martes, 23 de marzo de 2010

El relativismo

Abusar sexualmente de un menor es repulsivo. Manipular su conciencia desde la superioridad para que lo consienta es abyecto. Estos días se investiga en Canarias a un entrenador de kárate que fue reclutando adolescentes a los que presuntamente obligaba a mantener relaciones con él y con otros miembros de su degradada secta. Según algunas declaraciones, les coaccionaba asegurando que era lo mejor para su formación como deportistas. Pero derribada la barrera del silencio, la pirámide de la perversión ha empezado a desmoronarse. El caso acabará en los tribunales.

Amparada en su confusión entre pecado y delito, la Iglesia nunca confió demasiado en la justicia de los hombres. Ante los primeros testimonios públicos, hace años en Boston, por supuesta pederastia, la preocupación episcopal fue ocultar el escándalo. Los supuestos responsables habían sido discretamente trasladados y las víctimas, ignoradas. Cuando las denuncias arreciaron, se buscó la compensación millonaria. Pero el muro de silencio, complicidad y vergüenza edificado durante décadas ya había empezado a resquebrajarse.

En las últimas semanas, las sospechas de abusos a menores por parte de sacerdotes se han extendido a distintos países de Europa. Las denuncias también se han prolongado hacia el pasado, atizando un clamor de indignación. Algunos de los supuestos pederastas fueron personas tan cercanas a la jerarquía vaticana como Marcial Maciel, fundador de los Legionarios de Cristo, uno de los movimientos favorecidos por Juan Pablo II. Atrapado por su Cruzada contra el relativismo de las sociedades desarrolladas, contra las relaciones extramatrimoniales que trivializan el sexo, el anterior Sumo Pontífice no encontró un instante para conocer, condenar y castigar estos miserables delitos.

Como el silencio ya no es posible, Benedicto XVI ha dado paso a las palabras. El Papa Ratzinger ha pedido perdón a las víctimas, ha condenado a los abusadores y ha lamentado la decepcionante respuesta eclesiástica. Aunque, al mismo tiempo, ha deslizado las culpabilidades hacia los comportamientos sociales. Su pastoral, que se circunscribe a Irlanda, sólo será creíble si se acompaña de hechos, si la Iglesia sienta a sus propios delincuentes en los tribunales. Ante la justicia de los hombres. Abusar sexualmente de un menor es repulsivo. Hacerlo, desde la superioridad, en nombre de Dios, es absolutamente abyecto.

lunes, 15 de marzo de 2010

La mirada del creador

La noticia se encuentra, a veces, en el ojo adiestrado del periodista. En el oficio que descubre y traza una historia interesante donde los demás sólo han visto aburrida cotidianidad. La novela también descansa, en ocasiones, sobre la mirada personal, insustituible, del escritor, que proyecta su existencia sobre otras vidas, tejiendo una telaraña que sostiene y funda un universo autónomo regido por las leyes impredecibles de la ficción.

El viernes pasado murió a los 89 años Miguel Delibes, uno de los grandes maestros de la narrativa española contemporánea. “Un cazador que escribe”, según sus propias palabras. Un cazador experimentado que convirtió la observación y el buen tino en las artes de su creación literaria.

A diferencia de otros grandes, Delibes no inventó mundos lejanos. Tampoco se inspiró en sueños simbólicos ni en los artificios de una imaginación desbordante. Ejerciendo de periodista, se limitó a fijar su mirada. Y mientras paseaba, fue iluminando los miedos íntimos de las personas y el latido cambiante de nuestra sociedad en la segunda mitad del siglo XX. En sus obras retrató el abandono del campo castellano, las injusticias de la España profunda, los claroscuros de un país en transformación y los fantasmas colectivos de la posguerra. Pero también el despertar a la adolescencia, la angustia vital de la jubilación, el duelo desconsolado y salpicado de reproches de la viudedad.

Miguel Delibes no fue un narrador ampuloso, empeñado en abrumar al lector con una retórica de sonoridad deslumbrante. Al contrario, hizo camino con una prosa precisa, que enriqueció con tonos populares, con el vocabulario del campo, con palabras añejas condenadas al desuso. Como a los buenos periodistas, todos pudimos entenderle, y gracias a él, entendernos mejor. Sencilla grandeza.

Delibes tampoco renunció a lo cercano en su última obra, bien diferenciada de su prolífica cosecha anterior. “El hereje” es una excelente novela histórica, pero inspirada en acontecimientos reales y en la ciudad a la que unió su vida, Valladolid. El periodista, en este caso, volvió su mirada hacia los hechos y escenarios del pasado para recrear sentimientos intemporales.

Pero si los periodistas intentamos contar lo que pasa en el mundo, los grandes autores crean, con su mirada, mundos propios que cuentan, que se cuelan e intercalan en la realidad. Miguel Delibes falleció el viernes y, al día siguiente, todos los periódicos le dedicaron merecidas páginas de homenaje. Menos destacada, me llamó la atención otra noticia que publicaba “El País”, el diario que en su día el escritor fue invitado a dirigir. Alerta mundial por la caída del número de gorriones.

sábado, 6 de marzo de 2010

En las entrañas del monstruo

"Y ahora les dejamos con nuestro programa informativo…"En las entrañas del monstruo"". El programa, que se emitía diariamente en la televisión oficial cubana, era de todo menos informativo. Su nombre aludía a la detención y encarcelamiento de cinco compatriotas en Estados Unidos, acusados de espionaje. Con esa excusa, iba desmenuzando durante horas las sórdidas miserias de la sociedad capitalista. Tal vez siga en pantalla, sostenido por los hados de la audiencia o, más probablemente, de la propaganda.

“Los hechos son sagrados, las opiniones son libres”, reza el mandamiento clásico del periodismo anglosajón. La información y la opinión, tantas veces confundidas, brillan cuando se complementan sin mezclarse, algo muy difícil al hablar de Cuba, imposible dentro de la isla. Cuando visité la mitad occidental, hace casi una década, los mercados acusaban todavía el pinchazo de la burbuja tecnológica, y las economías alemana y japonesa habían entrado en números rojos. En medio de la digna pobreza de La Habana Vieja, un interlocutor desafortunadamente informado repetía el lema oficial. “El capitalismo se hunde”. No sé que pensará ahora; quizá algo de razón no le falte.

En el filo del nuevo milenio, la apertura cubana al turismo atrajo divisas. Pero la floración de negocios privados sembró el germen de la desigualdad, favoreciendo a los que cobraban en dólares y pagaban en pesos sus compras en el mercado nacional. La economía del billete verde se superponía así con la economía sumergida, ambas atizadas por el insobornable afán de sobrevivir.

Desde entonces, Cuba se ha ido desdibujando en el imaginario de la izquierda al ritmo que ganaba brillo en los folletos de las agencias de viajes. Pese a la formación de su pueblo, a su espíritu alegre, a su incomparable entereza, a sus médicos sin medicinas… la revolución se hunde. Hace una década, policías, militares y confidentes trataban de evitar el contacto del visitante con la realidad del país. Hoy el régimen ha perdido –también- esa batalla. Los dinosaurios de Sierra Maestra persiguen fantasmas incorpóreos en la era de Internet.

Imagino que en los últimos años se habrá agudizado además la fractura generacional. Para los cubanos de edad madura, Fidel era el dios que bajó de la montaña aunque, en confianza y tapándose la boca, desaprobaran sus excesos. Los jóvenes parecían ya, sin embargo, más preocupados por la ropa de marca o por poner agua de por medio con el depauperado paraíso de la igualdad.

La apertura anunciada por Raúl Castro llega tarde. La revolución, como Saturno, se ha convertido en un monstruo que pisotea los derechos humanos, que devora a los hijos de sus entrañas. Y muchos de ellos no aguantan más. El pasado jueves, Guillermo Fariñas, un disidente en huelga de hambre, contaba en directo en el programa -éste sí, informativo- “Cara a Cara”, de CNN+, que cuando él muera, habrá tres personas más dispuestas a continuar el jaque interior a la dictadura.

Bajo la represión, bajo los silencios cómplices, algo se mueve. Entre el posible acercamiento de Obama y la brecha abierta con la Unión Europea, Cuba continúa encastrada en un régimen surrealista, viajando a la deriva del tiempo, mecida por sueños de hace cincuenta años que se han convertido en pesadillas.