El día que cumplí 18 años acabé con cuatro amigos en un local de topless. Regresábamos a casa, animadillos y casi sin dinero, cuando tras una puerta entreabierta atisbamos unas oscuras escaleras que descendían hacia placeres prohibidos. Bajamos entre risitas. Pero, oh sorpresa, las chicas no estaban en tetas, sino envueltas con una especie de gasa. Demasiado tarde; nosotros, cutres y paletos, ya habíamos caído en la trampa. “¿Qué desean?” “¿Cuánto cuesta la Coca-cola?” “Seiscientas pesetas” “Queremos dos”. “Mil doscientas”.”Pago yo, que ya soy mayor de edad”. Mayor, pero igual de pardillo que el día anterior. El chupito de refresco y la tapita de pecho me resultaron bastante caros (para 1986) aunque, bien pensado, tuve suerte. Si llegan a llevarlas al aire…
Un par de veces más, en sendas despedidas de soltero, he acudido a espectáculos musicales que, pese al escaparate de carne, poco tendrán que ver con los innegables valores artísticos del Folie Bergere o del Tropicana. El bunga-bunga de bajo coste que empezaba mezclando copas, risas y chicas fáciles dejaba el regusto de un extraño (y siempre caro) cubata de alcohol barato, explotación y sordidez.
Nunca criticaría en público los vicios de Berlusconi si en realidad fueran privados. El problema es que en torno a su mansión en Cerdeña y a su villa en Milán, al calor de fiestas, refrotes y carne subastada, con posible uso de fondos públicos, ha ido medrando una corte de velinas y proxenetas que ha encontrado en las pulsiones sexuales del primer ministro italiano una autopista de acceso directo al poder.
"Il Cavaliere", desinteresado mecenas de tantas y tan bellas aspirantes al famoseo, no va a ser juzgado porque le gusten las jovencitas, tampoco por su afición al sexo de pago. Sus presuntos delitos son de índole pública. Tendrá que explicarse por corromper a la marroquí “Ruby Robacorazones” cuando era menor de edad y por intentar coaccionar a su propia policía reclamando la libertad de la chica una noche que fue detenida. Dijo para protegerla que era sobrina de Mubarak. Entonces mintió; hoy tampoco sería el mejor aval.
Desde que llegó al poder cabalgando sobre el populismo, Berlusconi ha gastado tanta fuerza en regatear a la Justicia como en gobernar. Acorralado por las sospechas de corrupción, ha recurrido a mil artimañas para retrasar o evitar juicios, ha prostituido la política al empeñarse en aprobar leyes que le otorgaran inmunidad e impunidad, ha enfangado la sociedad proyectando una imagen lamentable de las mujeres italianas. Papi, como le llamaban sus protegidas, creía tenerlo todo bajo control; todo, menos lo que no ha podido controlar: sus delirios sexuales.
Empresario millonario, magnate de la comunicación, presidente del Milan, aparente esclavo de su bragueta, exhibicionista hasta el final. Hace unas semanas, Ruby le exculpó y elogió durante una entrevista en uno de sus canales de televisión. Unos días antes, la investigación de la fiscalía había revelado las presiones a la chica para que guardara silencio. “Te daré el dinero que quieras”, le prometió el primer ministro, seguro de que todo puede comprarse. Ruby, parece que por segunda vez, tenía un precio. Berlusconi puede pagarlo ahora en los tribunales.
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