Vivo en mi casa actual desde hace 8 años. La compramos, además de por una apreciable suma de euros, por gentileza del abogado que representaba a los vendedores. “Han venido a interesarse unos chinos con un maletín, ofrecían más, pero a mí me da igual, voy a cobrar lo mismo…” Carlos, el portero, asintió desde su mostrador, refrendando tan prudente decisión en aras del equilibrio ecológico de la comunidad. “Además, hace falta gente joven…”
No sé que edad tendrían los chinos pero, por prejuicios raciales o por espíritu práctico, se quedaron sin vivienda. Aunque algo suyo se ha infiltrado, lo presiento, entre nuestras cuatro paredes. Muchas noches, al regresar del trabajo, me topo en el salón con cuadernos y lapiceros desperdigados sobre la mesa, alguna zapatilla impar abandonada tras una estampida infantil, los juguetes de la pequeña dispuestos para una carrera de obstáculos. Como si mis chinorris hubieran aprendido la lógica indescifrable del “Hiper Asia” o del “Bazar Mundo”: la funda de la cámara de fotos en un macetero, las llaves del coche enterradas bajo un montón de revistas. Todo a 1 euro (si aparece).
Todo. La palabra mágica. La sensación que seduce a los pequeños cuando me acompañan a comprar una pelota para el parque. Los chismes y cachivaches que en abigarrado “horror vacui” incomodan mi carácter castellano pintan para ellos un planeta entero de colores artificiales. Juguetes baratos, de consumo compulsivo, casi de usar y tirar. El sueño del capitalismo.
Hace bastantes años que el yuan comunista, tan ligero de peso, saltó la Gran Muralla y se lanzó a conquistar los mercados. El lunes por la tarde, la vicepresidenta económica, Elena Salgado, dictaba su ultimátum para que las cajas de ahorros más afectadas por el derrumbamiento inmobiliario busquen inversores. Casi a la misma hora, el ministro de Industria, Turismo y Comercio, Miguel Sebastián, inauguraba la primera oficina de un banco chino en nuestro país. El ICBC, el mayor del mundo en capitalización bursátil, desembarca para buscar oportunidades de negocio. Y se ha instalado, casualidades de la vida, muy cerca del Banco de España. Es el futuro: conferencias sobre Confucio en la obra social.
El gigante asiático se ha convertido en el prestamista del mundo. De Madrid a Washington, siempre pisando alfombra roja, sus mandatarios prometen seguir financiando deuda, aliviando la resaca de la recesión. Pekín disfruta de un crecimiento sostenido y sin grandes tensiones internas. La cuadratura del círculo, la fórmula mágica, la manta con mangas( http://spanish.alibaba.com/product-gs/sleeves-blanket-217764910.html). Un régimen comunista y dictatorial de puertas adentro, ferozmente capitalista en el exterior. ¿Puede conceder libertades sin ponerlo en riesgo? Difícil. ¿Presiones exteriores? Con sordina. ¿Y los derechos humanos? Innegociables. Pero ¿quién puede amenazar a su banquero? ¿quién quiere renunciar a un gran mercado? Lo dicho, innegociables, aunque me suponga perder 1.000 millones de potenciales lectores.
La pesca del cliente. Como las tiendas de barrio, el ICBC no cierra a mediodía, abre hasta las seis. En la puerta, jarrones de flores (de plástico, las he tocado). Dentro, hoy, el vacío. Mañana, los rebosantes maletines de los estajanovistas que no pudieron comprar nuestra casa, pero la han atestado de cacharritos.
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