El lunes 23 de febrero de 1981, a las 18:23, como tantas otras tardes, yo intentaba encestar una pelota de goma en el hueco formado por una esquina y la puerta abierta de mi habitación. “Quieto todo el mundo”, y rebote y canasta. Ensimismado en mis doce años, ningún defensor imaginario, ni aunque midiera dos metros, podía pararme. Finta y salto, las enchufaba todas. “Se sienten, coño”. Disparos. Un grito en el salón, mi padre alborotado, tiempo muerto. “Están locos, están locos…” “Mamá, ¿qué es un golpe de estado?”.
La narración alterada de la radio. Llamadas. Discusión familiar. “Me voy al Ayuntamiento con el alcalde, es mi obligación”. Mi padre, jefe de Prensa entonces
con el socialista Rodríguez Bolaños, apelando al imperativo del deber. Mi madre, obedeciendo a la llamada de la cordura. “No seas insensato, tienes tres hijos”. Mis hermanos, más pequeños, preguntaban sin comprender aquel lío. Vuelta a la habitación para matar el tiempo. Y la pelotita que ya no entraba. Fin del partido.
El miedo a perder la democracia. El miedo a una desgracia familiar. Un rato después, mi abuelo Alejandro, un hombre de derechas –había luchado en el bando franquista- intentaba calmarnos, consolando a mi madre, maldiciendo la iniciativa de mi padre. “Pero, ¿cómo se le ocurre? ¡quién sabe lo que puede pasar!” “Ya sabes cómo es, le ha dado la heroica…” . Una llamada tranquilizadora desde el Ayuntamiento. “No ha venido nadie, estamos bien, se va a solucionar..." Creo recordar que mi padre regresó de madrugada, no sé si antes o después de que se emitiera el mensaje del Rey, pero ya convencido del fracaso de la asonada.
Valladolid, los años de la transición. Pegatinas de Fuerza Nueva entre los mayores, en el colegio de Lourdes. Algún cántico con el brazo alzado. Pintadas en calles céntricas. “Zona nacional, rojos abstenerse”. Ataques a las sedes de los partidos de izquierda y de los sindicatos, amenazas y agresiones a periodistas, incluso a quiosqueros. Una bomba en el archivo municipal. Con sospechosos localizados, nunca detenidos, hasta que desde Madrid se relevó a la cúpula policial. La supuesta hegemonía de la ultraderecha, siempre desmentida en las urnas.
Valladolid, con su memoria local y sus contradicciones históricas. Escenario en 1934 de la fundación de Falange Española y de las JONS. Pero con alcalde socialista, Antonio García-Quintana, en julio de 1936. Una ciudad tradicional, de derechas, durante el franquismo. Pero con un creciente movimiento obrero desde fines de los 60, y ayuntamiento de izquierdas desde las elecciones municipales de 1979.
Valladolid, el 23-F. Cabecera de la VII Región Militar, rumores de listas negras. Guardias dobladas en los cuarteles, dudas en Capitanía. El temor fundado a que el teniente general Campano sacara a los militares a la calle. Contra pronóstico, no llegó a hacerlo.http://www.nortecastilla.es/20110222/local/valladolid/escenarios-valladolid-201102221900.html
Al día siguiente, en el colegio, un compañero mayor comentaba jocosamente el discurso de Juan Carlos I. “Se notaba que tenía los cojones de corbata”. Quién no. El miedo frente al deber. El Rey salvó aquella noche la democracia española, reforzó su legitimidad ante el pueblo y tres décadas después permanece en el trono. Y que dure. (Yo dejé el baloncesto o, mejor dicho, mi esquinita en el banquillo, cuatro años más tarde)
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