viernes, 5 de agosto de 2016

Ficcionario: Eurexit

Como eres tirando a pobre, pareces fuerte y no te quiero enfrente, te dejaré trabajar de segurata   y no preguntaré demasiado. Ese fue el mensaje que la Unión Europea lanzó como un salvavidas a Turquía para llegar en abril a un acuerdo, preñado de cifras, huérfano de personas, sobre la devolución de los refugiados. Tras los rifirrafes en los anteriores repartos al peso -baratwo, baratwo- la externalización del portazo. Trabajo sucio y ojos cerrados. Ni coraje queda en las instituciones comunitarias para asumir otro fracaso.    

La idea de una Europa común arraigó en la posguerra como un club comercial de países demócratas, se convirtió por la recuperación en un club de países prósperos, abrió después la puerta a los habitantes del Este poscomunista y preconsumista para transformarse en un club de países libres y ahora, a diferencia del Barcelona, no pretende ser más que un club. Con cuotas de pertenencia, vallas y vigilante junto a cada torno. ¿Derechos o desechos? ¿Y tantas libertades? Cuando la pobreza entra por la puerta, el amor –como los valores europeos- salta por la ventana. Lo cantaba, qué premonitorio, El Último de la Fila.

Esta mañana me duele Europa, siento bastante inflamado tras un golpe el apéndice turco y anda supurando un forúnculo allá por las islas. ¿Los efectos del Brexit? Llamémoslo mejor el final del Brexcaqueo. Hace años que Europa no emociona y en el futuro no encontrará quien la rapte. Ahora que el Viejo Continente luce Carta Magna, su ejemplo más conocido de soberanía ciudadana es el voto popular en Eurorisión. El himno más escuchado, el de la Champions. Fiesta y fútbol; las preocupaciones inmediatas de quienes tienen ya cubiertas sus primeras necesidades. 

Una definición desenfadada de Europa podría encarnarse en los festivos ritos iniciáticos de los Erasmus, una ejecución eficiente viaja en los maletines que aterrizan para las trajeadas citas del gris mediodía en Bruselas. El acuerdo de Schengen, que proclamó la libre circulación de personas, se ha visto desbordado por los flujos migratorios de la globalización y por el miedo al terrorismo. El último símbolo resiste en las billeteras. Pero con la moneda común cada país echa sus propias cuentas.

La Europa presente, a la que España debe su rescate bancario, sufre la irreparable paradoja del Estado del Bienestar: carece de un relato común para gestionar el malestar cada estado. Disfruta de la libertad en un retiro ensimismado. Ha conquistado una cierta igualdad y se ha tornado defensiva. La Unión clausuró siglos de guerras y, como en una maldición propia de tiempos de paz, zarpa al atardecer para ir empequeñeciéndose muy despacito hasta desaparecer por una esquina a Poniente de la Historia. Eurexit. 

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