El viajero que comenzó a ficcionar con
el calor hace parada y fonda en la última letra del abecedario. Ni una jornada deambuló
sin brújula. Inhóspito y desvelado como un after-hours,
Google le asistió sin entusiasmo ni desmayo arrojando miguitas que iluminaron desvíos
fructíferos o, al contrario, sepultaron el camino bajo una cordillera de
basura. Allá cada uno con sus preguntas, allá don enteradillo con sus respuestas al hilo de lo que ha leído y
aprendido sobre nosotros.
En la peor
hipótesis, la mera existencia podría equivaler a un trayecto circular. Si
retornamos al alfa, el algorismo, comprobamos
que la "vida" nos interesa, a juzgar por las consultas en el buscador global, siete
veces más (1.370.000.000 resultados en español frente a 189.000.000) que la "muerte". Que los datos no nos hagan extraer conclusiones apresuradas: si por
algo se caracterizan los finados es por su pertinaz empecinamiento en ignorar
Internet y otros adelantos mundanos, bien por un desinterés egoísta, por
desistimiento –apenas se plantea "cuándo resucitaré"-, o porque en el más allá
la wifi es de pago, ningún visionario ha implantado la tarifa plana y se antoja
difícil negociar la permanencia.
En cuanto a los vivos, predomina entre sus prioridades la prosaica preocupación por la "vida laboral". Debe ser porque en este viaje toca remar… Además, en una versión existencialista del "¿qué hay de lo mío?", resulta sorprendente la repetición, hasta convertirla en sugerencia, de la pregunta "cuándo moriré". Google, que tantas veces no sabe pero siempre contesta, replica proponiendo un abanico de tests que combinan la ironía con los estilos de vida. Uno de ellos promete incluso predecir la fecha exacta del óbito, todos guardan un as en la manga. En caso de error a favor, el sujeto pasivo nunca va a querellarse. Y en caso de error en contra, tampoco. Salvo que resucite.
En cuanto a los vivos, predomina entre sus prioridades la prosaica preocupación por la "vida laboral". Debe ser porque en este viaje toca remar… Además, en una versión existencialista del "¿qué hay de lo mío?", resulta sorprendente la repetición, hasta convertirla en sugerencia, de la pregunta "cuándo moriré". Google, que tantas veces no sabe pero siempre contesta, replica proponiendo un abanico de tests que combinan la ironía con los estilos de vida. Uno de ellos promete incluso predecir la fecha exacta del óbito, todos guardan un as en la manga. En caso de error a favor, el sujeto pasivo nunca va a querellarse. Y en caso de error en contra, tampoco. Salvo que resucite.
Casi tanto
como la "muerte" interesan los "zombies" (164 millones de resultados) en sus
diferentes versiones (películas, vídeos, juegos de mesa), lo que sugiere que en
esta era de tragedias en directo preferimos limitar el protagonismo de la parca al entretenimiento. ¿Zombies
reales? Aunque no existen de forma constatable, sí proliferan de forma
fehaciente quienes pretenden cazarlos.
Cuando nos
ponemos negativos, y motivos casi nunca escasean, todos podemos considerarnos zombies. Efímeros
protagonistas de un cameo en esta experiencia
de usar y probablemente olvidar, llamada a interrumpirse cuando creemos haber
aprendido cómo funciona, inquilinos a medio plazo tan prescindibles como el
conductor de un coche autónomo, condenados de antemano al adiós.

Así que, aunque sea por un instinto de autoprotección, nuestros heterónimos virtuales continuarán entregados a sus zombliguismos, protagonizando este espectáculo de esplendor y decadencia. ¿Y nosotros? Nunca llegaremos a la Ítaca prometida y por ello nunca dejaremos de buscarla. Por tierra, mar y Google.
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