“Que la vida iba en serio”, escribió Jaime Gil de Biedma y hasta ahora casi nadie ha podido desmentirlo. Apagada la juventud, sentenció el poeta, se alejan los sueños. La edad y las preocupaciones acaban reduciendo a la cordura incluso a los más disipados habitantes del Primer Mundo. En cuanto a los demás, bastante tienen con sobrevivir y evadirse. Así que a falta de aspiraciones propias, a veces depositamos nuestras esperanzas en once futbolistas que, paradójicamente, ya han resuelto su existencia con los pies.
Para muchos aficionados, para tantos entrenadores, algunos tan reputados como Capello o Mourinho, el fútbol es cuestión de vida o muerte. Embarcados en ese trágico dilema, se ven abocados a ganar o a ganar. Como sea. Por puro sentido práctico, por una cuestión de supervivencia. En su balance sólo caben la victoria o la derrota, propia o incluso ajena. La felicidad descansa en el marcador, en la clasificación, en el número.
Pep Guardiola lo ha ganado todo y sin embargo no ha perdido la sensatez. Hace unos meses, preguntado insistentemente por su renovación para la próxima temporada, aseguró que la primera preocupación de la gente es el paro. El miércoles, su lúdico Barça cayó eliminado de la Champions frente al Inter de Milán. Y muchos aficionados, más que un resultado que no fue injusto, sentimos la decepción de no haber visto a sus jugadores hilar versos por el campo. Ellos no disfrutaron; nosotros, tampoco. Pese a tanto sufrimiento, la Tierra, nuestra gran pelota, no ha dejado de girar.
A la hora del partido, mientras las audiencias millonarias permanecían concentradas frente al televisor, un hombre solo y gravemente enfermo yacía sobre la nieve a 7.600 metros de altitud, cerca de la cima del peligrosísimo Annapurna, en la cordillera del Himalaya. El último intento de rescate, en helicóptero, llegó demasiado tarde. Su cadáver permanecerá enterrado en la montaña.
Tolo Calafat pertenecía a la extraña estirpe de los himalayistas. Montañeros que, de alguna manera, viven jugando… al borde del precipicio. Dos años antes había perecido en la misma cumbre Iñaki Ochoa de Olza. Ambos murieron en circunstancias dramáticas, pero arropados por el calor de todos los compañeros y sherpas que, ajenos a cualquier sentido práctico, a cualquier instinto de supervivencia, arriesgaron hasta el límite sus propias vidas para ayudarles. No, la vida no es un juego, aunque a veces podemos elegir las reglas. “Yo no quiero que mis hijos sean abogados, lo que quiero es que sean felices”, afirmó la la madre de Iñaki Ochoa en el extraordinario reportaje que el periodista José Larraza realizó para “Informe Robinson”.
Precisamente, a finales de febrero, Pep Guardiola proyectó ese vídeo a sus jugadores para motivarles después de una derrota. El jueves por la mañana, la eliminación del Barcelona y la tragedia en el Annapurna compartían portada en algunos periódicos. Se acaba una emocionante Liga, comienza un esperadísimo Mundial. Es necesario recordarlo: el fútbol no es una cuestión de vida o muerte. Bien lo saben los poetas.
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