José Luis está paralizado. Hace dos años no veía indicios de recesión económica, más tarde la negó, y cuando acabó por admitirla, era tan grave que no sabía cómo afrontarla. Mientras las cifras del paro empeoran y la ansiada recuperación se retrasa, el presidente del Gobierno añora aquellos tiempos en los que, con acierto o sin él, marcaba la agenda política. Ahora va a remolque. Nadie sabe hacia dónde.
Desde la ventana, José Luis observa melancólico los jardines de la Moncloa. De vez en cuando sale del despacho, anda y desanda el pasillo, recorriendo la distancia simbólica entre los ajustes presupuestarios exigidos por Bruselas y su propia promesa de respetar los derechos sociales. Así hasta que, cansado, se refugia de nuevo en su escritorio y se sienta a esperar unos consensos todavía lejanos. Su última propuesta, un pacto de Estado para salir de la crisis, encogió hasta convertirse en un conjunto deslavazado de medidas, quizá deseables, pero que no transformarán la estructura económica de nuestro país.
José Luis no se desespera. Estos días aguarda optimista los resultados del diálogo social. Entre propuestas y desmentidos, para cuando surja el acuerdo o se rompa la negociación, muchos países habrán salido de la crisis e impulsarán de rebote nuestra insostenible economía. Con un poco de suerte, no tendrá que tomar decisiones traumáticas antes de las elecciones. ¿Y aquellas reformas tan necesarias? Mejor más adelante…
Mariano permanece inmóvil, petrificado. Hace año y medio se destapó una red corrupta anudada a las principales Comunidades que gobierna su partido. Él se tapó los ojos, prefirió hablar de casos aislados, de jueces tendenciosos, de policías y fiscales con intención política. Hasta que fueron apareciendo cuentas, regalos y confidencias sonrojantes. Mariano, flemático, se ancló entonces en el silencio. Y con gracejo y desparpajo, Esperanza Aguirre, salpicada por el escándalo, ha ido robándole la iniciativa.
Desde el balcón de Génova, Mariano recuerda emocionado la fidelidad de sus votantes y sus indesmayables gritos de ánimo pese a las dos derrotas electorales consecutivas. Fumándose un puro, deambula en círculo por su despacho, intentando decantarse entre unas destituciones que podrían desatar revelaciones comprometedoras o el riesgo incómodo de que la verdad resplandezca, más tarde que pronto, en los tribunales. Por eso no se angustia. Si, a lomos de la recesión, vence en los comicios, la red Gürtel pasará a según plano. Y si pierde, todo dará igual.
José Luis y Mariano, Mariano y José Luis son líderes afortunados. Parecen preocupados, aislados, y sin embargo se regalan consuelo el uno al otro. Los dos desgranan los días atrapados entre el análisis y la parálisis, mientras los ciudadanos, cansados de su inactividad, también empezamos a dudar entre la abstención o el voto en blanco.
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