sábado, 29 de septiembre de 2012

Gente pa tó (VII): Ma_iano quie_e se_ no_mal

­Mariano Rajoy llegó a Nueva York horas antes de que los autobuses de indignados aparcaran en Madrid. En una estampa propia de Photoshop, posó unos segundos con los Obama que, por educación o por error, le preguntaron por las hijas de Zapatero. Desconcertado, fingió no haber entendido la pregunta; de hecho, tampoco la entendió. “Amigo Barack, estarás aburrido de tanta foto… ”. El presidente estadounidense clausuró el duelo de equívocas amabilidades encogiéndose de hombros. Silencio contra silencio, sonrisa con sonrisa y que pase el siguiente. Cómo las gastan los superhéroes planetarios. Mariano tomó nota. Y dedicó sus dos tardes estadounidenses a retratarse para la efímera posteridad de Twitter con variopintos interlocutores.

A varios miles de kilómetros, varios miles de indignados rodeaban, en una iniciativa de predecibles consecuencias, el Congreso de los Diputados. Unidades antidisturbios, centenares de golpes, decenas de heridos. La Policía vencía a los puntos, también a los de sutura, hasta que se empeñó en exhibir su exceso de celo, quizá para recuperar la paga extra. Cuando el presidente pregonaba al vacío desde el estrado de la ONU su apuesta por la paz y la seguridad mundiales, las televisiones actualizaban el parte de guerra en la otoñal madrugada madrileña. Cuando vendía las reformas de España en la sede del “Wall Street Journal”, cuando juraba que enderezar la economía era una tarea “apasionante”, caras ensangrentadas y porras en alto reflejaban una sociedad en bancarrota, con creciente déficit democrático, la ilusion dilapidada y los ideales en el subsuelo.

jueves, 6 de septiembre de 2012

Gente "pa tó" (cap. VI): Erre que erre

“¿Qué es mejor, Ángela, un buen banco malo o un mal banco bueno?”. Merkel no contestó, su mirada examinaba un maniquí semioculto tras la puerta del despacho de Mariano. “¿Y eso?” “Para que no se arrugue mi traje de hombre invisible". "¿Y eso?"  "Lo uso para pasear entre la gente, no tengo dinero para encuestas”. Ambos parecían exhaustos –y el intérprete, hastiado- después de un enconado cuerpo a cuerpo que habían iniciado discutiendo a sablazos sobre la reducción del déficit y, agitados por un entusiasmo propio de más enjundiosas perversiones, concluían con el lanzamiento a la cabeza de Rajoy de otro manojillo de ajustes poco aptos para espíritus desagradecidos.

“¿Qué es mejor, Ángela, retrasar la jubilación para salvar el euro o condenar al frío eterno el alma de los viejitos, encogidos y alejados del solillo de nuestra España?”. La canciller, sin ablandarse, sonrió azorada al recoger la carta y el poema. Erre que erre, le tendió unos folios. "Las condiciones, Mariano, tú verás...". El filo de la podadera, iluminado por la luz del mediodía, emitía destellos lúgubres que anticipaban un adiós glacial. “Vuelve cuando quieras”. El traductor carraspeó. De pie, en una esquina de la estancia, intentaba disimular su incomodidad ojeando una edición facsímil del Códice Calixtino, dedicada de puño y letra con rotulador verde fosforito por el arzobispo de Santiago.