Una llamada. El gesto preocupado del periodista al colgar. De repente, un corrillo en la redacción. Carreras nerviosas, el volumen de los televisores, zapping. Más llamadas. Algún gruñido. “Coño, eres el tercero que me telefonea, así no puedo confirmarlo”. Cálculo de riesgos. “¿Y si lo damos ya?” “Tampoco hay teletipos”. Las primeras tentaciones. “En Internet ya lo han colgado”. La pregunta: “sí, pero a quién están citando?” El visto bueno, a gritos. “¡¡Adelante!!”. La llamada definitiva, casi costumbrista. “Creo que voy a regresar tarde a casa…”. Y un titular, deferencia a la familia que tan pacientemente nos aguanta. “Se ha estrellado un avión en Barajas”, “parece que ha muerto Michael Jackson” o “terremoto bestial y alerta de tsunami”.
Editar información continua resulta algunos días infernal. Justo cuando merece la pena. Horas y horas bajo una torrentera de datos, de imágenes impactantes, pendientes de testimonios “que-tienen-que-salir-ya”. La noticia de alcance, en un lugar bien comunicado, desemboca en un directo televisivo sin guión previo ni duración prevista. La información circula a toda velocidad, brincando de boca en boca, de móvil en móvil –ahora también en Twitter- , rebota a los diarios digitales, salta al plató. La verdad, confusa al principio, va perfilándose, extrayéndose con fórceps de un ovillo de detalles contradictorios (¿cuántos heridos?), de versiones que no concuerdan (¿fallecido o clínicamente muerto?) y anuncios desmentidos (¿cómo que no hay comparecencia?). Filtrar, jerarquizar, distribuir. Acelerar sin acelerarse. Peor están, siempre, los protagonistas involuntarios de la noticia y, en segunda instancia, los periodistas sobre el terreno.
Recordemos el 11M. 192 muertos y, siete años después, una batalla abierta. Primera cuestión: los hechos. Los datos conocidos avalan la actuación policial, la instrucción judicial y la sentencia. La autoría islamista de la matanza está probada. Las sospechas no alcanzan hoy otra categoría. En segunda instancia, ya sabemos, la lectura política. ¿Hicieron perder los atentados las elecciones al PP? Sin duda, influyeron. Pero, ¿influyeron los atentados o los tejemanejes del gobierno de Aznar, estirando contra las primeras evidencias policiales su hipótesis sobre la autoría de ETA? La gran pregunta: ¿quién intentó manipular?
El 13 de marzo de 2004, pasadas las seis y cuarto de la tarde, cuando los rumores cada vez más intensos sobre las primeras detenciones no habían sido difundidos, unos gritos airados procedentes de un monitor sacudieron a los periodistas que trabajábamos en la redacción de CNN+. Era la señal de la cadena internacional APTN. Manifestación ante la sede nacional del PP. Decidimos sacarla al aire. Un directo muy caliente en plena jornada de reflexión. “Queremos la verdad antes de votar”, “las bombas de Irak estallan en Madrid”. Llamadas. Tensión, nervios, alguna imprecisión. Lo normal en los días infernales.
La protesta subía de tono, iba prendiendo en otras ciudades. A las ocho, el ministro del Interior, Ángel Acebes, compareció para anunciar la detención de dos hindúes y tres marroquíes. Luego habló Rajoy, y Rubalcaba, y hubo más conexiones, y de nuevo Acebes pasada la madrugada, reconociendo –a buenas horas- que Al-Qaeda se atribuía la matanza. Entre esa amalgama de elementos, ofrecidos en directo, con los nervios de punta, la verdad iba decantándose, viendo la luz con fórceps, para desmentir al Gobierno.
“Hemos perdido por vuestra culpa”. La acusación se dirigía contra el redactor de CNN+ enviado el 14 de marzo a la sede del PP para informar sobre el desarrollo de la noche electoral. “Televisión, manipulación; grupo PRISA, España no se pisa”. Los gritos de cientos de personas congregadas unos días después, en el mismo lugar, para protestar contra lo que consideraban el robo de una victoria electoral cantada. Ahí estaban, insultándonos en nuestro propio canal, testigo y protagonista al mismo tiempo.
13 de marzo de 2011. ¿Manipulación sobre la autoría de los atentados? Otros la intentaron, sin éxito. Los ciudadanos informados no suelen dejarse engañar. Ni entonces ni ahora. ¿Protestas orquestadas, conspiración electoral contra el PP? Un insulto a los votantes. En democracia, el cliente siempre tiene razón. Entonces, ahora y por supuesto en el futuro.
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