino inevitable: los tribunales. En este caso, como en todos, con una exigencia: castigar ilegalidades. Con un límite: no deslegitimar ideas.

Aroma de viejos tiempos. El paro crispa las relaciones entre grupos sociales y multiplica el recelo al extranjero. Los escándalos renacen en numerosos municipios, bajo múltiples siglas, vinculados a las recalificaciones tramposas de la supuesta prosperidad. "Todos los políticos son iguales". De nuevo el viejo estribillo.

Frente a las corruptelas de cargos públicos, la estrategia populista del descrédito general practicada hasta ahora principalmente por el PP es peligrosa. Mirando atrás, ya sabemos que la aventura de Gil acabó con su cuadrilla en la cárcel y Marbella en bancarrota. Mirando a Italia, comprobamos que el remedio agravó la enfermedad.

Berlusconi llegó por primera vez al poder en 1994. Como respuesta al desencanto. Esgrimía la contundencia de sus beneficios empresariales para barrer las suciedades de la política. Quince años después, entre somatenes, blindajes y velinas, contemplamos con estupor que su gestión ha debilitado las instituciones, que sólo ha refundado sus propios negocios.

martes, 20 de octubre de 2009

El globo pinchado

La imagen en directo es instantaneidad, calor, emoción. A veces drama, como en los atentados del 11-S. A la propia brutalidad del ataque terrorista se unió el hecho de que, por primera vez en esta era global, fuimos testigos de la matanza. Al principio desconcertados, como si una escena de película hubiera escapado sin permiso de la gran pantalla. Después sobrecogidos, cuando las informaciones periodísticas nos confirmaron que, lamentablemente, todo era demasiado verdadero. Debajo de aquellas torres, y aunque no los veíamos, más de dos mil muertos perfilaban el rostro siniestro del horror.

Otras veces la televisión es desasosiego y estremecimiento. En noviembre de 1985 asaltó nuestras conciencias la agonía de la niña colombiana Omaira. La erupción del volcán Nevado del Ruiz la había dejado malherida y sepultada, pero consciente para contar, en primer plano y con serenidad conmovedora, su tragedia ante las cámaras. Junto a su resistencia también se quebró la esperanza. El rescate no llegó a tiempo.

De vez en cuando las noticias nos regalan un drama con final feliz. Hace unos meses, en enero, pudimos ver cómo los ocupantes de un avión que había amerizado sobre las aguas heladas del río Hudson salían ordenadamente de su metálico caballo de Troya para reconquistar la vida. Fue una odisea afortunada, con héroe y supervivientes. Como en los casos anteriores, parecía un episodio de ficción. Pero la realidad era tan potente y sus emociones tan auténticas que nadie se preocupó de si las cámaras estaban grabando.

Vivimos en la era televisiva de los “reality shows”. Programas que presentan como verdadero lo que en rigor es una ficción creada a partir de circunstancias reales. Da igual que los participantes se dediquen a cantar, a bailar o a marear las horas retozando en un jacuzzi. Lo fundamental es que estén sometidos a una tensión reconocible para el espectador. La realidad es, en teoría, el ingrediente principal. Pero se condimenta con aditivos y colorantes para hacerla menos monótona y más digerible. Y se sirve aliñada con una salsa que enmascara el sabor original: todos los participantes saben que están siendo grabados, escrutados, evaluados. Al final, curiosamente, esta ficción aparentemente real acaba pariendo una realidad distinta. Miles de personas se implican, con sus emociones o con su dinero, en el desenlace de estos programas cuya rentabilidad se mide en términos de beneficios. Contantes y sonantes.

Otras veces la ficción y la realidad se entrelazan y se retuercen hasta confundirnos. En abril de 1996, el actor argentino Mario Vedoya, que representaba en Madrid “La tuerta suerte de Perico Galápago”, amenazó una tarde con lanzarse al vacío desde lo alto del desaparecido Teatro Olimpia. No estaba a gran altura, no ocultaba su condición de cómico, pero su trágico gesto llamó la atención de los paseantes y desembocó en una rápida movilización de policías y sanitarios en la Plaza de Lavapiés. Al día siguiente, consciente del revuelo causado, nos contaba con cierto cinismo que él nunca había pensado en quitarse la vida y atribuía el episodio al personaje que encarnaba en la obra. Quería protestar por la crisis del arte escénico y acabó cosechando un incomparable éxito de público en su representación gratuita al aire libre.

La televisión duplica la farsa. Y la retransmisión en directo la multiplica. Porque nos creemos en primera fila y no lo estamos. Hace una semana asistimos conmocionados a la increíble aventura de un niño de Colorado que volaba a la deriva en un globo aerostático. La historia fue generando, con el paso de los minutos, una gigantesca oleada de emoción. Tanta, que los medios de comunicación, incluso con reservas, no pudimos dejar de recogerla. Al final, ya lo sabemos, el niño estaba en el desván. Nunca hubo drama. Sí sorpresa, angustia, pánico, alivio y una sensación final de engaño. Es cierto, quizá hubo engaño, pero ¡qué bien lo pasamos! La emoción, muy real, salvó a la ficción. Y todo eso conformó una noticia.

Unos días después el guión permanece abierto: la Policía va a acusar a los padres, actores aficionados, de presunto fraude. Sospecha que urdieron el montaje para promocionar un “reality show”. Y puede funcionar. Porque en el “número cero” amplificado por los informativos los protagonistas no fueron, como parecía, el chaval travieso y su atribulada familia, sino los sentimientos de los espectadores. Por cierto, ¿estamos seguros de que no nos grabaron?

martes, 13 de octubre de 2009

Con f de fútbol, con F de Félix

Santiago Saiz IV cazó un balón perdido en el centro del campo, dejó atrás al resto de los jugadores y de un derechazo batió al portero, todavía sorprendido. Fue el pasado viernes. “Marqué un gol, papá”. Su primer tanto. “Bueno, fue en propia”. El aprendiz de “Pichichi” se sentía tan contento que no podía entender a sus compañeros. “Algunos me llamaron tonto”. Le da igual. Quiere ser delantero. Tiene hambre de gol.

Santiago IV nació hace 6 años. Félix Antonio González, periodista, pintor, poeta y sobre todo amigo, murió hace 15 días. Se conocían, charlaban, les gustaba bromear. El escritor dedicó unos ripios al bebé nada más enterarse de su llegada al mundo. “Te he querido antes de abrir tu secreto, me ha nacido lo más parecido a un nieto”.

Hace meses, cuando Félix ya estaba atado a su sillón por una enfermedad pulmonar, Santiago dibujó para él un barco de piratas. Y el abuelo adoptivo lo puso en el despacho. “Ahí está tu cuadro”, le decía cuando iba a visitarle. El niño también tiene colgado en su habitación un cuadro del amigo pintor. “La Oración del astronauta”. En su planeta de ilusión, suele responder que de mayor quiere ser “futbolista o astronauta”. Quizá estaba en la Luna cuando pescó esa pelota perdida que convirtió en gol.

Todos los viernes, el pequeño deportista despistado se calza las botas multitacos y se marcha con Martín, Álvaro y Pablo a entrenar. Disfrutan como auténticas estrellas del balón y me hacen recordar mis tardes infantiles de fútbol. Fue a mediados de los 70. Cuando Santiago II, mi padre, y Félix Antonio, más hermanos que amigos, me llevaban al viejo Estadio José Zorrilla. A un sitio especial, la cabina de Prensa.

En un ambiente de puros y de coñac ellos charlaban de fútbol, de la vida. De vez en cuando, Félix me preguntaba el dorsal de algún jugador. Me hacía sentir importante mientras le buscaba las vueltas al partido. Al día siguiente escribía en el periódico una larga crónica en clave de humor, “Los tres pies del gato”, que firmaba con el seudónimo de Corebo. Yo no entendía cómo le había dado tiempo a fijarse en tantas cosas. Siempre lo pasábamos bien; alguna vez incluso disfrutamos del juego.

A Félix Antonio le gustaba el fútbol. Pero le interesaban más las personas. Con su sensibilidad de poeta, fue un exquisito contador de pequeñas historias. Cuando yo tenía 9 años, uno de los amigos del colegio, Juan Zapatero, se marchó a vivir a Madrid. Otro de los inseparables, José Pablo, nos puso de acuerdo para que, en su último recreo, Juan marcara todos los goles de nuestra clase. La historia, firmada por Félix, saltó al periódico. “Santi pasa a Zapa… y gol”. Aunque curiosamente, meses después, todos juntos, de nuevo liderados por José Pablo y con Juan casi de regreso, dejamos las clases de flauta y nos pasamos en bloque al equipo de baloncesto.

“Lo más importante es tener amigos”, suelo repetirle a Santiago IV. Él, afortunado, tuvo además tres abuelos. Dos de sangre, Santiago II, al que no llegó a conocer, y Jesús. Y uno adoptivo, Félix Antonio. Los tres eran periodistas; los tres, cada uno a su manera, soñadores de lo cercano; los tres, con un insobornable sentido del humor. Los tres han muerto. Porque la vida, como el fútbol, es así. Y aquí seguimos. Porque la pelota, como en el fútbol, nunca deja de rodar. A la espera de que la cace un niño que anda por la Luna y que, según cuenta su tripleta de divertidos cronistas, es un defensa peligrosísimo.

martes, 6 de octubre de 2009

El precio de los sueños

Sobrevivir y soñar. En estos valores se basa “Lloviendo piedras” (1993), una película de Ken Loach que describe cómo dos parados crónicos de Manchester, expulsados de la cobertura social, se enfangan en diversas chapuzas para sacar adelante a sus familias. El drama acaba de dibujarse cuando uno de ellos, sin dinero y sin mayor perspectiva que ir tirando, se endeuda para comprar un traje de Comunión a su hija.

Soñar. El pasado. Hace unos días José Luis Rodríguez Zapatero y Alberto Ruiz-Gallardón se abrazaban decepcionados en Copenhague tras sufrir una tremenda sobredosis de realidad. Pese a los deseos, a la dedicación y a las influencias, las costumbres del COI no cambian fácilmente: los Juegos de 2016 se celebrarán en Rio de Janeiro.

Sobrevivir. El presente. Mancharse las manos. Zapatero aparca su ministerio de Deportes, el que más alegrías le proporciona, y regresa a los dramas que personifican los protagonistas de Ken Loach: paro crónico, contracción del consumo, déficit creciente, recesión prologanda. Depresión.

Sobrevivir. El presente. Mancharse los pies. El alcalde de Madrid guarda las maletas, olvida una temporada sus viajes al extranjero como embajador de la candidatura y baja a las calles. Debajo de las alfombras asoman los marrones. Obras, atascos, basuras. De la gloria olímpica a esa tarea tan monótona que se llama la gestión de la vida diaria en la ciudad. Rutina.

Sobrevivir. El presente. Echar cuentas. Dos políticos, problemas comparables, una solución común. Subir impuestos. Y unas preguntas incómodas, silenciadas. ¿Podían permitirse Madrid y España los Juegos Olímpicos de 2016?, ¿quién y cómo iba a financiarlos? ... Poca gente se las hizo. Y a ninguno nos importaba la respuesta. En el país de la fiesta, si no hay dinero, al menos que corra la ilusión. Aunque tengamos que endeudarnos. Como Florentino Pérez o como los obreros de Ken Loach.

Soñar. El futuro. Las grandes competiciones son rentables, pero no necesariamente en términos económicos. Quizá en 2016 no haya favelas en Rio de Janeiro. Estarán en otra parte. Por desgracia. Y aún así, Brasil saldrá ganando. Beneficios intangibles. Y por tanto incalculables.

Soñar. El futuro. ¿Madrid 2020? ¿Por qué no? La derrota no ha disipado la ilusión. Y puede que en unos años hasta los obreros de Ken Loach curren en una ETT y puedan comprar a plazos un traje de Comunión para su hija. De segunda mano o de bajo coste. Da igual. En Copenhague hemos ganado lo más valioso: tiempo.

lunes, 28 de septiembre de 2009

"Espera, Barack, que se ponen mis hijas..."

Nueva York, 24 de septiembre de 2009.

-Barack Obama: Hola, José Luis, qué pasó…

-José Luis Rodríguez Zapatero: Bien, Barack, gracias. Y tú, ¿cómo estás? ¿qué tal Michelle y las niñas? Me alegro muchísimo de haber venido. Aunque menudo rollo para ti, andar esperando a todos, las fotos... Debe ser peor que reflotar Wall Street…

-Así es el multilateralismo…; mejor dicho, sus daños colaterales. (Carcajada)

-Mi familia, bien. Las chavalas, creciendo. Ahora las verás, también han venido. Por cierto, quería pedirte una cosa, en confianza…

-Ah, están aquí, ¡qué curioso!

-Yo procuro que no salgan en los medios, pero últimamente viajo mucho y les hacía ilusión acompañarme a Estados Unidos…Les prometí que si sacaban buenas notas, podrían hacerse una foto contigo. Espero que no te importe… eres un líder mundial…su ídolo de juventud…te admiran como a un cantante…

(Silencio)

-Ya sabes cómo son las adolescentes…Si dices que no, te contestan que estás coartando su libertad. Si sólo dejas venir a una, la otra te acusa de vulnerar la igualdad…Y con los problemas que tengo encima…

(Silencio)

-De verdad, asistir a esta cumbre contigo me ayuda muchísimo. En casa atravieso un mal momento. Además, ya te lo habrá contado Bush, él y yo no teníamos mucha química… (Risas). Sería fantástico si me pudieras echar una mano para seguir en el G-20. No sabes lo que te agradezco tus comentarios sobre la alta velocidad y las energías renovables. En España muchos periódicos, incluso de izquierdas, me acusan de no tener iniciativas, de improvisar, de repetir palabras vacías. Sospecho que empiezan a cansarse de mí.

-Son cosas del cargo, a mí a veces me atacan más por ser negro…

-Nuetra economía no va bien, hay mucho paro y el consumo no arranca…

-Es verdad que estás más serio…

-Preocupado, Barack, preocupado. Hasta hace meses este asunto lo llevaba Pedro Solbes. Era un tipo concienzudo, sensato, pero me cortaba el rollo. Desde que se fue, tengo que andar más encima del tema. Y no soy un especialista, aunque entiendo lo básico…Por ejemplo, para reducir el agujero: recaudar más y gastar menos. Fíjate, he tenido que subir los impuestos... Vaya marrón. Les he dicho que es de izquierdas, que pagarán las rentas altas, hasta me he peleado con los empresarios…Suele funcionar, pero esta vez no cuela. Lo presiento.

-Uf, los impuestos, mejor ni hablar…Aquí en Estados Unidos…

-Y la gente…Le encanta criticar, pero nunca ayuda. ¿Puedes creer que regalamos bombillas y nadie las recoge? ¿Que aprobamos ayudas para los parados y sólo se inscriben unos pocos?

-¿Y falta mucho para las elecciones?

-Por suerte, todavía falta bastante, espero llegar a 2012. Yo estoy encantado con Mariano, el líder de la oposición. Y sobre todo con su equipo. Cada vez que el hombre saca la cabeza, se la lían…Entre eso y el fútbol, la crisis va pasando. Por cierto, si tienes alguna idea brillante para reactivar el empleo…

-Yo tengo muchos problemas con la reforma sanitaria…

-¡Pero qué me dices, Barack! Me encantaría echarte una mano. Me acerco unos días y nos reunimos…O te vienes a Madrid y nos acercamos a un Centro de Salud…Con abuelitas, niños, inmigrantes, también algún autónomo… Eso siempre vende, según mis asesores. Por cierto, ¿tú que tal te llevas con la Banca?

(Silencio)

-Lo de los bonus de los ejecutivos es un tema tan delicado…Nicolás está empeñado y suele tener buen olfato…Pero ¿te imaginas que nos quedáramos sin pensión por gobernar mal?

-Hombre, José Luis…

-Sí, ya lo sé, soy un radical…

-A mí lo que realmente me quita el sueño es Afganistán.

-Perdona, aquí vienen mis hijas. Lo que te decía, es un juego suyo. Cogen mis fotos con mandatarios, se incluyen con el Photoshop y cuelgan la imagen trucada en su habitación. Parece la ONU. Ya la verás cuando visites la Moncloa. Oye, ¿por qué no vienes con tu familia? Incluso puedes traerte las zapatillas y echamos unas canastas. Te advierto que soy de los Lakers. Bueno, y del Barsa… Mira, con el deporte me va bien...

-Como te decía, en Afganistán la situación es cada vez peor…

-No, con el presidente de Afganistán no tienen foto. Y eso que les encantan los líderes exóticos. Debe ser por la Alianza de Civilizaciones…(Risas) De los europeos tienen a casi todos. Menos Silvio. Se lo tengo prohibido, ni en broma, que la gente es cruel…Pero esta vez, ya que están aquí, me encantaría…

-De verdad, José Luis, tenemos que hablar de Afganistán…Hay que hacer un esfuerzo...

-Hombre, yo…ya hablaremos otro rato…Afganistán, me dices…Vamos, nos avisan para la foto. Espera un segundo, por favor, que se ponen mis hijas…Qué tal, Sonsoles. Chicas, no os pongáis juntas. Ni tan serias. Con la “barack” que me habéis dado… (Risas) Gracias, Barack, muy amable. Ya me la mandarás. Puedes estar tranquilo, que de casa no sale…

martes, 22 de septiembre de 2009

Por favor, llame en unos minutos

"Le damos la enhorabuena. Ha resultado usted agraciado en un sorteo…". Cuelgo. Con doble cabreo. Por la llamada a traición y por la indiferencia al enfado de la maquinita que castiga mis orejas incautas con sus felicidades efímeras.

Me considero un tipo pacífico, contenido. Incluso educado. Con una excepción. No soporto las ofertas comerciales por teléfono. Menos a deshora. Aún así, trato de jugar limpio. No grito, nunca insulto, no me aprovecho de la impersonalidad. Tengo paciencia. A veces concedo una segunda oportunidad al silencio rechazando rápidamente el primer intento de conversación. Pero insisten e insisten e insisten en insistir. Entonces recurro a la empatía. Expreso mi respeto por el trabajo ajeno, pido perdón por mi falta de interés y cuelgo. Da igual. Siempre regresan. Y yo estallo, y prometo llamar de madrugada al domicilio del teleoperador para contestar a sus imbatibles descuentos. Y me siento un dictador. Peor todavía, un dictador amenazado. Porque sé qué siguen ahí afuera. Conspirando. En silencio.

Mis temores se desataron en mayo, al comienzo de la campaña del IRPF. Tenemos que pagar, pero podemos evitar la humillante cola en ventanilla. Hay alternativas más rápidas, como confirmar el borrador por SMS o enviar la declaración a través de Internet. ¿Y por teléfono? En 2008 lo había conseguido. Confiado, marqué el número difundido en los medios de comunicación. Facilité a un robot mis datos, que ya tenian en su poder, pero había problemas con alguno de ellos. Pedí ayuda. "Lo sentimos, nuestros agentes están ocupados". Segundo, tercer, cuarto intento en otro número. También 901; es decir, de coste compartido entre el emisor y el receptor. La factura, 1,2 euros por el placer de escuchar 6 minutos (en 8 llamadas) a una maquinita. Sí, lo sé, hay vicios más caros. Y mi tiempo, ¿quién lo valora?, ¿quién lo devuelve? Hacienda somos todos, pero nadie contesta. Y en el teléfono yo pago doble, mi parte y parte de la suya.

El segundo aviso se produjo un día de julio, sobre las nueve de la noche, con una niña recién nacida llorando a mi lado. Una tenaz teleoperadora de Movistar se empeñó en colocarme un contrato irrepetible. Le propuse un acuerdo: ella me recitaba una versión resumida y yo no le hacía perder el tiempo. Lo rechazó. Aguanté minuto y medio de letanía. Perdí los modales, mostré mi lado oscuro, me rebajé a la amenaza. "No estoy interesado en reducir la factura, si no me dejan en paz cambiaré de compañía". Olvidé que yo también tengo una familia y una hipoteca. Y que soy periodista, y a veces me toca dar el coñazo. Lo siento.

Agosto me reservaba un reto homérico: buscar un dermatólogo en el seguro médico de la Asociación de la Prensa. Muchas consultas están cerradas ese mes, algunas tienen la delicadeza de indicarlo en el contestador. En otra, un doctor, muy educado, me aseguró que se encontraba "técnicamente de vacaciones". Le agradecí que al menos hubiera respondido. A lo largo de un día, llamé cuatro veces al Hospital Madrid-Norte, situado en Sanchinarro. A un número 902, que paga sólo el emisor. Barato (1 euro en total), pero excesivo. Porque todos mis intentos se atascaron a la espera de unos operadores eternamente ocupados. Me acerqué en coche. No había horas libres hasta la semana siguiente. Menos mal que los médicos son mucho mejores, me consta, que la atención telefónica. Al salir me asaltó una duda. ¿Y si en un alarde de productividad los operadores estuvieran operando y los doctores, en la centralita? No quise averiguar más, conseguí hora en otro centro.

Para mi consuelo, también hubo satisfacciones. En el servicio telefónico de RENFE me atendieron sin demora y me facilitaron al detalle horarios, precios e incluso trámites para cambiar o devolver un billete. Y viajé en tren. Cómoda y puntualmente.

El vacío telefónico reapareció en septiembre, cuando intenté informarme en el Ayuntamiento de Madrid sobre una solicitud de plaza en un aparcamiento público. Llamé varios días consecutivos al número facilitado en las notificaciones oficiales por el propio servicio. Nadie respondía. Nunca. Aunque de vez en cuando la línea comunicaba. Sin embargo, a los dos minutos el misterioso interlocutor desaparecía y mi conexión frustrada languidecía hasta estrellarse contra el pitido de un fax. ¿Era algo personal? Cuando al quinto día me atendieron, juraron que no. Lo dudo.

Al regreso de las vacaciones, dermatólogos y telefonistas volvieron a aliarse contra mí. Los intentos de pedir consulta se estrellaron sucesivamente contra los contestadores de varias clínicas. Algunos me impusieron la penitencia de peregrinar por números 901 en un purgatorio eterno de pago compartido. En el Hospital de Madrid-Norte, de nuevo el vacío. A precio de 902. Estaba tan enajenado que, cuando en otra clínica me habló una voz humana, reservé hora para una fecha equivocada. Intenté anularla a los pocos minutos, pero no volvieron a cogerme el teléfono hasta cuatro días después. ¿Dónde estuvo la secretaria ese tiempo? ¿Y los doctores? ¿Tienen problemas auditivos? ¿Y los pacientes de la sala de espera? ¿No acabaron de los nervios?

Pero los conspiradores me reservaban un castigo ejemplar. Unión-Fenosa. En un alarde de honradez fijado por Real Decreto, la compañía eléctrica me había devuelto 1,07 euros por varias interrupciones en el servicio durante los últimos meses. Yo no sabía si invertirlos en Bolsa o en el ladrillo. Antes de tomar tan comprometedora decisión, intenté informarme sobre el bono social. Y llamé al Centro de Servicio al Cliente. 901404040. "Nuestros agentes están ocupados, permanezca a la espera o llame en unos minutos…" Y llamé y llamé. Hasta una decena de veces en varios días y horarios. Estaba picado. ¿Quién se arruinaría antes?

Ha pasado una semana y no he conseguido que me contesten. A cambio he tenido que escuchar sus consejitos. "Para mayor eficiencia, le recomendamos que tenga a mano una factura…" Muy agradecido, Unión-Fenosa, pero de su propia eficiencia ¿quién se preocupa? ¿Por qué difunden este número -en sus impresos, en la web- si no lo atienden? ¿Hay alguna relación entre el agujero negro y la subida de las facturas, de unos 350 a 430 euros por el periodo de enero a junio? ¿Han puesto a los teleoperadores a tender líneas de alta tensión? Y por estas molestias a los clientes, ¿no devuelven dinero?

A través de Internet, he logrado el número fijo que está asociado a ese 901, el 91567600. Y sigo pecando. Marco a escondidas. Para matar el mono. Le pido a la operadora de la centralita, aparentemente ajena a la conjura, que me pase con la Oficina de Atención Telefónica. Y de nuevo me engancho a los contestadores, que escucho con placer, pero esta vez sin coste añadido.

Hasta hoy. "Nuestros operadores continúan ocupados…" ¿Ocupados o poseídos? ¿Y si los han secuestrado? Uf, temo haberme infectado con el virus de las conspiraciones. Sudores, alarma, pánico. En el 112 responden al instante. Me tranquilizan. No tienen constancia de electrocuciones letales, ni de suicidios colectivos, ni siquiera de una vulgar epidemia de gastroenteritis entre los telefonistas. Pero sigo asustado. ¿Dónde están aquellos amables teleoperadores que interrumpían nuestra perniciosa siesta para alegrarnos la tarde con sus ofertas de bajo coste? ¡Cómo añoro sus llamadas a la hora de la cena!

En medio de la confusión, atisbo la luz. Sí, quizá haya ganado tiempo, pero me siento aislado y solo, como un Mr. Scroodge abandonado a su suerte por la libre competencia. Y lo admito, me estoy volviendo loco. Cada rato miro y remiro las facturas telefónicas, compruebo que su importe no ha aumentado mientras escucho las carcajadas de Larra retorciéndose de risa dentro de su tumba.