miércoles, 20 de abril de 2011

La pelota y la palabra

Por una vez, haré caso a Mourinho. No seré hipocrita ni ocultaré datos: su personalidad se me atraganta. Honestidad periodística. Si Guardiola encarna un estilo, "The Special One" representa un resultado, casi siempre positivo. Y para conseguirlo, todo vale. Desde su llegada al Madrid, el entrenador portugués, un ganador nato, ha preparado con denuedo la derrota, abonándose a la teoría de la conjura planetaria. El césped del Bernabéu, el papel de Valdano, los entrenadores rivales, los dictámenes médicos, la directiva reticente a ficharle un "9", el calendario, por supuesto los árbitros y hasta los informadores. Las ocho fuerzas del mal conchabadas para situarle a ocho puntos del Barcelona en la Liga. También seré objetivo. Además de reconocer sus méritos, los periodistas le necesitamos: crea polémicas, regala titulares, vende portadas. Pero su protagonismou me resulta agotador.

Hace algo menos de quince años comencé mi tardía carrera trabajando en la redacción de Deportes de Canal Plus. Un dia, a mitad de la Liga 96/97, preparando un vídeo para la previa del partido del domingo, descubrí que cuando Guardiola y De la Peña habian jugado juntos de salida, el Barcelona siempre había vencido. El talento suele asociarse y los dos inspirados peloteros contaban con un fomidable aliado: el deslumbrante delantero brasileño Ronaldo, recién llegado del PSV holandés. El conjunto azulgrana estaba entrenado por Bobby Robson; su segundo, con funciones de ayudante y traductor, se llamaba José Mourinho. Pese a sus estrellas, los culés no consiguieron la Liga. Fabio Capello conquistó el título para el Real Madrid. Entre sus armas, la eficacia del cerrojazo y el peligroso tridente conformado por Suker, Mijatovic y Raul. Tampoco estaba mal.

En la era post-Cruyff, sacudida por el doblete atlético, el canon futbolístico español se debatía entre los partidarios del coriáceo seleccionador Javier Clemente y los seguidores del ilustrado y discursivo Jorge Valdano. Ganar o jugar bien eran los términos de aquel falso dilema. Porque los que acunaban el balon con virtuosismo lo hacian precisamente para imponerse. Al final, entre mil factores y el azar, la única certeza es que la posesion de la pelota impide las ocasiones del rival. ¿Antídoto? Defenderse con orden para generar y aprovechar velozmente los fallos del rival. Aquella temporada, Mourinho aprendió de Capello la rentabilidad del marcador. Más tarde, junto a Van Gaal, "siempre positifo", tuvo ocasión de transitar desde el altar culé a al victimismo en las ruedas de prensa. 

Ante esta serie de choques clásicos de magnitudes telúricas - tres titulos en juego-, ante esta nueva guerra de paradigmas, tanto Mourinho como Guardiola son conscientes de que ser fiel a uno mismo no garantiza el exito, aunque sí, y no es poco, el reconocimiento. Cuando se alza una copa, ¿importa la justicia poetica?, ¿es necesidad o capricho?, ¿por qué sólo se la invoca tras la victoria? Hoy, hasta el elusivo técnico culé se ha dado cuenta de que contra los goles contrarios no caben argumentos. Él reclama la pelota; Mourinho por ahora se aferra a la palabra.

El deporte se entiende mejor a partir de los antagonismos. El barcelonista apuesta por la cantera, no suele quejarse y renueva de año en año; el madridista reclama incorporaciones necesarias, martiriza hasta a su propio club y se ha aficionado a pegar la espantada. El portugués, no cabe ninguna duda, se ha retratado como eficaz en las situaciones limite que él mismo contribuye a crear. Aunque frente a la insolente perfección de Guardiola, su carácter humano, demasiado humano, merece al menos comprensión. Me gustaría ejercer de Mourinho con la hipoteca y de Guardiola para invertir. En medio de la crisis, ¿cuál de los dos sería el ministro de Economía idóneo?, ¿y el del Interior?, ¿quién derrocaría antes a Gadafi? Puedo imaginar a Guardiola como un juez comprensivo y a Mourinho como implacable fiscal pero ¿por quién optaría para defenderme de una condena a muerte?

Gracias a Mourinho por ser un ganador tan especial; gracias a Guardiola por su insobornable normalidad. Al final, en las curvas de la vida, reconozco que una mañana lejana quise ser un Pep y algún atardecer reciente me ha sorprendido con el rostro disgustado de José. Podríamos seguir hasta el infinito, incluso rebuscando en los recodos de la familia, ¿a quién prefeririamos como suegro y como yerno? Dejémoslo aquí. Cuando las preguntas empiezan a repetirse, se acabó el bla-bla-bla. Que hable el balón.

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