En Illán de Vacas, Toledo, no hay batalla política. Frente al ardor con que se desarrolla la crucial campaña castellano-manchega, en esta localidad no hay mítines, carteles ni megáfonos, y no es fácil preguntar por el desencanto a los votantes porque, en realidad, es casi imposible encontrarlos. Apenas llegan a cinco, según el censo de 2009, si es que ninguno se ha dado de baja desde entonces. Por no haber, no hay rival para el alcalde y único concejal, Julián Renilla, que primero con AP-PDP-UL, y después con el PP, tampoco se cansa. Ha vencido en todos los comicios desde 1979. Hace cuatro años, se impuso por un rotundo 3 a 0, gracias a su papeleta y a la de sus compañeros –también parientes- de la mesa electoral.
A una hora de Madrid, a sólo 7 kilómetros de la A-5 , Illán de Vacas no se halla precisamente en el fin del mundo. Y aunque hace décadas que el tren dejó de pasar por allí, el municipio, uno de los más pequeños de España, cuenta con una escueta página en la Wikipedia. El buzón de Correos, amarillo rabioso, promete “recogida diaria”, aunque semejante desierto humano sugiere más bien que el cartero no tiene quien le escriba.
Si el reloj de Illán no se ha parado, el termómetro sube. En el mediodía de una primavera toledana, el sol se derrite por las tapias encaladas, abrasa las calles polvorientas. Un coche, cinco forasteros, casi una invasión, ninguna contestación más obstinada que los sonidos campestres. Sólidos portones cerrados a cal y canto, verjas y candados, un ayuntamiento inexpugnable. En la única casa que parece habitada, batida por una cortina de plástico para espantar las moscas, tampoco responden. Hace años que el señor Cayo de Miguel Delibes dejó atrás las ruinas del éxodo rural y marchó a la ciudad. Quizá vuelva el próximo fin de semana. Para votar.
Con los viñedos de fondo, Illán de Vacas se asemeja a un decorado del realismo mágico castellano. Las preguntas de mis hijos, haciendo de extras - “papá, ¿aquí no vive nadie?”- , no arrancan más respuestas que un eco espectral de ladridos, balidos y mugidos. Una lagartija reblandecida se aleja presurosa, sin duda disgustada por semejante ataque de reporterismo familiar. Momento turista. Fotos conmemorativas en la entrada del pueblo. Un Maserati oscuro que irrumpe en el camino, su conductor sorprendido por la presencia de visitantes. “Perdone, ¿es usted el alcalde?” “No, pero me ha tocado presidente de mesa…”. Apretón de manos. “Soy periodista…” Frenazo al sensacionalismo. “El coche no es mío, es de mi cuñado, que ya se ha quedado conmigo el de la gasolinera…”
Javier, empleado de banca en Madrid, vecino –pared con pared- del alcalde. “A las ocho de la mañana llegará la Guardia Civil , constituiremos la mesa, abriremos el colegio… y hasta que votemos, a las ocho de la tarde; no esperamos a nadie más”. En las generales de 2008 se contaron tres papeletas; en las europeas de 2009, dos. Una para el PP, la formación del alcalde, y otra, para UPyD. Empate. El desconcierto del primer edil, mirando al segundo votante. “¿Quién ha votado a otro partido?”. “Julián, ¿tú que crees? ¿cuántos somos?”. “No me jodas…”
A Javier le preocupa más la crisis que el sentimiento de fatiga general hacia los políticos. "El último que vino fue Adolfo Suárez Illana. Pero, por lo menos, aquí no nos dan el coñazo”.¿Y los periodistas? “Un año, al salir del ayuntamiento, vimos un enorme camión con una antena desplegada. Nuestro escrutinio, con datos reales, era el primero de España. Salimos en muchos medios”. Todo indica que el próximo domingo habrá de nuevo suficiente sitio para las unidades móviles de las televisiones.
El municipio no genera, según Javier, déficit ni superávit. ¿Saldrá adelante? “Tenemos más habitantes, pero empadronados en otros lugares, y algunos fines de semana la calle se llena de chiquillos”. Las casas que han sobrevivido al abandono, -ni un cartel de “se vende”-, se alinean a lo largo de la calle principal, como intentando poner puertas al campo, frenar el avance de la maleza. “El día de los difuntos aparece gente que no conocemos a dejar flores en las tumbas”. Un vistazo al cementerio certifica que entre las tapias de la vida eterna hay más censados –“diez o doce”- que en el propio ayuntamiento.
Para que no falte de nada, el pueblo pudo tener hasta vida nocturna. “Hace años intentaron comprar la Iglesia , que en realidad es del arzobispado, para poner una discoteca, nos negamos, y menos mal…” Entre el silencio y la solana, es difícil imaginar los coches desordenados, el estrépito de los altavoces y las luces de neón. Es difícil imaginar a Javier y a los últimos de Illán desvelados un sábado cualquiera, quizá el próximo, meditando un voto decisivo. Porque las encuestas realizadas por sus calles desiertas vaticinan que el resultado dependerá, claro, de un par de papeletas.
La Iglesia que pudo ser discoteca |
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