“He visto a Bin Laden en Madrid, en un autobús de la línea 14” . Casi todos los periodistas hemos recibido alguna vez una llamada extraña en la redacción, de alguien que por lo general pretende ofrecer información o denunciar una injusticia. Pero la señora que telefoneó aquel día a la sede de CNN+ suscitó, además de sorpresa, comentarios poco misericordiosos. Su obsesión era comprensible. Osama el villano acaparaba todavía portadas y titulares en televisión.
El brutal y cinematográfico ataque terrorista a las Torres Gemelas había convertido al líder de Al Qaeda en el icono mediático del mal. Y de alguna manera parecía omnipresente. Cuando, semanas después del 11-S, George W. Bush desencadenó la invasión de Afganistán, la cadena catarí Al Jazeera difundió a continuación un mensaje grabado por Bin Laden jurando venganza contra los que participaban en la ofensiva, que definió como "una guerra de religiones".
Bravatas aparte, su liderazgo, progresivamente más difuso, no sólo inspiró las masacres de Nueva York, Madrid, Londres y Mumbai. También otros atentados frustrados -con explosivos ocultos en los zapatos o en los calzoncillos- que obligaron a extremar las precauciones en el transporte internacional. Bin Laden alentó además ataques y secuestros de ciudadanos occidentales en distintas partes del planeta. Su islamismo radical forzó a Barack Obama a tender la mano a los musulmanes moderados , su sangrienta peligrosidad sigue siendo utilizada para justificar Guantánamo. En los últimos años, sus soflamas amenazadoras apenas merecían una rápida mención en los informativos. Pero, como ha dicho el presidente estadounidense, sin su presencia, “el mundo es un lugar mejor y más seguro”.
¿Cómo convencer a la opinión pública? La Casa Blanca estudia mostrar las “atroces” fotografías del cadáver. Acabarán saliendo a la luz, como sucedió con la ejecución de Sadam Husein. (Su captura ya había sido convenientemente explotada por Washington). En la era 2.0, se antoja extraño que todavía no hayamos visto grabaciones de la operación de los comandos especiales que concluyó con la muerte de Bin Laden, ni de los ritos islámicos que, según la información oficial, precedieron al lanzamiento de su cadáver al mar. Por la importancia de la imagen, por la tranquilidad social que aconseja exhibir a los malos derrotados.
¿Hubiera sido mejor capturar vivo al líder de Al Qaeda y celebrar un juicio contra él?, ¿era posible?, ¿cómo pudo resistirse sin un arma en la mano?, ¿son lícitas las confesiones obtenidas bajo tortura que condujeron hasta su guarida? El director de la CIA , Leon Panetta, se ha apresurado a justificar el trabajo en los interrogatorios de sus denostados hombres. Los militares destacan el éxito de la arriesgada misión. Y con Guantánamo todavía abierto, el gran jefe Barack Obama sortea las preguntas mientras disfruta de una popularidad creciente.
Y la señora del autobús, ¿se da por satisfecha? Eliminado Bin Laden y por razones de seguridad, podría comprender la versión oficial o la ausencia de imágenes para no exacerbar innecesarios sentimientos de venganza. Pero tiene cierto derecho a conocer los detalles de las operaciones sucias, aunque necesarias, financiadas con fondos públicos. La transparencia fortalece la democracia, pero inmediatamente genera incómodos interrogantes. Y vosotros, ¿qué pensáis?, ¿cómo murió Bin Laden?, ¿transparencia total?, ¿o con qué límites? ¿por qué?...
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