lunes, 31 de enero de 2011

El oscuro gatekeeper

De la frustración a la revuelta. Ciudadanos egipcios encaramados sobre los tanques militares, agitando banderas de libertad, desafiando la represión de los antidisturbios. Hierve el mundo árabe, desde el Norte de África hasta Oriente Próximo. Los jóvenes hastiados se levantan contra dictadores que ya han acumulado suficientes trienios para garantizarse una pensión digna. Tras la caída del Muro y el derrumbamiento de los regímenes comunistas de Europa del Este, el latido de la Historia parece pisar de nuevo el acelerador. Veremos dónde llega.

El final de la guerra fría me sorprendió acabando la carrera de Historia Contemporánea. Ya entonces me interesaban los estudios sobre la comunicación de masas. Habían surgido en Estados Unidos, entre las guerras mundiales, partiendo de planteamientos electorales y mecanicistas: ¿qué efectos tienen los medios sobre la sociedad? Los enfoques posteriores recondujeron la atención hacia el papel mediador de los periodistas, presentados como un oscuro gatekeeper, un cancerbero, un filtro que, atendiendo a criterios no siempre confesables, seleccionaba los contenidos que sirve a la audiencia.

Hace década y media, más o menos por estas fechas, empecé a cursar un Máster en Periodismo. Salté de la teoría a la práctica, de la biblioteca a la redacción. Comencé en Deportes y, tras un breve paso por el gabinete de Prensa de una empresa pública de promoción cultural, entré en CNN+. Allí he trabajado más de una década como editor, sumergido en el estómago de una máquina que deglutía información, la digería a gran velocidad y la expulsaba convertida en noticia. Un mecanismo que funcionaba sin descanso superando prisas, tensiones y numerosos condicionantes. Un esfuerzo de enorme desgaste personal, en el que a veces me imaginaba retratado como aquel gatekeeper conspirador de las añejas teorías comunicativas.

Pero, como los regímenes árabes, todos estos planteamientos se están tambaleando. Si las parabólicas comenzaron a agujerear las barreras dictatoriales, Internet las está derribando. De La Habana a Ciudad Juárez, de Túnez a Teherán, ciudadanos online se movilizan para desafiar con su propia voz, con las imágenes de su móvil, las amenazas del narco o las censuras informativas. La Red 2.0 ha ensanchado la comunicación, ha multiplicado las fuentes, ha desbordado a las industria periodística. El oscuro gatekeeper rastrea ahora historias en los blogs, busca imágenes novedosas en YouTube. Invirtiendo la vieja teoría comunicativa, los medios de comunicación tradicionales madrugan inseguros y se sienten prescindibles, preguntándose incrédulos qué va a hacer la sociedad con ellos.

Los periodistas todavía seremos necesarios, aunque de otra manera, para muchos que no quieren morir de empacho. Yo cierro una etapa; como hice antes en la Universidad, y más tarde en Deportes. Por cansancio personal, porque la digestión se me hace cada vez más pesada. Dejo, al menos por un rato, el traje de editor, la vieja lupa de gatekeeper. Necesito respirar otro aire, rodearme de paredes diferentes, renovar la mirada a esta acelerada realidad que, entre noticias y revueltas, cada día me deja atrás.

jueves, 27 de enero de 2011

La manta con mangas

Vivo en mi casa actual desde hace 8 años. La compramos, además de por una apreciable suma de euros, por gentileza del abogado que representaba a los vendedores. “Han venido a interesarse unos chinos con un maletín, ofrecían más, pero a mí me da igual, voy a cobrar lo mismo…” Carlos, el portero, asintió desde su mostrador, refrendando tan prudente decisión en aras del equilibrio ecológico de la comunidad. “Además, hace falta gente joven…”

No sé que edad tendrían los chinos pero, por prejuicios raciales o por espíritu práctico, se quedaron sin vivienda. Aunque algo suyo se ha infiltrado, lo presiento, entre nuestras cuatro paredes. Muchas noches, al regresar del trabajo, me topo en el salón con cuadernos y lapiceros desperdigados sobre la mesa, alguna zapatilla impar abandonada tras una estampida infantil, los juguetes de la pequeña dispuestos para una carrera de obstáculos. Como si mis chinorris hubieran aprendido la lógica indescifrable del “Hiper Asia” o del “Bazar Mundo”: la funda de la cámara de fotos en un macetero, las llaves del coche enterradas bajo un montón de revistas. Todo a 1 euro (si aparece).

Todo. La palabra mágica. La sensación que seduce a los pequeños cuando me acompañan a comprar una pelota para el parque. Los chismes y cachivaches que en abigarrado “horror vacui” incomodan mi carácter castellano pintan para ellos un planeta entero de colores artificiales. Juguetes baratos, de consumo compulsivo, casi de usar y tirar. El sueño del capitalismo.

Hace bastantes años que el yuan comunista, tan ligero de peso, saltó la Gran Muralla y se lanzó a conquistar los mercados. El lunes por la tarde, la vicepresidenta económica, Elena Salgado, dictaba su ultimátum para que las cajas de ahorros más afectadas por el derrumbamiento inmobiliario busquen inversores. Casi a la misma hora, el ministro de Industria, Turismo y Comercio, Miguel Sebastián, inauguraba la primera oficina de un banco chino en nuestro país. El ICBC, el mayor del mundo en capitalización bursátil, desembarca para buscar oportunidades de negocio. Y se ha instalado, casualidades de la vida, muy cerca del Banco de España. Es el futuro: conferencias sobre Confucio en la obra social.

El gigante asiático se ha convertido en el prestamista del mundo. De Madrid a Washington, siempre pisando alfombra roja, sus mandatarios prometen seguir financiando deuda, aliviando la resaca de la recesión. Pekín disfruta de un crecimiento sostenido y sin grandes tensiones internas. La cuadratura del círculo, la fórmula mágica, la manta con mangas( http://spanish.alibaba.com/product-gs/sleeves-blanket-217764910.html). Un régimen comunista y dictatorial de puertas adentro, ferozmente capitalista en el exterior. ¿Puede conceder libertades sin ponerlo en riesgo? Difícil. ¿Presiones exteriores? Con sordina. ¿Y los derechos humanos? Innegociables. Pero ¿quién puede amenazar a su banquero? ¿quién quiere renunciar a un gran mercado? Lo dicho, innegociables, aunque me suponga perder 1.000 millones de potenciales lectores.

La pesca del cliente. Como las tiendas de barrio, el ICBC no cierra a mediodía, abre hasta las seis. En la puerta, jarrones de flores (de plástico, las he tocado). Dentro, hoy, el vacío. Mañana, los rebosantes maletines de los estajanovistas que no pudieron comprar nuestra casa, pero la han atestado de cacharritos.

lunes, 17 de enero de 2011

Ofiuco en el purgatorio

“Papá, ¿el abuelo está en el cielo?, ¿y se le ve desde el avión?”. La lógica irrefutable del pequeño Santiago desarboló en quince segundos los elaborados argumentos teológicos sobre la vida eterna. “Bueno, es difícil de explicar… “ Y más de entender, pensé en silencio. Contra los tentadores interrogantes del desasosiego, la religión nos regala respuestas analgésicas. Verdad revelada. Pasaporte con paquete completo al más allá. Declaración institucional, sin lugar para las molestas preguntas de periodistas picajosos.

Con los pies en la tierra, el futuro beato Juan Pablo II dictó el 28 de julio de 1999 que el infierno era “el rechazo libre y definitivo de Dios”. Acabáramos. No sé si fue un bajón de tensión, el espejismo de las luces ilustradas o el recuerdo de los terribles regímenes comunistas que con tanto éxito combatió. Pero sus palabras, infalibles por dogma, descalificaban la prédica del miedo, apagaban siglos de hogueras y tormentos, demolían apocalípticos capiteles y desmitificaban las rancias penitencias de aquellos pecadillos que añoramos desde la madurez. El Papa polaco tuvo suerte: la gente, pese a todo, es buena y no han llovido las querellas.

“El infierno existe y es eterno”, contraatacó en abril de 2007 Benedicto XVI, un Sumo Pontífice que, crucifijo en mano, suele batirse en desigual duelo dialéctico contra los gigantes del relativismo. El pasado miércoles, por sorpresa, sentenció que el purgatorio, éste sí, es un fuego interior que purifica el alma. En fin, que cada uno sufre el suyo. Lo sufre la Iglesia, condenada al escarnio público por su encubrimiento de la pederastia; lo sufre Zapatero, obligado a reconquistar a la misma izquierda que sometió a duro ajuste en mayo; lo sufre hasta el depuesto presidente de Túnez, que recurrió a una dictadura corrupta para frenar a esos teócratas islamistas que amenazan con secuestrarnos a todos en su paraíso.

Es cierto que en el tercer milenio un purgatorio colectivo con vistas, aun lejanas, a la eternidad resultaba costoso de mantener. Pero al menos el Vaticano podía haberlo subcontratado. Ahora los escasos pecadores que lo ocupaban en pensión completa se verán en la calle, con sus penas a cuestas, mientras el encargado regatea el miedo al paro negociando una jugosa indemnización por antigüedad. ¿Y el local? En unas semanas, un avispado empresario con maletín plantará una tienda de autoayuda “todo a un euro”. Y la clientela, feliz, sonriente y colocada con el olor a incienso.

Malos tiempos para creer. Malos tiempos también para no creer. Peores incluso para los descreídos más crédulos, que esta semana han visto cómo la aparición de un nuevo signo del Zodiaco, Ofiuco, podría modificar todos los demás. De momento, lo han aparcado en su purgatorio particular por puro corporativismo. Pero que no se engañen, hasta los astrólogos tendrán que reciclarse.

En este valle de lágrimas impera el desconcierto y ni siquiera el oráculo de Internet ilumina nuestro atolladero. Con tanto mandamiento y arrepentimiento papales, el purgatorio (www.elpurgatorio.es) y el infierno (www.elinfierno.es) se confunden. Da igual, las obras parecen paralizadas por el recorte presupuestario. Los clásicos, creo, están desactualizados (www.elinfierno.org)
y los mercaderes han convertido tan graves lugares en un baratillo de escasa castidad (www.elinfierno.com). Levanto mis ojos al cielo y a sus santos ejemplares. Y me asusto. (http://www.elcielo.com.mx/detalle_residencias.php?id_residencia=16) Pido un trago para olvidar. (www.elpurgatorio.com.mx) Si llega la parca, que nos pille de parranda. Y luego Dios dirá.

lunes, 10 de enero de 2011

La frontera

Oculto bajo un manto de miseria y abandono, Ted Williams escondía un pasado. Una carrera olvidada como presentador de un programa radiofónico de jazz, la envenenada deriva por el alcohol y la droga, su reconocida experiencia en autodestrucción. Hasta que un periodista con oído colgó su vídeo en Youtube. Ahora, repeinado y con los dientes mellados por la vida, el indigente de la voz profunda sonríe delante de un micrófono, seduciendo con su rehabilitación navideña a un país, Estados Unidos, convencido de ser el edén de las oportunidades.

El año nuevo también ha traído una nueva vida a las hermanas Scott. Fueron condenadas por tender una emboscada a dos conocidos para que tres adolescentes les atracaran a mano armada. No hubo heridos, no hubo muertos. El botín fue de 11 dólares, de 200 según los testimonios más desfavorables. La sentencia para ellas, cadena perpetua. Más grave que la impuesta a los propios asaltantes, uno de los cuales denunció presiones policiales para inculparlas. Mano dura, las reglas del Oeste. Las Scott se empeñaron tanto en vivir que una de ellas, enferma del riñón y necesitada de diálisis, ha resultado demasiada cara para las arcas del Estado de Mississippi.

Esta semana, tras 16 años entre rejas, el gobernador ha permitido su salida de la cárcel. No las indulta, suspende su condena. Con una condición: que una de ellas done su riñón a la otra. Edulcorante de compasión para los desgarros de la justicia injusta. En tiempos de crisis, las cuentas no entienden de leyes ni sentimientos. Las hermanas tendrán que costearse ellas mismas el posible trasplante. Recién recobrada la libertad, han anunciado que pedirán donaciones. La tierra de las dádivas, de las promesas, de los milagros.

Gabrielle Giffords, congresista demócrata, fue tiroteada el sábado 8 de enero cuando se dirigía a sus simpatizantes en la puerta de un supermercado de Arizona. Seis personas murieron bajo los disparos indiscriminados de un desequilibrado que había planificado durante meses la matanza. Giffords había sido amenazada en varias ocasiones por sus ideas progresistas, por ejemplo, frente a la caza de inmigrantes preconizada por el gobernador de este estado fronterizo con la pobreza.

No, ningún político disparó contra la congresista. Ninguno, seguramente, deseaba su muerte. Pero los republicanos más radicales habían excitado la crispación en los últimos meses frente a la reforma sanitaria de Obama. Agitaban un alegato populista: la sacrosanta defensa del individuo frente al Estado. Una coartada exageradamente emparentada con el mito fundacional de los pioneros, los conquistadores de un territorio todavía sin ley. El mismo mandamiento sobre el que se asienta el irrenunciable –también para Giffords- derecho a la tenencia de armas.

Extrema agresividad verbal, exaltación suprema de los valores individuales, arsenales de libre disposición. Cuando los ultras (de cualquier signo) envenenan la convivencia, los dementes se envalentonan. La tierra de las oportunidades desprecia entonces el paso del tiempo y el respeto al Estado para regresar, sin saberlo, al salvaje Oeste.

lunes, 3 de enero de 2011

Telerrealidad

“Muy importante, el pie izquierdo primero, fijaos, ...” Ni corbata, ni silencios enfáticos, ni un atisbo de seriedad. En la frecuencia ocupada hasta anteayer por un extinto canal de informativos, un grupo de jóvenes con aire a desaliño premeditado ensaya entre la concentración y el hastío la coreografía del viejo éxito israelí “Abanibi aboebe”. Miro con nostalgia a la base de la pantalla, esperando una milagrosa última hora sobre los improbables progresos de la paz en Oriente Próximo. En vano. “Marta tiene nariz de cochinilla”. Bueno, es un dato, tal vez subjetivo. Será aquella chica del fondo…

Nunca me llamó la atención “Gran Hermano”, ni siquiera cuando, hace casi una década, la hora del confesionario sincronizaba todas las pantallas de la redacción. George Orwell creó la expresión para alertar de la omnipresente vigilancia de las dictaduras insomnes y Telecinco la adoptó para designar un programa de cámara oculta que mañana, tarde y noche suministraba material a toda su parrilla. La estrategia tuvo éxito, los programas de telerrealidad, en la variante “vagos buscavidas”, “esforzados meritorios” o “famosos de promoción”, siguen presentes hoy en las grandes cadenas. Aunque, para evitar el aburrimiento, los guionistas han buscado distintas ocupaciones a unos participantes que, por lo demás, no parecen tener mucho que hacer.

Como periodista, debería interesarme lo que le interesa a la gente. Y casi siempre es así. Nada hay tan triste como un telediario donde sólo aparecen políticos, nada más frío que un espacio envarado que ha perdido el pulso de lo cotidiano. Pero nunca me han enganchado esos programas. Los veo con suspicacia, sin evitar el distanciamiento, sintiendo que la cámara no ha descendido a la realidad, pensando que han sido los concursantes quienes han trepado un peldaño de estrellato para disfrutar de los 15 minutos de gloria que les concedió Andy Warhol.

Supongo que la televisión puede dinamitar la espontaneidad de los profanos, del mismo modo que la cámara favorece la compostura de los profesionales. Y también la impostura. En Nochevieja la pequeña pantalla se convirtió, de forma inevitable, en una fiesta programada con cierto tufillo a falsedad. Lentejuelas, brindis espumosos, éxitos musicales en play-back . Todo, las bromas y las copas, la añoranza de sorpresas vitales, se antojaba previsible, radicalmente contrario a un año nuevo.

Regreso a los ociosos concursantes, a sus conversaciones más o menos sinceras, a sus deseos de agradar y epatar. Me planteo qué recordarán del año pasado, dónde celebraron la conquista del Mundial de fútbol, si tendrán oportunidades de encontrar trabajo estable, cuántos amigos han conquistado ya en Internet, cuál fue el último libro que leyeron, cómo resumirían su 2010.

Me pregunto si yo mismo he estado encerrado en un canal de información continua durante una década, convertido en otro maldito Truman, editando noticias que caían al vacío y se enlazaban en un show vital para divertimento de ese mundo que aspiraba a interpretar. Rompo la pantalla, derribo la puerta, grito “evasión, evasión, evasión”, mientras intento saltar, inseguro, a la realidad, para tropezar, molesto, con la certeza de que yo tampoco sé apoyar en primer lugar el pie izquierdo.