martes, 27 de agosto de 2013

El don de la oblicuidad

El domingo me fugué con un alfil. De repente. Hasta pronto. Anochecía sobre la nave abandonada y no acababa de ver la luz en nuestra partida de ajedrez. Sin aviso, lo agarré y echamos a correr derribando una torre, esquivando las dentelladas de los caballos, ignorando la cólera de la reina menospreciada. El enfado, “¡que te den!”, de mi rival. Se quejaba de que tenía ventaja. Imbécil...

Enfilamos la Diagonal y salimos de la ciudad. Solo frenamos en el peaje. El empleado pareció advertir el rictus acartonado de mi copiloto. Para evitar preguntas, le tendí la tarjeta de crédito. “Chasgracias”. Me la devolvió solícito. “Quitiene”. Barrera arriba, vía libre. Elegí una música agradable y comencé a silbar, la ventanilla bajada como en las películas. Fatigados, quizá felices, refugiados en el silencio.

viernes, 2 de agosto de 2013

Operación Salida



De madrugada, cuando creo que nadie me ve, acelero. Una carretera desierta por delante. La ciudad, a mi espalda, expulsó hace horas al último insomne. Concentro entonces toda mi sensibilidad en los dedos, entrecierro los ojos, contengo la respiración. Rápido, más rápido, mieeerrrrrda. Dos luces y un frenazo.“Tome”. “Chasgracias”. “Quitiene”. “¿Está bien?, ¿qué le ocurre?”. “Nada, nada, continúe, chasgracias”.

La fortuna, harta de ingratos, protege en ocasiones a los corredores furtivos. Prometí no volver a hacerlo cuando recibí un aviso de despido. Tres vehículos parados, esperando, mientras yo batía mi récord de puntuación. Fingí  problemas con el ordenador pero una cámara me había grabado. Primero llegó la bronca. Más tarde, el mail recordándome las normas. ‘Está prohibido jugar a la videoconsola en la cabina del peaje’. El jefe, quizá por humillarme,  trató de ser condescendiente. “¿Por qué no mira las fotos del Facebook, como todos?”