sábado, 13 de agosto de 2016

Ficcionario: Lunternet

El 20 de julio de 1969  el hombre pisó la Luna. Casi una década antes, en torno a 1960, había arrancado la cadena de innovaciones que hacia 1990 hicieron posible la creación de Internet, el insondable satélite artificial de la Tierra.

Aquella luna mantiene hoy su fascinación virginal. En paralelo, Internet crece, evoluciona y se extiende envolviendo nuestro planeta desde los fondos oceánicos hasta la nube. Permite la libertad de movimientos de capital, fomenta la de mercancías y tolera, con limitaciones, la de personas. No impone cupos a inmigrantes. Defiende con entusiasmo juvenil la igualdad de oportunidades, con la ilusa esperanza de que un graffitero visionario coloree para la efímera posteridad de su Snapchat a la neutralidad en la Red guiando al pueblo.  

Apuntan los apocalípticos (y en particular los aficionados del Atlético de Madrid) que Internet nunca podrá hacer crecer lechugas de un smartphone. Rebaten los integrados que localizará las semillas más baratas, compartirá las experiencias para una plantación eficiente, activará el riego a distancia y podrá venderlas en cualquier lugar del planeta. "Cañones o mantequilla" se planteó Lenin hace casi un siglo. "Arroz transgénico o coltán para los smartphones" sería la disyuntiva reseteada por la actualidad. Porque las apps aún no se comen, aunque contribuyan a entretener el hambre.  

Si el número de habitantes del planeta sobrepasa actualmente los 7.000 millones de personas, más de la mitad poseen ya acceso a la Red. La diferencia entre ambas cifras tiende a reducirse en términos exponenciales al mismo ritmo que aumenta la interacción entre el ecosistema físico y el digital. En seis días de julio, las acciones de Nintendo llegaron a revalorizarse casi un 50% en la Bolsa de Tokio gracias al juego #PokemonGo, que con una tecnología de realidad virtual invita a capturar personajes dibujados en los años noventa que salen en la calle al encuentro de los paseantes de carne y hueso. 

Pasado el subidón, las acciones de Nintendo regresaron en dos semanas a su nivel anterior. Pero en un salto de la Ciencia a la Ficción, un atardecer de octubre tanta virtualidad se emancipará, crecerá, se multiplicará, poblará la Tierra y, como predijo Malthus, el horizonte de la humanidad será el hambre.

Los pesimistas aceptamos con resignación ese mañana inevitable. Los optimistas intentan averiguar cómo hacer negocio con la extinción que se avecina; un deprendedor avispado ya desarrolla planes secretos para colonizar la analógica Luna. De madrugada, algunos internautas agoreros se burlan en los foros asegurando que el auténtico secreto radica en que, en la realidad real, Armstrong nunca consiguió llegar allí.   

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