“Después de Franco, las instituciones”, solían afirmar sus más fieles seguidores en los estertores del dictador. Lo que nunca imaginamos, es que 33 años después de su muerte, el valeroso-y-católico-pero-no-totalitario militar, según Luis Suárez, hubiera dejado atado y bien atado su paso a la Historia de nuestro país. Una transición relativamente exitosa y una democracia asentada no han impedido que el general africanista haya estado a punto de ganar, como el Cid, su última batalla después de muerto.
Empezaré con un reconocimiento a los investigadores que hicieron bien su trabajo en el muy criticado Diccionario Biográfico Español. Lo que voy a escribir no se refiere a ellos. La polémica por el sesgo sospechosamente favorable a los golpistas en varias entradas relativas a la Guerra Civil no se agota con el repudio de las ideas escasamente democráticas de sus autores. Podrían defenderlas, bajo su firma, en una monografía o en un artículo. Pero, desde mi punto de vista, nunca en una obra colectiva que requería un consenso historiográfico.
Cuando una crisis de imagen como ésta no se afronta con honestidad y argumentos, aumenta y aumenta hasta acabar estallando. Al final, este intento –tan necesario, tan estimulante- de construir una obra de referencia ha sobrepasado a sus promotores. El presidente de la Academia , Gonzalo Anes, que figura como coordinador científico del Diccionario, hizo mal su trabajo. Por razones que no ha explicado, prefirió no importunar a otros miembros de número y ahora se enfrenta al juicio, nada piadoso, de la opinión pública.
Libertad para elegir. Al menos en lo relativo a la Historia Política de la Edad Contemporánea , no se cumplió el compromiso, expresado en la web oficial, de que cada Comisión seleccionaba a los biografiados, elegía a los autores idóneos y revisaba sus aportaciones. Un profesor de Historia Contemporánea me ha confirmado que, al menos en lo relativo a esta época, los académicos tuvieron prioridad para elegir a sus biografiados. Esto explicaría que un insigne medievalista como Suárez Fernández, agradecido a la familia de Franco, asumiera su perfil. ¿Estaba capacitado? Claro, pero fuera de la institución había especialistas más competentes. Cuando se les invitó, algunos se negaron, por entender que sus personajes eran menores, ajenos a su campo de investigación o que el ofrecimiento se hacía por compromiso.
Libertad casi total para escribir. Porque la norma de “evitar valoraciones” no se ha cumplido. Y nadie hizo nada. El perfil de Franco, por desgracia, no es el único panegírico soterrado. Que la biografía de Rita Barberá –¿era necesaria?, ¿cómo será la de Rubalcaba?- la haya escrito -como ha adelantado el diario "Levante"- una colaboradora de la alcaldesa de Valencia parece científicamente fuera de lugar. Y lo mismo digo si esta práctica se ha aplicado a figuras de la izquierda. La suma de errores puede equilibrarlos, pero rara vez da como resultado un acierto global.
Ahora, acuciada por la polémica y por la presión gubernamental, la Academia accede a revisar "a la mayor celeridad" algunas voces, ampliándolas. Otra salida de compromiso para que nadie pueda quejarse de que le han cortado un texto. A estas alturas, confundir la censura con la coordinación editorial imprescindible para una iniciativa de estas características es un disparate que ha devaluado lamentablemente el prestigio de la institución.
Otra tergiversación: la alusión de Anes al revisionismo impulsado por la memoria histórica. Los fallos son fallos, y al descubierto están. Es incomprensible que, en 2011, siga habiendo muertos en las cunetas, salvo que sea una decisión de sus herederos. Es incoherente que el Gobierno haya abierto la puerta a su exhumación y no haya aportado el dinero necesario, defraudando las esperanzas de sus familiares. No me parece mal una reparación moral –nada más pero nada menos- para los que murieron defendiendo una democracia desbocada, pero más legítima que el golpe de Estado que la derribó. Y, por mí, hasta aquí. Dejemos de mover estatuas y de cambiar el nombre a las calles. La Historia ocurrió como ocurrió y hay que explicarla, no borrarla.
Es prioritario corregir –con rigor científico, no con voluntarismo presentista- los desafueros que pudieron convertir el Diccionario Biográfico en una agregación de vidas de santos. Pero tampoco despreciemos esta experiencia. Porque refleja uno de los pecados de muchas de nuestras instituciones, en las que el gobierno de todos no ha generado a menudo el gobierno de los más capaces, ni siquiera de los más independientes, sino que ha degenerado en un intercambio de cuotas de poder.
3 comentarios:
Muy buena entrada, junto con la anterior. Si algo hace falta en este país es un poquito de rigor.
Y ese azul de la portada... ¿era necesario? Yo les dejo una carta de colores si hace falta.
No he leído el Dicccionario Biográfico, pero sí bastante sobre la polémica que ha generado en España. Lo que falta es independencia de criterio ¿no? y como dice Gooseboy más rigor.La historia es la qué es, pero si se deja rodar la bola vete tú a saber lo que quedará dentro de, por ejemplo, 500 años. No quiero ni imaginar algunos posibles escenarios. Ya sabemos que todo se puede reescribir y cada uno leer una cara del prisma. Por cierto ¡menuda goleada de la roja contra eeuu!. Un placer
De acuerdo, Gooseboy, la palabra clave es rigor. A lo largo de la carrera, los manuales clásicos eran los de estos autores... son autoridades, cada uno en lo suyo, y de forma colectiva han mostrado poca profesionalidad.. A la cuestión de fondo se suma el manejo de la crisis.. Decía Anes ayer -una semana después de que se iniciara el lío- que todavía no había leído la biografía de Franco... pues vaya...
Y Tana, claro, independencia de criterio. A mí que hayan tratado en el mismo tono laudatorio a biografiados de la izquierda no me arregla nada....Esta era una obra científica, concebida para perdurar...En fin, espero que puedan arreglar el desaguisado, porque, en general, hay gente enormemente cualificada... Un abrazo y gracias.
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