La noticia se encuentra, a veces, en el ojo adiestrado del periodista. En el oficio que descubre y traza una historia interesante donde los demás sólo han visto aburrida cotidianidad. La novela también descansa, en ocasiones, sobre la mirada personal, insustituible, del escritor, que proyecta su existencia sobre otras vidas, tejiendo una telaraña que sostiene y funda un universo autónomo regido por las leyes impredecibles de la ficción.
El viernes pasado murió a los 89 años Miguel Delibes, uno de los grandes maestros de la narrativa española contemporánea. “Un cazador que escribe”, según sus propias palabras. Un cazador experimentado que convirtió la observación y el buen tino en las artes de su creación literaria.
A diferencia de otros grandes, Delibes no inventó mundos lejanos. Tampoco se inspiró en sueños simbólicos ni en los artificios de una imaginación desbordante. Ejerciendo de periodista, se limitó a fijar su mirada. Y mientras paseaba, fue iluminando los miedos íntimos de las personas y el latido cambiante de nuestra sociedad en la segunda mitad del siglo XX. En sus obras retrató el abandono del campo castellano, las injusticias de la España profunda, los claroscuros de un país en transformación y los fantasmas colectivos de la posguerra. Pero también el despertar a la adolescencia, la angustia vital de la jubilación, el duelo desconsolado y salpicado de reproches de la viudedad.
Miguel Delibes no fue un narrador ampuloso, empeñado en abrumar al lector con una retórica de sonoridad deslumbrante. Al contrario, hizo camino con una prosa precisa, que enriqueció con tonos populares, con el vocabulario del campo, con palabras añejas condenadas al desuso. Como a los buenos periodistas, todos pudimos entenderle, y gracias a él, entendernos mejor. Sencilla grandeza.
Delibes tampoco renunció a lo cercano en su última obra, bien diferenciada de su prolífica cosecha anterior. “El hereje” es una excelente novela histórica, pero inspirada en acontecimientos reales y en la ciudad a la que unió su vida, Valladolid. El periodista, en este caso, volvió su mirada hacia los hechos y escenarios del pasado para recrear sentimientos intemporales.
Pero si los periodistas intentamos contar lo que pasa en el mundo, los grandes autores crean, con su mirada, mundos propios que cuentan, que se cuelan e intercalan en la realidad. Miguel Delibes falleció el viernes y, al día siguiente, todos los periódicos le dedicaron merecidas páginas de homenaje. Menos destacada, me llamó la atención otra noticia que publicaba “El País”, el diario que en su día el escritor fue invitado a dirigir. Alerta mundial por la caída del número de gorriones.
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