jueves, 1 de septiembre de 2016

Ficcionario: Zombliguismos

El viajero que comenzó a ficcionar con el calor hace parada y fonda en la última letra del abecedario. Ni una jornada deambuló sin brújula. Inhóspito y desvelado como un after-hours, Google le asistió sin entusiasmo ni desmayo arrojando miguitas que iluminaron desvíos fructíferos o, al contrario, sepultaron el camino bajo una cordillera de basura. Allá cada uno con sus preguntas, allá don enteradillo con sus respuestas al hilo de lo que ha leído y aprendido sobre nosotros.     

En la peor hipótesis, la mera existencia podría equivaler a un trayecto circular. Si retornamos al alfa, el algorismo, comprobamos que la "vida" nos interesa, a juzgar por las consultas en el buscador global, siete veces más (1.370.000.000 resultados en español frente a 189.000.000) que la "muerte". Que los datos no nos hagan extraer conclusiones apresuradas: si por algo se caracterizan los finados es por su pertinaz empecinamiento en ignorar Internet y otros adelantos mundanos, bien por un desinterés egoísta, por desistimiento –apenas se plantea "cuándo resucitaré"-, o porque en el más allá la wifi es de pago, ningún visionario ha implantado la tarifa plana y se antoja difícil negociar la permanencia. 


En cuanto a los vivos, predomina entre sus prioridades la prosaica preocupación por la "vida laboral". Debe ser porque en este viaje toca remar… Además, en una versión existencialista del "¿qué hay de lo mío?", resulta sorprendente la repetición, hasta convertirla en sugerencia, de la pregunta "cuándo moriré". Google, que tantas veces no sabe pero siempre contesta, replica proponiendo un abanico de tests que combinan la ironía con los estilos de vida. Uno de ellos promete incluso predecir la fecha exacta del óbito, todos guardan un as en la manga. En caso de error a favor, el sujeto pasivo nunca va a querellarse. Y en caso de error en contra, tampoco. Salvo que resucite.