Hace meses que a Mariano le comió la lengua el gato. El presidente del PP calla el lunes y el martes, y el miércoles metódicamente vuelve a callar. Y si un sábado cualquiera, qué remedio, le toca hablar, tampoco dice nada. No es que el candidato popular sea maleducado, a lo sumo huidizo con los periodistas. Tampoco pretende ganar las elecciones sin bajarse del autobús. Al contrario, le han explicado que va a ganarlas precisamente por no bajarse del autobús. En cuestiones de elocuencia, ya dictan sentencia las encuestas (hoy en El Mundo y en La Vanguardia) que pronostican la mayoría absoluta del PP y el desplome socialista.
El que no habla reduce las posibilidades de equivocarse. Este fin de semana, durante la convención política de su partido en Málaga, Rajoy ha evitado deliberadamente especificar sus recetas para crear empleo. No parece lógico: el crecimiento desaforado del paro se ha convertido en el argumento central de su campaña. Pero es mucho más fácil destruir que construir.
El que no habla reduce las posibilidades de equivocarse. Este fin de semana, durante la convención política de su partido en Málaga, Rajoy ha evitado deliberadamente especificar sus recetas para crear empleo. No parece lógico: el crecimiento desaforado del paro se ha convertido en el argumento central de su campaña. Pero es mucho más fácil destruir que construir.
La noticia que buscaban los populares no era tanto el programa –argumento para los ya convencidos- como la imagen de unidad, comprensible para todos los públicos. Unidad indisoluble ante una victoria inexorable. Hasta Aznar elogió al sucesor que inicialmente designó y luego no consiguió ningunear. Mariano, aunque mudo, huele a Moncloa. En su discurso del sábado se acogió a los sonoros valores de los líderes carismáticos: concordia, unidad, esperanza. Pero tanto silencio estimula que otros le tomen la palabra. Y el expresidente aprovechó el jueves para bajar del autobús a gritos, acusando al Gobierno de suplicar a ETA el fin de la violencia. Prefirió ignorar que Zapatero ha puesto a los terroristas contra las cuerdas –aunque lamentablemente no lo parezca- y que el PP sostiene a los socialistas en el gobierno vasco. No, Aznar nunca quiere callarse y ese el principal riesgo para el empecinado silencio de Rajoy.
En la otra orilla, Alfredo no ha parado de hablar desde mayo. Habla en los periódicos, en las radios, en las televisiones y de vez en cuando hasta por Twitter. Tiene tres virtudes: es didáctico, incisivo y suele dar titulares. Así que no calla. Enfrentado al reto de una improbable remontada, preso de su hiperactividad, propone medidas intentando marcar la agenda desde la izquierda. Una tasa que grave los beneficios bancarios, el impuesto sobre las grandes fortunas, la promoción de la paridad entre los directivos de las empresas, la eliminación de las diputaciones, las reformas en las listas electorales o la prohibición de que los políticos puedan cobrar más de un sueldo público.
Rubalcaba ha hecho bandera de la defensa del Estado del Bienestar. Una causa simbólica y emblemática para el electorado socialdemócrata. Pero el pasado fin de semana, en la convención del PSOE, pretendió entrar a saco contra el aumento del paro y planteó, ni más ni menos, “un gran pacto nacional por el empleo”. ¿Con qué contenido, por qué no antes, durante su prolongado paso por el ejecutivo? Suena a casi nada. Después de reformas y rectificaciones laborales, después de que las estadísticas de la EPA y el INEM trituren las esperanzas de recuperación, el discurso subyacente se revela demoledor: su partido no tiene soluciones propias contra el problema más grave de la España actual.
Al candidato socialista le ha comenzado a desfinar el coro. Zapatero impuso el silencio interno, consintiendo los codazos que dejaron a Carme Chacón fuera de las primarias. Pero luego algunas de sus decisiones –de la reforma constitucional al escudo antimisiles- se han desmarcado de la línea del candidato. En las últimas jornadas, los votantes han contemplado la poco estética lucha por los menguantes puestos en las listas que garantizan la elección. Pugnas, finalmente resueltas, entre generaciones, entre corrientes, entre hombres y mujeres.Y aunque todos posan sonrientes alrededor del sprinter Rubalcaba, los movimientos soterrados minan su imagen de artífice del milagro para retratarle pese a sus méritos como el administrador de la derrota.
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