Cuando uno
teclea (al descuido, como sin querer) algorismo
en Google, el gran sabelotodo le devuelve 18.100 resultados en 0’36 segundos y
una enmienda a la totalidad: “quizá quisiste decir algoritmo”. Así actúa el
oráculo de estos tiempos: te trata de tú y resulta en apariencia tolerante pero
sutilmente coercitivo. Si, como asegura la RAE, el algoritmo es “un conjunto
ordenado y finito de operaciones que permite encontrar una solución a cualquier
problema”, su hermano absolutista, el algorismo,
preconiza que sólo él puede hallar la mejor solución a todos los problemas.
Amén.
El Credo Supremo
se predica de forma imparable por las pantallas. Puede utilizarse para asignar pareja, para elegir al mejor jugador de un partido siempre que no sea Iniesta o
para predecir, aunque sea a posteriori, un atentado terrorista. En su vertiente
más amable, nos abduce y nos seduce con la dulce tiranía de ofrecernos lo- que- en- verdad- nos- interesa. Y
eso acojona.