“Papá, ¿el abuelo está en el cielo?, ¿y se le ve desde el avión?”. La lógica irrefutable del pequeño Santiago desarboló en quince segundos los elaborados argumentos teológicos sobre la vida eterna. “Bueno, es difícil de explicar… “ Y más de entender, pensé en silencio. Contra los tentadores interrogantes del desasosiego, la religión nos regala respuestas analgésicas. Verdad revelada. Pasaporte con paquete completo al más allá. Declaración institucional, sin lugar para las molestas preguntas de periodistas picajosos.
Con los pies en la tierra, el futuro beato Juan Pablo II dictó el 28 de julio de 1999 que el infierno era “el rechazo libre y definitivo de Dios”. Acabáramos. No sé si fue un bajón de tensión, el espejismo de las luces ilustradas o el recuerdo de los terribles regímenes comunistas que con tanto éxito combatió. Pero sus palabras, infalibles por dogma, descalificaban la prédica del miedo, apagaban siglos de hogueras y tormentos, demolían apocalípticos capiteles y desmitificaban las rancias penitencias de aquellos pecadillos que añoramos desde la madurez. El Papa polaco tuvo suerte: la gente, pese a todo, es buena y no han llovido las querellas.
“El infierno existe y es eterno”, contraatacó en abril de 2007 Benedicto XVI, un Sumo Pontífice que, crucifijo en mano, suele batirse en desigual duelo dialéctico contra los gigantes del relativismo. El pasado miércoles, por sorpresa, sentenció que el purgatorio, éste sí, es un fuego interior que purifica el alma. En fin, que cada uno sufre el suyo. Lo sufre la Iglesia, condenada al escarnio público por su encubrimiento de la pederastia; lo sufre Zapatero, obligado a reconquistar a la misma izquierda que sometió a duro ajuste en mayo; lo sufre hasta el depuesto presidente de Túnez, que recurrió a una dictadura corrupta para frenar a esos teócratas islamistas que amenazan con secuestrarnos a todos en su paraíso.
Es cierto que en el tercer milenio un purgatorio colectivo con vistas, aun lejanas, a la eternidad resultaba costoso de mantener. Pero al menos el Vaticano podía haberlo subcontratado. Ahora los escasos pecadores que lo ocupaban en pensión completa se verán en la calle, con sus penas a cuestas, mientras el encargado regatea el miedo al paro negociando una jugosa indemnización por antigüedad. ¿Y el local? En unas semanas, un avispado empresario con maletín plantará una tienda de autoayuda “todo a un euro”. Y la clientela, feliz, sonriente y colocada con el olor a incienso.
Malos tiempos para creer. Malos tiempos también para no creer. Peores incluso para los descreídos más crédulos, que esta semana han visto cómo la aparición de un nuevo signo del Zodiaco, Ofiuco, podría modificar todos los demás. De momento, lo han aparcado en su purgatorio particular por puro corporativismo. Pero que no se engañen, hasta los astrólogos tendrán que reciclarse.
En este valle de lágrimas impera el desconcierto y ni siquiera el oráculo de Internet ilumina nuestro atolladero. Con tanto mandamiento y arrepentimiento papales, el purgatorio (www.elpurgatorio.es) y el infierno (www.elinfierno.es) se confunden. Da igual, las obras parecen paralizadas por el recorte presupuestario. Los clásicos, creo, están desactualizados (www.elinfierno.org)
y los mercaderes han convertido tan graves lugares en un baratillo de escasa castidad (www.elinfierno.com). Levanto mis ojos al cielo y a sus santos ejemplares. Y me asusto. (http://www.elcielo.com.mx/detalle_residencias.php?id_residencia=16) Pido un trago para olvidar. (www.elpurgatorio.com.mx) Si llega la parca, que nos pille de parranda. Y luego Dios dirá.
1 comentario:
¿Ofiuco? Eso suena a copistería chunga...
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