jueves, 2 de noviembre de 2017

La 'españolada' de Puigdemont

Foto difundida por @miquelroig en Twitter 
Carles Puigdemont, el molt honorable protagonista de la estresante serie política del otoño, trata de presentar en Bruselas la nueva temporada de ‘El procés’. Mientras él viajaba de forma discreta para gritar a Cataluña 'Ja no sòc aquí’, los partidos que respaldaron su nombramiento decidían participar en las elecciones autonómicas catalanas del 21 de diciembre, lo que desacredita la hipótesis de que el president o sus consejeros sufran cualquier tipo de persecución por sus ideas. En la España actual el nacionalismo está permitido; delinquir en su nombre, todavía no.  

A la hora de aquel viernes en que sus soberanistas señorías entonaban Els Segadors, las terrazas de Madrit se encontraban abarrotadas de indiferencia. Sólo algún parroquiano hipermovilizado reaccionó a la alerta de su teléfono móvil levantando de forma enérgica un brazo para reclamar otra caña. A esa misma hora, sin más alma que el ordenamiento legal, empezaba a acelerar, obsesivo y ruidoso, el martillo neumático del Estado.  

La ficción empezó a desvanecerse en el preciso instante en que rebasó su propia burbuja y trató de gobernar la realidad. Hasta entonces salía simpática en las fotos de turistas y demás pescadores de épicas prestadas. Con cierta complicidad exterior, había logrado disfrazar como revolución democrática lo que no pasaba de involución: una revuelta alentada desde el poder con fondos públicos, el difuso malestar de un Primer Mundo en crisis, sus emociones inflamadas hasta la cefalea.

La rebelión catalana no nació clandestina, como las de verdad, sino que se anunció y proclamó para contagiarse entre pantallas. Y la ficción funcionó porque, -por fortuna- sin hambre ni opresión que llevarse a la boca, en ficciones se basaba. En la primera temporada de la serie, ‘Espanya ens roba’, Artur Mas había conseguido travestir su insolidaridad de ilusión patriótica y envolver la corrupción de CiU en una estelada. En la segunda, ‘Votarem’, Puigdemont, aunque fuera con mentiras, defendió eficazmente sus urnas sin censo, llamó a una democracia ajena a la ley común, denunció agresiones a quienes blindaban un delito. Ahí acabó todo. Porque el relativo éxito en la organización de la farsa se precipitó hacia el fracaso al presentar sus tramposos resultados como vinculantes. 

Lo que el Govern podía presentar como una victoria simbólica se transformó de repente en el episodio piloto de una derrota, al consumar con sus constantes apelaciones a la calle la conversión de un problema político en una cuestión de orden público. La primera factura es personal: consejeros destituidos que entran en la cárcel. La segunda, institucional. La necesidad de una reflexión sobre la democracia española y sobre la inserción en ella de Cataluña (y del resto de comunidades) ha quedado a la fuerza postergada hasta el restablecimiento de la Constitución, que a su vez dificultará ese debate. 

Como parecía previsible en un movimiento desprovisto de racionalidad, la pugna los diferentes actores nacionalistas ha demostrado que no había más argumento que la huida hacia adelante y ha dejado al aire sus  reiteradas imposturas. De la Cataluña próspera se ha pasado al éxodo empresarial y al significativo aumento del paro en octubre. El deseo de un rápido reconocimiento internacional apenas se escucha entre el apoyo de Otegi y el estruendoso silencio o rechazo de los países más avanzados. En cuanto al derecho a votar, podrá ejercerse (¡por cuarta vez desde 2010!) con la participación de todos el 21 de diciembre. 

Con una orden de detención contra él, el president todavía reclama un papelito como candidato en ‘155’, la temporada que otros ya han escrito. Parece difícil que se lo den; al autoproclamado aspirante a mártir el traje de héroe le queda cada vez más grande. El 1 de octubre, aquel domingo que envió a sus seguidores a ser apaleados, cambió de coche a escondidas para que nadie molestara su voto. Días más tarde, evitó contestar con claridad a los requerimientos del Gobierno para certificar si efectivamente había declarado la independencia antes de suspenderla. El viernes 27 llegó a ocultar su papeleta cuando el Parlament semivacío aprobó la proclamación de la República catalana. Ahora, retirado en Bruselas “por prudencia”, prefiere no personarse ante la Justicia mientras reclama a sus seguidores que defiendan las instituciones catalanas.  

El último (por ahora) protagonista de ‘El procés’ se encuentra encerrado en una pompa de jabón que  encoge de forma irreversible. Su salida de España supone, además, uno de los motivos recogidos en el auto de la Audiencia Nacional que envía a la cárcel a sus compañeros destituidos del Govern. Aunque podrá debatirse si es excesiva  o políticamente inoportuna la orden de prisión provisional contra ellos,   lo cierto es que ni un sólo día dejaron de jactarse de palabra y por escrito de su firme intención de violar la ley. Quienes presumieron de utilizar una institución del Estado, la Generalitat, para romperlo se escandalizan de que ese mismo Estado se defienda y los persiga. ¿Qué esperaban? Como en aquellas españoladas que sobrevolaban altos ideales para acabar hundiéndose en lo tragicómico, Puigdemont probablemente preferiría despertar y comprobar que esta película ha sido un mal sueño. Porque, desvanecida su ínsula Barataria, desde Bruselas sólo transmite miedo  y desconcierto ante la realidad que ha engendrado con las ficciones que encabezó. 


lunes, 22 de mayo de 2017

El coche usado de Sánchez y otras claves para entender su victoria

Foto: Antonio Heredia/ EL MUNDO
A diferencia de Susana Díaz y Patxi López, Pedro Sánchez llegó el domingo por la tarde en coche a la sede socialista de Ferraz. Salió de madrugada al volante porque las primarias le han renovado la licencia para pilotar el viejo utilitario rojo del PSOE. ¿Sorprendente? No tanto si se observa con algo de distancia lo ocurrido desde que, en un país en el que casi nadie dimite, Sánchez renunció a su escaño y a su sueldo para iniciar una particular vuelta a España transformado en un mártir, un resistente, David en la carretera contra el sistema.  Arrancó despacio, pero su relato comenzó a adquirir velocidad hasta demostrarse imparable por numerosos factores. 

-Las bases de los partidos tienden a ser más radicales que sus cuadros dirigentes, salvo que la disciplina interna o la cercanía de unas elecciones aconseje moderación para intentar conquistar el centro. La primera era el objetivo a batir. Y, en cuanto a las urnas, no parecen cercanas en el calendario (salvo arrebato de Sánchez). Aun así, parece probable que  la inmediatez de unos comicios tampoco le hubiera pasado factura. Desde la fiereza de aquel agrio cara a cara en diciembre de 2015 con el presidente, el “no a Rajoy” ha calado muy hondo entre los militantes socialistas. 

-Susana Díaz se rodeó de barones y referentes del pasado para acompañar, en clave interna, su discurso esencialista. “100% PSOE” frente a “nuevo PSOE”. Tantas fotos con el poder de antaño, hoy perdido, contribuyeron a trazar una división entre el ayer y el mañana. Dirigentes y militantes ejercen distintos grados de influencia, pero en las primarias con sufragio secreto cada persona vale un voto. Y la base, como es obvio, pesa mucho más.

-La presidenta de la Junta castigó con un proyectil político muy poderoso a Pedro Sánchez. Ha conducido a los socialistas a los peores resultados de su historia. Es absolutamente cierto, pero como ese argumento podría proceder de cualquier partido rival, no termina de ser interiorizado por los militantes del suyo. Cabe una última objeción en clave demoscópica: ¿es responsable Sánchez de que en 2011, cuando él era un desconocido, emergiera una amenazadora alternativa a la izquierda del PSOE? A la vista de esa herencia recibida, ¿son justas las comparaciones?

-Las críticas a la inconsistencia de Pedro Sánchez han regresado como un boomerang contra Susana Díaz. Si pensaba eso de él, ¿por qué le apoyó frente a Eduardo Madina en las anteriores primarias, en julio de 2014? ¿Por qué, una vez distanciados, no le hizo frente de forma visible y eficaz antes de forzar su caída pública en el Comité Federal? Nunca lo ha explicado de forma convincente. Por su parte, la Gestora sólo construyó el relato de abstención con los hechos consumados y hasta anunció sanciones para quienes por coherencia no la votaron. Mala vía para convencer.  

-“Tu problema eres tú”, espetó Díaz a Sánchez antes de enumerar las personas de su entorno que le han ido abandonando. Él, por el contrario, invocó repetidas veces el respeto debido a la militancia. La decisión de consultar los pactos poselectorales, por inconcreto que fuera el planteamiento, por inusual que pareciera en la tradición socialista, le ha blindado con una armadura a prueba de soledades.

-La abstención por Rajoy se ha transformado ocho meses después en un "no" a Díaz. El apoyo por omisión al actual presidente justificado en la estabilidad no debería haber inspirado, a priori, semejante cisma en un 'partido de Gobierno'. Pero el impacto de la recesión, los recortes de la primera legislatura del PP y la irrupción de nuevas fuerzas generaron un marco de pensamiento "el presidente contra todos, todos contra el presidente" que se demostró inmutable hasta la repetición de los comicios. La aritmética parlamentaria acabó entonces de envenenar el dilema: ni Sánchez podía apearse ya de su visceral "no es no" ni, al haber resistido el "sorpasso", los barones tenían poder para obligarle a cambiar de rumbo. Y llegaron las segundas elecciones, y la primera sesión de investidura y, por fin, el traumático sábado 1 de octubre. 


-Tan importante como la abstención en sí misma ha sido la violenta e impúdica vía elegida para decidirla.  El golpe de palacio dejó heridas que aún supuran. A ojos de los militantes, exhibió a un político derrotado, quizá equivocado pero coherente, víctima de la actuación en la sombra de quien inmediatamente después de expulsarle del poder interno se ofreció a “coser el partido”. ¿A quién de los dos compraría un militante un coche usado? Esta pregunta, tan manida para evaluar la confianza personal, resulta muy pertinente. Porque los socialistas de a pie elegían el domingo en las primarias precisamente al vendedor. La renovación del vehículo de la socialdemocracia, que ha reivindicado sin fortuna Patxi López, sigue pendiente. 

-La evolución política de los últimos meses tampoco ha ayudado a Susana Díaz. Los descubrimientos de nuevos y graves casos de corrupción en el PP han convertido en vergonzante entre los votantes socialistas la posición de la Gestora y de su representación parlamentaria pese a las concesiones arrancadas al PP. La negociación de los Presupuestos está reflejando, además, que Sánchez tenía su parte de razón cuando invitaba al presidente del Gobierno a construir una mayoría sin el PSOE.

-Por sus sesgos sobre grupos de edad y acceso a Internet, las redes sociales no deben interpretarse sin precauciones como un termómetro electoral. Pero, al igual que ocurre con Unidos Podemos, sirven de indicador no de “cuánto”, sino de “cómo”. Parece lógico que los seguidores de Sánchez, alejados de otros ámbitos de influencia, fueran más activos. Pero esa implicación reflejaba un sentimiento profundo: compromiso, energía espontánea, capacidad de movilización. 

-Una de las lecturas políticas más trascendentes del 15-M fue su capacidad para generar un cauce político de indignación a partir de un malestar latente y silencioso. Desde entonces, atravesamos una etapa pública de tripas y emociones. Una época en la que tocar la tecla del corazón añade posibilidades de éxito político. Sánchez lo hizo, prometió "futuro"; Díaz se ancló a las raíces del partido, al tópico socialista y andaluz. La presidenta de la Junta se propuso alejarse de "los indignados" y acabó llenando de indignados su propio partido.   

-El descrédito de numerosas instituciones por su actuación antes y durante la crisis ha motivado la identificación –exagerada- de la democracia representativa con una componenda de las élites. Y todo eso redunda, de forma indirecta, en un renacido entusiasmo por la democracia directa. Ambas vías pueden sostener aciertos y errores, pero otra vez Sánchez hizo una lectura más correcta que Díaz. ¿Puede un partido político, especialmente si se sitúa en la izquierda, despreciar a la altura de 2016/17 la opinión mayoritaria de sus militantes? 

¿Y ahora? Que la resurrección de Sánchez sea comprensible con estas claves no implica que, a medio plazo, resulte positiva para el Partido Socialista ni para España. Los bandazos que con justicia se le han reprochado tampoco permiten anticipar qué carretera escogerá. Esa historia se encuentra todavía por escribir. Pero estas primarias implican que las instituciones (en especial Congreso y Senado) donde está presente el PSOE van a reflejar mejor la sensibilidad política de un sector representativo de la ciudadanía. Y eso suele traducirse en un mayor reconocimiento de su legitimidad. 


viernes, 18 de noviembre de 2016

Donaldismo y Periodisney

Colgados ha habido siempre, lo que pasa es que ahora los sacamos en las noticias”, aseguró hace casi una década, sin solemnidad alguna pero con irrefutable agudeza, un editor de informativos con el que trabajé en CNN+. Internet ya tenía presencia, pero la recesión económica todavía no había estallado, las redes sociales caminaban a gatas y los movimientos antisistema permanecían anclados en la marginalidad.  

En realidad, ya para entonces conocíamos notables ejemplos de personajes, entre irreverentes, ignorantes y estrafalarios, aupados al poder político por sus millones y su popularidad televisiva. Jesús Gil, condenado por el homicidio involuntario de 56 personas en 1969 e indultado luego por el propio franquismo, se convirtió en 1987 en el presidente del Atlético de Madrid y en 1991 en alcalde de Marbella, donde arrasó con una amplísima mayoría absoluta revalidada en 1995 y 1999.

A aquel ostentóreo millonario le oímos prometer limpiar la localidad de “putas e indigentes”, le vimos en el prime time de Tele5 bañarse en un jacuzzi rodeado de chicas en bikini, le recordamos agrediendo a puñetazos al dirigente de otro club de fútbol. No deberíamos olvidar que acabó condenado y en la cárcel por su corrupta gestión en la localidad malagueña, y con el club de fútbol intervenido. Su modelo dejó honda huella, y no sólo en el urbanismo: la veintena de ayuntamientos conducidos por su partido hacia la bancarrota sumaban en 2005 más de la mitad de la deuda municipal con la Seguridad Social.

Silvio Berlusconi, propietario del canal español de televisión donde aquel verano de 1991 -recién investido alcalde de Marbella- refrescó sus pechos Jesús Gil, es dueño del Milan desde mediados de los 80 y fue primer ministro de Italia durante unos diez años, repartidos en tres etapas entre 1994 y 2011. “Il Cavaliere”, que esgrimía sus éxitos empresariales como principal aval político, dimitió en 2011 debido a las presiones de la Unión Europea ante la gravísima situación económica de su país.

Enfrentado durante décadas a los tribunales e impulsado al poder por la corrupción anterior, promovió una reforma legal que impedía que se le juzgara, cuando estaba en el cargo, por presuntos delitos anteriores. Ni aun así pudo mantenerse limpio. En 2015 fue condenado a tres años de cárcel por sobornar a otro político. Ya antes había sido condenado en primera instancia –aunque resultó finalmente absuelto- por corrupción de menores.

Gil y Berlusconi podían ser lo que hoy sabemos, y nunca trataron de disimular lo que ya parecían, pero por ricos, rebeldes o rompehuevos resultaban atractivos para un sector no necesariamente inculto del electorado. Junto al trampolín de sus negocios, Donald Trump ha gozado de una visibilidad similar. Desde 2004 ha organizado, producido y actuado como jurado en un reality show de la cadena estadounidense NBC en el que un grupo de empresarios concursaba por un cuantioso contrato en su corporación.

No está de más recordar que estos tres héroes populares, ayer apóstoles y hoy apoteosis del donaldismo, nacieron del entretenimiento televisivo y fue -además de la judicatura- el periodismo quien les desnudó ante la opinión pública, iluminando sus zonas sombrías para completar el inofensivo retrato iconoclasta que de ellos había dibujado la pantalla de la diversión.

Años después de su inspirada frase, el diagnóstico de mi compañero se ve confirmado por esa extraña, en ocasiones viscosa, confusión de enfoques y géneros que desde webs dedicadas a la mera agregación o al pseudoperiodismo ha terminado salpicando a espacios antes exclusivamente informativos y a las ediciones digitales de los medios más solventes. Colgados de diverso pelaje, sin más discurso que su gracieta , gozan de inmerecida presencia junto a las noticias o entre ellas. Desde este escaparate del infotainment, donde hay más hueco para titulares chispeantes que para argumentos, Trump se ha coronado como nuevo presidente viral de los Estados Unidos.      

No siento de entrada que la misión del periodismo haya fracasado por la llegada, nada banal, del millonario a la Casa Blanca: ¿Haría más digno, por ejemplo, a “The New York Times” haber pedido el voto para él? Pero sí estoy convencido de que los antaño influyentes medios de referencia habían fallado previamente a buena parte de los votantes de Trump. Antes de repudiar el simplismo de la América profunda, que la mayoría no hemos pisado, o de despreciar la democracia, a la que debemos tanto, podríamos preguntarnos por qué en los últimos años tanta gente, aquí y allí, sospecha de las grandes cabeceras pese a su contribución -sí, primordial- al descubrimiento y denuncia de numerosos abusos y corruptelas políticas, económicas y sociales.   

Los informadores (como suena, informadores) deberíamos examinar si, a nuestro nivel, hemos contado bien la recesión, sus angustias y desigualdades. ¿Hemos sido exigentes con los poderes de todo tipo o nos hemos acercado a ellos hasta diluirnos de forma acrítica en su palabrería? ¿Hemos profundizado en esta sociedad, compleja y cambiante, o nos estamos abandonando al periodisney de entretenimiento?

Parece indiscutible que el creciente ecosistema de Internet permite la formación de comunidades activas donde antes sólo había corrientes de pensamiento minoritarias y aisladas. Y podríamos ahogarnos en lágrimas lamentando que al final predomina lo más visto, pero ¿acaso no gobierna, en algorítmica equivalencia, el más votado? Es probable, desde luego, que la mayoría usemos los laberintos de la Red para reforzar nuestras propias opiniones… tal y como hacíamos con los medios de comunicación preexistentes.

Discrepo de que la tendencia de búsquedas de Google sirva sin más para anticipar el triunfo de Trump, aunque sí revelen asociaciones de ideas interesantes en términos de comunicación política y además demuestren -al igual que la conversación social- que desde el primer minuto  generaba mayor interés que Hillary Clinton. Más significativo que "cuántos buscaron" debería ser "qué encontraron", lo que nos remite de nuevo a las vías de agua de este periodismo que presumía de vocación cualitativa y se descubre a la deriva en un océano cuyos baremos de éxito son, cada vez más, de naturaleza cuantitavia. Aun así, no me considero nostálgico ni apocalíptico. Bienvenidos sean los datos, siempre y cuando estén a nuestro servicio y no al revés.
  
No comparto, tampoco, que la responsabilidad resida en las redes sociales, por mucho que en ellas el discurso tienda a desestructurarse, lo divertido anule a lo complejo, vuelen los bulos y las opiniones extremistas se impongan sobre las matizadas. ¿Serían mejores si hubiera ganado Hillary Clinton? ¿Por qué convertir a las redes, o a Google, en garantía de veracidad si no se lo exigimos al quiosquero cuando apenas existían otros filtros? Aunque si realmente estuvieran interesadas en mejorar su servicio a la sociedad -y confieso que no lo sé-, podrían acercarse a los medios de comunicación (y en general a los creadores de contenidos de calidad) para promover, financiar y primar propuestas de valor.

De mi experiencia en las redes sociales he aprendido que la gente no entra en Facebook para informarse. Puede leer alguna noticia que le llega (junto a chistes, frases inspiradoras y fotos familiares) por el poder de la recomendación de sus amigos y, si acaso, por la promoción que realiza, cobrando, la propia red social. Es el impacto de la audiencia masiva de ésta el que convierte en virales determinadas historias, el mismo impacto que también usan los grandes medios para distribuir su comida rápida. Esos artículos ligeros -que pueden estar bien hechos y no son deliberadamente falsos- reportan un considerable número de visitas a sus webs. No lo demonizaré: las audiencias así incrementadas se transforman en publicidad que paga otros despliegues y las exclusivas. Si la viralidad constituye un objetivo deseable, la obsesión desmedida por “likes”, “shares” y pinchazos puede inducir a desincentivar la excelencia.

A largo plazo, se antoja difícil contener el avance de este mecanismo. Los propietarios y directivos de medios podrían tomar nota de que el descubrimiento de tantos profesionales de la información mentirosa coincide con el debilitamiento de las plantillas y las condiciones en que trabajan los profesionales de la información verdadera. Y los lectores deberían aprender que la información cuesta dinero. Sí, la mayoría de los grandes medios estadounidenses se molestó en desenmascarar las incoherencias de Trump. Sus artículos estaban al alcance de los votantes; muchos -eso es lo más preocupante- prefirieron ignorarlos. Es una opción respetable, veremos si acertada.

Por formidable que haya sido su desarrollo en el último lustro, ni Facebook ha encumbrado por sí mismo a Trump, ni Twitter encendió por su cuenta las hoy frustradas primaveras árabes.  Las redes multiplican el eco de un malestar que antes permanecía desconectado y latente, y todavía hoy pasa desapercibido para otros sistemas de diagnóstico como las encuestas. Sin embargo, esos movimientos ya circulaban por aguas profundas antes de encontrar su vía de difusión.    

Al final, nuestros análisis sobre las elecciones estadounidenses se estrellan contra una última limitación. Tratamos de explicar de forma racional un voto que da la sensación de guiarse por motivos ajenos al pensamiento. En la era de la gente indignada y del poder bajo (merecida) sospecha, las emociones, el entretenimiento y hasta las ganas de fastidiar pueden convertir a un multimillonario poco dado a  pagar impuestos en el símbolo rampante de los antisistema y alzarlo hasta la cima del establishment.  

Trump, aupado por la desestructuración social, gobernará en plena era de la desestructuración de la información, de los aprendizajes, de la propia democracia. Un contexto en apariencia desfavorable para el periodismo. Aun así, ¿por qué vamos a rendirnos en estos días de la posverdad? Como ocurrió con Gil o Berlusconi, el mandato del magnate representa un incentivo. Para investigar más, para analizar mejor, para presentar de forma más atractiva, sin bajar el nivel de exigencia, argumentos más profundos. Si algún año cometimos, porque-le-gusta-a-la-gente, el pecado profesional de amplificar sin contraste ni reprobación lo que sólo constituían banalidades e insultos, hemos sido condenados a no restar ninguna relevancia al ejercicio del donaldismo en los próximos cuatros años. El ensueño de la desinformación produce monstruos. Las debilidades del periodisney los alimentan hasta que llegan a devorarnos. 

jueves, 1 de septiembre de 2016

Ficcionario: Zombliguismos

El viajero que comenzó a ficcionar con el calor hace parada y fonda en la última letra del abecedario. Ni una jornada deambuló sin brújula. Inhóspito y desvelado como un after-hours, Google le asistió sin entusiasmo ni desmayo arrojando miguitas que iluminaron desvíos fructíferos o, al contrario, sepultaron el camino bajo una cordillera de basura. Allá cada uno con sus preguntas, allá don enteradillo con sus respuestas al hilo de lo que ha leído y aprendido sobre nosotros.     

En la peor hipótesis, la mera existencia podría equivaler a un trayecto circular. Si retornamos al alfa, el algorismo, comprobamos que la "vida" nos interesa, a juzgar por las consultas en el buscador global, siete veces más (1.370.000.000 resultados en español frente a 189.000.000) que la "muerte". Que los datos no nos hagan extraer conclusiones apresuradas: si por algo se caracterizan los finados es por su pertinaz empecinamiento en ignorar Internet y otros adelantos mundanos, bien por un desinterés egoísta, por desistimiento –apenas se plantea "cuándo resucitaré"-, o porque en el más allá la wifi es de pago, ningún visionario ha implantado la tarifa plana y se antoja difícil negociar la permanencia. 


En cuanto a los vivos, predomina entre sus prioridades la prosaica preocupación por la "vida laboral". Debe ser porque en este viaje toca remar… Además, en una versión existencialista del "¿qué hay de lo mío?", resulta sorprendente la repetición, hasta convertirla en sugerencia, de la pregunta "cuándo moriré". Google, que tantas veces no sabe pero siempre contesta, replica proponiendo un abanico de tests que combinan la ironía con los estilos de vida. Uno de ellos promete incluso predecir la fecha exacta del óbito, todos guardan un as en la manga. En caso de error a favor, el sujeto pasivo nunca va a querellarse. Y en caso de error en contra, tampoco. Salvo que resucite. 

domingo, 28 de agosto de 2016

Ficcionario: YouNoTuber

Jamás me habéis visto mover el tupé negro carbón junto a una multitud en el FIB, ni explicar en un tutorial la receta de esas suculentas cupcakes (antes conocidas como magdalenas), menos aún hacerme un selfie submarino entre sobornados peces de colores. Nunca recorrí ante vuestros ojos ignotos confines de lejanos continentes; mi mejor viaje fueron unos cuantos libros, alguno de ellos francamente aburrido. Prefiero la música sin muchos decibelios, la lectura en voz baja, la calle al gimnasio, los bares semivacíos y los vasos medio llenos.  

He renunciado a retransmitir el amanecer desde un teléfono móvil. Podrían acusarme de explotarlo en beneficio propio, reclamarme los derechos de autor, llevarme a los tribunales, retransmitir la vista en directo, otra carita compungida en el banquillo, "yo no sabía nada, lo hizo mi pareja", encerrarme en una celda con cámaras de seguridad, clasificar en un archivo de vídeo cada noche de cautiverio. Borrarme a escondidas para liberar espacio en el disco duro de esta desconcertada Humanidad. Delete. Este usuario ha dejado de existir.