viernes, 25 de marzo de 2011

De Chabel a Google

Sexo fácil en Facebook, viajes baratos y descargas gratuitas. ¿Qué más quiere, señor Google? Detenga un momento el algoritmo mientras acabo de etiquetarme. Le propongo un pacto de no agresión. Usted me sitúa arriba, que estoy buscando curro, y yo evito las insinuaciones sobre monopolio.  ¿Que me lee poca gente? No se engañe, lo importante no es la cantidad, sino las experiencias. Un bloguero suele ser experto en algo. Yo, como el Bar Chabel del amigo Ángel, en el servicio a los clientes. Hasta ahora nadie se ha quejado. Y si alguno lo hace, ingratos también hay, juraré por Steve Jobs que son los nimios inconvenientes de la imprescindible y  beneficiosa interacción.

Me encuentro en plena conversión digital, no llegué a tiempo de ser nativo (mi parto se adelantó 30 años), pero en cuanto me muevo asoman tras el portátil las arrugas del aborigen analógico que llevo cincelado en el ADN. Trasnochado e inmutable, de-los-de-to-da-la-vi-da. El miércoles, sin ir más lejos, la mano derecha me delató. Al entrar en un curso de Comunicación 2.0, cogió, en rápido gesto reflejo, un periódico. De papel. Antiguo y unidireccional, de-los-de-to-da-la-vi-da. Rápidamente (¡¡¡niña, caca!!!), lo eché en un bolso del chaquetón, junto a la libreta, la agenda y la acreditación. Todo tan físico, tan poco táctil… Mis amigos solían decir que, a cualquier hora del día (o de la noche) siempre aparecía con un diario bajo el brazo. Yo les contestaba que era por si acabábamos en un encierro. Lo siento, no puedo imaginar a los mozos citando al toro con el Ipad. Y mira que tiene aplicaciones…hasta grasientas...






Soy consciente; necesito mejorar mi posicionamiento. A la hora del café me encontré solo y lejos de los camareros. Como Zapatero en Bruselas, pero sin Moratinos para acompañar con un segundo silencio. Otro periodista, felizmente reorientado hacia el futuro, acudió en mi auxilio. Cuando educadamente me tendió su tarjeta, me percaté de que las mías estaban guardadas en casa. (No vayan a acabarse). Puse interfaz de idiota y prometí mandarle un mail. Lo haré ahora mismo. Atrás quedaron aquellas noches de garabatear el  teléfono de una chica  –siempre sin nombre, ¿por qué?-  en la servilleta arrugada de un garito y no poder llamarle. (¿Era Margarita o Magdalena?: anda, Google, listillo, lúcete). Por la tarde, tuve que salir corriendo y tampoco pude profundizar en el networking cervecero. Primera conclusión: falla el factor humano. Resetear. ¿O directamente formatear?

También tendré que modernizar los cachivaches. Aunque los cassettes siguen confinados en el trastero (http://cort.as/0h5I), no parece demasiado cool asistir a un seminario 2.0. con un ordenador sin Internet. Confiaba en la wifi, pero no pude conectarme en todo el día; a cambio, mis seguidores de Twitter disfrutaron de #undíasinsanti. ¿Y el smartphone?  Pronto. El móvil actual, smurphone –teléfono pitufo- , va a pedales pero por desgracia parece suficiente. Sólo recibí una llamada durante las sesiones y ni siquiera pude presumir de moderno, se habían equivocado de número.

Mientras yo custodiaba mi isla, un veinteañero con zapatillas, tableta y Iphone se mantenía atento a las pantallas como si fuera el jefe de los seguratas. No sé si por las canas o porque divisó algún verbo entre mis notas (¿marcaré tendencia?), descubrió que era un infiltrado y me preguntó dónde trabajaba. “Estoy aprendiendo”, aseguré antes de enfangarme en turbios detalles sobre el futuro de los medios y el mío propio. Mi reputación offline, por los suelos. La online, en la incubadora. Hoy mismo continúa en Twitter, propuesto como un trending topic, el tema  #fosilesdelos80. Atrapado por la nostalgia y los viejos amigos (http://cort.as/0h58), he estado a punto de inscribirme.

De Gadafi a Google, de Fukushima a Facebook, del contenido a las redes. Yo, que me dedicaba a ordenar noticias, compruebo cómo en mi muro se mezclan los ojos de Liz Taylor con los filetes de Lady Gaga, los destrozos del tsunami con chafardeos de diversa estofa. Igualito que en una ronda de cañas. Y no se crea, señor buscador. Como en aquel glorioso bar Chabel, en este outlet destartalado, en este modesto  –con perdón- repositorio siempre encuentro amigos, gente importante, prescriptores. Comentar, compartir, me gusta. Voy a tener suerte. 

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