Luis Roldán salió de la cárcel con gorra y bufanda, como un ciudadano de a pie. Nadie le esperaba. Era temprano y hacia frío. Aun así, el ex director de la Guardia Civil se detuvo unos minutos para declarar a los periodistas que, por supuesto, no sabía nada del dinero que presuntamente robó y que dos décadas después continúa desaparecido.
Acabado el breve interrogatorio, Roldán reanudó la marcha, dejando atrás un pasado de coches oficiales, de formaciones en estado de revista, de comisiones a manos llenas, de pasaportes falsos, culminado con una rocambolesca detención en el sureste asiático. Cuando se descubrieron sus engaños, amenazó con tirar de la manta. Pero debajo sólo había años de prisión y repudio social. El 19 de marzo, reivindicando su cuestionada honradez de pensionista, se subió a un autobús urbano y desapareció hacia el futuro.
Jaume Matas llegó andando al Tribunal de Palma cuatro días después. A las nueve de la
mañana de un templado martes de primavera. La americana y la escolta del responsable de seguridad realzaban la dignidad de cargo público, de gesto inmutable ante los abucheos. Acompañado de su abogado, repitió el recorrido los días siguientes. Pero sus pasos, más apresurados, fueron perdiendo seguridad.
Afincado en Estados Unidos, el ex ministro y ex presidente de la Comunidad balear no quiso rememorar las costosas campañas electorales, ni sus fructíferas relaciones con empresarios e inversores, ni las moquetas de la Moncloa, ni su lujoso palacete, ni su incremento patrimonial, ni su bien remunerado retiro. Tan solo admitió que solía pagar con dinero negro. El juez le impuso tres millones de fianza. Acorralado, Matas intentó tomar un autobús hacia el pasado, desaparecer. Pero el conductor no le permitió subir. No tenía cambio de 500 euros.
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