miércoles, 10 de agosto de 2016

Ficcionario: Ignocracia

5.208.000 artículos acoge en este instante la Wikipedia en inglés, cerca de 1.800.000 en francés,  más de millón y cuarto en español, unos 231.000 el Vikipedio en esperanto. Suponiendo que la sabiduría fuera única y universal, su compilación se traduce en distintos tamaños para idiomas diferentes, aunque alojados todos en Internet. Suele decirse que gracias a la Red tenemos acceso a ignotas bibliotecas reales, también a la biblioteca de Babel de Borges, pero lo cierto es que preferimos otros destinos turísticos, y no debido al precio. La libertad reside en tener opciones más que en aprovecharlas: leer o no leer. Y sin embargo, no da igual. Lo primero puede ayudarnos a todos.  

Mariano Rajoy, que es precisamente la opción preferida de los españoles, recibió 7.215.752 votos en las elecciones de diciembre de 2015. ¿Les parecen demasiados? ¿Y comparados con otros líderes mundiales? Unos 19 millones de reproducciones había contabilizado en esas fechas el vídeo “Charlie Charlie Challenge” de El Rubius. Por ceñirnos sólo a la política, los 105.963 votos que recibió en mayo de ese año Rita Barberá como candidata a la alcaldía de Valencia van menguando frente a las casi dos millones y medio de veces que ha sido visto el remix de Iván Lago sobre su inspirador ¿discurso? del “caloret”.  

Si la comparación entre peras y manzanas (aunque puedan convivir) necesariamente conduce al absurdo, la asociación de conceptos como “cifras” y “democracia” nos pone a veces cara de pato, con el gesto contrariado de quien se quedó compuesto y sin wifi cuando la prórroga entraba en el último minuto.

Sin embargo, frente a interesadas posiciones elitistas, “mayorías” y “gobierno” mantienen una relación tormentosa pero por fortuna reversible. Porque los riesgos existen. La hegemonía de las emociones en la televisión y en las redes sociales transmite sin filtro miedos bien atizados, un puñado de estereotipos convenientes, “esto lo arreglo yo”, el alma del populismo, las trampas de Trump. Votar para desahogarse puede ensanchar ocho horas una sonrisa maliciosa pero, una vez aliviados los esfínteres sobre la urna, algunos resultados como el Brexit son tan perjudiciales como respetables.

En la peor de las aproximaciones, millones de ignorantes elegimos quién va a gestionar los asuntos de todos. Pero la propia conciencia de estos riesgos políticos constituye en sí misma un excepcional avance; a las dictaduras nunca les preocupó la ignorancia. Vale, ya lo enunció Sócrates, pero sólo han pasado dos milenios y medio.  

Tampoco descarguemos en Google las responsabilidades sobre la cosa pública. El buscador, tan capaz de encontrarnos múltiples soluciones ajenas a los empeños cotidianos, patina sobre los grandes asuntos de la existencia. Regala millones de ladrillos pero nos regatea los planos. Por ejemplo, al preguntarle por la “sabiduría” sin apellidos, el listillo global insinúa que puede interesarnos la sabiduría “virtuosa”, “interior”, “garantizada” o “popular”. Ante semejante exhibición, no sabemos/no contestamos. 

La sabiduría se sirve hoy líquida, en raciones a medida y para compartir.  Pero hay esperanza. Todas las versiones de la Wikipedia consultadas coinciden en que la auténtica Enciclopedia de la Ilustración, escrita en la segunda mitad del siglo XVIII, consta exactamente de 71.818 artículos. Al final el conocimiento solidifica y sedimenta. Es cuestión de días, meses, años, décadas, siglos. Tiempo. Justo lo que más echamos en falta.  

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