"Y ahora les dejamos con nuestro programa informativo…"En las entrañas del monstruo"". El programa, que se emitía diariamente en la televisión oficial cubana, era de todo menos informativo. Su nombre aludía a la detención y encarcelamiento de cinco compatriotas en Estados Unidos, acusados de espionaje. Con esa excusa, iba desmenuzando durante horas las sórdidas miserias de la sociedad capitalista. Tal vez siga en pantalla, sostenido por los hados de la audiencia o, más probablemente, de la propaganda.
“Los hechos son sagrados, las opiniones son libres”, reza el mandamiento clásico del periodismo anglosajón. La información y la opinión, tantas veces confundidas, brillan cuando se complementan sin mezclarse, algo muy difícil al hablar de Cuba, imposible dentro de la isla. Cuando visité la mitad occidental, hace casi una década, los mercados acusaban todavía el pinchazo de la burbuja tecnológica, y las economías alemana y japonesa habían entrado en números rojos. En medio de la digna pobreza de La Habana Vieja, un interlocutor desafortunadamente informado repetía el lema oficial. “El capitalismo se hunde”. No sé que pensará ahora; quizá algo de razón no le falte.
En el filo del nuevo milenio, la apertura cubana al turismo atrajo divisas. Pero la floración de negocios privados sembró el germen de la desigualdad, favoreciendo a los que cobraban en dólares y pagaban en pesos sus compras en el mercado nacional. La economía del billete verde se superponía así con la economía sumergida, ambas atizadas por el insobornable afán de sobrevivir.
Desde entonces, Cuba se ha ido desdibujando en el imaginario de la izquierda al ritmo que ganaba brillo en los folletos de las agencias de viajes. Pese a la formación de su pueblo, a su espíritu alegre, a su incomparable entereza, a sus médicos sin medicinas… la revolución se hunde. Hace una década, policías, militares y confidentes trataban de evitar el contacto del visitante con la realidad del país. Hoy el régimen ha perdido –también- esa batalla. Los dinosaurios de Sierra Maestra persiguen fantasmas incorpóreos en la era de Internet.
Imagino que en los últimos años se habrá agudizado además la fractura generacional. Para los cubanos de edad madura, Fidel era el dios que bajó de la montaña aunque, en confianza y tapándose la boca, desaprobaran sus excesos. Los jóvenes parecían ya, sin embargo, más preocupados por la ropa de marca o por poner agua de por medio con el depauperado paraíso de la igualdad.
La apertura anunciada por Raúl Castro llega tarde. La revolución, como Saturno, se ha convertido en un monstruo que pisotea los derechos humanos, que devora a los hijos de sus entrañas. Y muchos de ellos no aguantan más. El pasado jueves, Guillermo Fariñas, un disidente en huelga de hambre, contaba en directo en el programa -éste sí, informativo- “Cara a Cara”, de CNN+, que cuando él muera, habrá tres personas más dispuestas a continuar el jaque interior a la dictadura.
Bajo la represión, bajo los silencios cómplices, algo se mueve. Entre el posible acercamiento de Obama y la brecha abierta con la Unión Europea, Cuba continúa encastrada en un régimen surrealista, viajando a la deriva del tiempo, mecida por sueños de hace cincuenta años que se han convertido en pesadillas.
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