Tabucchi se marchó el domingo. Su amigo Cardoso Pires había partido antes. También José Saramago. Y en el tranvía 28 un puñado de Pessoas, anónimos y fantasmales, recorren meditabundos cada tarde su penúltimo trayecto hacia el cementerio dos Prazeres. Romántico camposanto para una ciudad mestiza, portuaria y espectral. Lisboa.
Recuerdo desconcertado aquel aeropuerto gris de fluorescentes amarillos, anclado en una periferia sin paisajes. El hotel de muebles funcionales, su desolado aparcamiento, la oscuridad de las callejuelas aquella primera noche que me asomé al Barrio Alto. Los taxis en aceleración perpetua, botando infatigables sobre adoquines inhóspitos. La primera vez.