sábado, 20 de agosto de 2016

Ficcionario: Quinihilistoico

Pocas veces vi tan irritado a mi tío-abuelo Eustaquio. Es verdad que antes de rendirse a la indolencia de la vejez había comenzado con frecuencia a quejarse, con más sorpresa que enojo, sobre las vicisitudes de una España que dejó de comprender a medida que  cumplía años, y ya superaba de largo los 70. Esa tarde me recibió de nuevo con los andares oscilantes, enfundado en un batín que no disimulaba sus pantalones gastados y unos zapatos antaño lustrosos pero ya disparejos.

Eustaquio Domínguez era una persona con cultura. Leía libros avanzados para su época y como marino había viajado al extranjero en la época de Franco, cuando pocos lo hacían.  Disfrutaba su vida hasta que un atropello brutal le rompió más huesos de los que albergaba y quedó confinado entre las cuatro esquinas de una casa compartida con su hermana Pilar en Valladolid. Allí recordaba la época dorada que vivió en Madrid, las visitas vespertinas al casino militar de la Gran Vía, tantos partidos en el Bernabéu y en el Calderón. “Qué-pron-to-se-pa-sa-to-do”, suspiraba de manera indefectible al apurar un café,  acompañando cada silaba sobre la fugacidad con el tamborileo de sus dedos huesudos sobre una diáspora de migas. 

Pero aquel domingo, charlando de fútbol, movió una mano sin emoción. "Acerté la quiniela". La forma de anunciarlo no invitaba a darle la enhorabuena. "Acerté la quiniela, pero fíjate, mi hermana Pilar olvidó el sellar el boleto …"  Ella, menuda y siempre sonriente, apareció en el umbral para corroborar la buena nueva. "Se me olvidó en la cartera". En el salón amenazaba tormenta. Eustaquio alzó la voz. "¡Gané la quiniela y un periodista estúpido, ¿tú te crees?, dijo en la radio que había un único acertante de catorce, un señor de Sabadell, cuando yo tengo otro boleto sin fallos en la cartera…! ¡Tráelo, tráelo!" 


No quise contemplar la reliquia y, sin valor para reírme, intenté cambiar de conversación. Mi tío volvió a la carga, todavía guardaba un as. "Lo que ese periodista no sabe es que no pasa nada porque conservo el boleto y voy a repetir los signos en la segunda vuelta". Pilar, comprensiva y cómplice, asintió de nuevo, muy orgullosa de su importante papel en el próximo e irremisible aumento del patrimonio familiar. 

La siguiente visita preferí no preguntar. Porque aquella no fue la única ocasión en que el inolvidable Eustaquio, según su testimonio, coqueteó con la fama y la fortuna. Hasta media docena de veces me contó que había sido el inventor del lema "España es diferente". Las primeras fueron, lo admito, motivo de incrédulas risas familiares. Pero un día me enseñó LA CARTA. Estaba dirigida a Manuel Fraga, y en ella le explicaba cómo en los años 60, cuando el aludido era ministro de Turismo, mi tío-abuelo había participado en un concurso de ideas para promocionar España. "Luego empecé a escuchar la frasecita por todos los sitios y nunca me pagaron nada". La reclamación parecía un poco tardía; cuarto de siglo, año arriba o abajo. Y así se lo argumentó a vuelta de correo el político, que por entonces era presidente de la Xunta de Galicia. 

Mi tío murió en una residencia hace seis años, después de haber doblado con su frágil figura el cabo de los 90. Fraga falleció en 2012 y nunca indagué, gravísimo error, sobre la feliz existencia del señor de Sabadell y la tragedia del periodista desinformado. Ignoro dónde acabó aquel boleto ga-na-dor-pe-ro-no-pre-mia-do. Sí, qué pronto se pasa todo. Hoy España es un país como tantos otros. Por el contrario, Eustaquio, primero quinielisto, luego quiniestoico y siempre quinihilista, era en verdad triferente.   

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