“Tenemos los datos de Bruselas…”. Aplausos. “Y a esta hora empiezan las marchas en América”. Más aplausos. Con la fuerza del número, los indignados han asaltado otra vez las portadas, robando protagonismo a las encuestas sobre unas elecciones sin emoción. Cientos de miles de manifestantes, decenas de ciudades en todo el planeta. Entusiasmo por el número, la exhibición cuantitativa, la metáfora por definición del éxito. Cuidado. Esta euforia por las cifras provocó un infarto en el sistema económico global.
Frente al individualismo, a la carrera por el saldo bancario, vuelven a reivindicar los revolucionarios del 15-O el retorno a la conciencia global. Expresando un malestar difuso y pacífico, lejanamente emparentado con las dolorosas piedras palestinas o con las sangrientas revueltas árabes. Inventando proclamas civilizadas y sentimentalmente de izquierdas, aunque abiertas a cualquier batalla contra el abuso. Un movimiento que no es comparable al 68, y no obstante comparte con el mito paterno la sensación, veremos si cierta, de que todo puede ser posible.
Denuncian los justicieros el secuestro del sistema. Claman contra la democracia que traicionó su raíz igualitarista, contra la falacia de un crecimiento económico ilimitado que iba a distribuir dividendos para todos y ahora reparte derramas. Se levantan frente a las expectativas defraudadas, frente al miedo a la exclusión social. Y al okupar edificios abandonados, afirman con medios evidentemente ilegales el interés público por encima de los bienes privados.
Defienden estos insurrectos su asamblea horizontal, colaborativa e inspirada en Internet, muy enriquecedora en el debate, tan paralizante en la ejecución. Reivindican, sin duda equivocadamente, la preeminencia de la calle sobre el Congreso que les representa, aunque no se sientan representados por los diputados que allí se sientan. Pero la transformación de las normas comunes pasa necesariamente por el respeto a esas normas.
Desafiantes, los contestatarios vuelven a tomar las plazas en días de mítines y candidatos. ¿Por qué no iban a hacerlo? En mayo subrayaron en la agenda los privilegios injustificados de algunos cargos públicos y los abusos de directivos que hicieron de sus cajas un cortijo. Pese a carecer de portavoz único y de una estructura organizativa vertical, han conseguido introducir en algunos programas políticos la reforma del sistema electoral, hacia una mayor representatividad, y distintas medidas para evitar que la crisis convierta a las hipotecas en una pena de cadena perpetua.
No comparto algunas actuaciones del 15-M y, como sus integrantes, condeno la violencia minoritaria en sus protestas. Pero cuando Esperanza Aguirre intenta justificar los recortes educativos apuntando a la camisetas verdes de los sindicatos, o cuando José Blanco se escuda en su condición de creyente frente a una pregunta sobre supuestas corruptelas, siento que desde las aceras un grupo de ciudadanos defraudados está planteando cuestiones muy oportunas a unos representantes encastillados en sus mensajes, empeñados en lo superfluo, ensimismados con sus moquetas. Y me resulta reconfortante.
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