martes, 23 de agosto de 2016

Ficcionario: Tantallas

Página de "A través del espejo"
Ilustración: John Tenniel 
Si la inquieta Alicia atravesó el espejo para descubrir un universo de insospechadas sorpresas, nosotros, ejemplares maduros de Homo Conectatus, hemos optado por edificar al otro lado de las tantallas una incorpórea realidad a medida. Tanto, que no sabemos vivir sin ella. Entre 80 veces, según un estudio de Apple, y 110, de acuerdo con un informe de Android, activamos cada día el teléfono móvil. Siempre nos queda el consuelo de las triquiñuelas estadísticas. Resulta tranquilizador constatar que quien esto escribe y sus lectores somos personas moderadas que practicamos un sobrio autocontrol. A cambio, debemos asumir que nos rodea una muchedumbre de atolondrados. Pero, como exclamaría mi abuela Pilar, son tan buenos que hay que quererlos.

El Homo Conectatus  se comporta como un cautivo fijo discontinuo que únicamente apaga el móvil (y no siempre) al enredarse en sus ceremonias de apareamiento. Es la última etapa de un ritual que los jóvenes ejemplares de la especie comienzan intercambiando los nombres en las redes sociales, desarrollan con el envío mutuo de snaps y emojis –algunos incomprensibles- y festejan con un sonriente selfie presencial (mejor sin palo). “¿No tendrás un cargador para este móvil?” es la proposición que, anticipan los antropólogos del futuro, tras una apariencia inocente puede convertir un contacto esporádico en una relación intensa y fugaz como una Perseida.  


Si la cámara del teléfono ha sustituido a la vista, su memoria (y no la nuestra) funciona como la más eficiente garantía contra el olvido. Sin darnos cuenta, nos hemos reprogramado como registradores de sus recuerdos hasta el punto de restar importancia a los nuestros. La pasada primavera una nube de smarpthones se elevó sobre las cabezas de los fieles para capturar ese momento, a la vez pasional y solemne, en que la imagen de la Virgen del Rocío era sacada a hombros de su ermita.  Los velocistas de la cámara también compiten hoy contra los fibrosos héroes del sprint. Bolt avanza hacia la medalla de oro entre fogonazos que acreditarán el valor de quienes estuvieron allí, aunque en el instante decisivo optaran por congelar su hazaña en píxels.

El idolatrado Pokemon Go sólo ha elevado a la categoría lúdica un comportamiento  habitual en los grandes museos, donde el paseo ha sido sustituido en las horas punta por una veloz gimkana entre voraces cazadores de obras de arte vigilados, qué ironía, por las cámaras de seguridad. ¿Alguien ha detenido la vista en las obras de arte que albergan los pasillos que conducen a la Capilla Sixtina?  

"La rosa púrpura de El Cairo" (Woody Allen)
El viaje que comenzó Alicia se complementa con la genialidad inversa de Woody  Allen: en  “La rosa púrpura de El Cairo” hizo a un personaje de cine cruzar la pantalla para iniciar su propia aventura en el patio de butacas. Un contraste similar al que existe entre la realidad aumentada, que mete a los Pokemons en nuestro salón, aunque haya visitas, y la realidad inmersiva, que desde el sillón nos sumerge en la angustia vital de los supervivientes de Fukushima. 


Si la inquieta Alicia cruzara hoy la pantalla de su hipotético teléfono quedaría atrapada en un grupo de WhatsApp, encontraría los deberes de Mates ya resueltos, compartiría en Instagram las fotos de EuroDisney.  Vencida la primera fascinación, no tardaría en percatarse de que apenas se topó con su vida deformada por el laberinto de espejos cóncavos y convexos que ella mismo construyó. Regresaría rauda a este lado, a la vez  aliviada y huérfana de universos por descubrir.  

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