Buscaba Zapatero un gobierno que comunique mejor. Puestos a pedir, sería preferible que gobernara mejor. Lo básico, le guste o no, ya lo hemos entendido, aunque no acabemos de comprenderlo. Él no es culpable de la crisis económica internacional, pero sí de la evidente falta de reacción que ha situado el paro en cifras de récord mundial. Como el diálogo social acabó en silencio, el ejecutivo recortó los derechos laborales para animar a los empresarios. También metió tijera a los que tenía a mano, funcionarios y pensionistas. Así que básicamente tendrá que convencernos de que no le quedaba otro remedio, de que, por el bien de todos, escogió el mal menor.
Ante los micrófonos, el presidente ha colocado a su galáctico de la dialéctica: Alfredo Pérez Rubalcaba. Veterano de batallitas felipistas, idea rápida y verbo afilado, repetirá, insistirá hasta grabarnos a fuego su mantra: “¿qué hace el PP?”. El ministro del Interior encarna también un deseo secreto de Zapatero. Con años de retraso, su frustrado diálogo con ETA parece haber dado fruto. De las esperanzas sembradas entonces, con la implicación del PNV, ha crecido la todavía insuficiente contestación interna a la banda terrorista. Ahora, ante la falta de alegrías económicas, el presidente puede sentir la tentación de precipitarse en una negociación que le catapulte en las urnas. Sería un error: el tiempo juega contra los asesinos.
Para suerte de los periodistas, tendremos Rubalcaba por partida triple. Ya lo vimos el jueves en su toma de posesión como vicepresidente y portavoz. Recibió las carteras junto a su alter ego, el ministro de la Presidencia, el dialogante Jáuregui, y delante de su propio retrato, recuerdo de su último paso, hace década y media, por Moncloa. Curioso, tiene pasado y no le pesa.
Trinidad Jiménez, otra estrella ascendente, también exhibe superpoderes. El jueves despidió a Moratinos, tomo posesión de la cartera de Asuntos Exteriores y, sin despeinarse ni dejar de sonreír, se desplazó a supervelocidad al Ministerio de Sanidad para dar el relevo a Leire Pajín. Ese sprint por Madrid simboliza su propia carrera en los últimos diez años. Buena imagen, capacidad de gestión, superresistencia y supertalante para afrontar encargos envenenados. Hace un par de semanas, Tomás de Parla le atizó con la kriptonita, ahora Zapatero ha acudido a rescatarle.
Valeriano Gómez goza, mejor todavía, del don de la ubicuidad. Por un lado, aportó informes para la elaboración de la reforma laboral. Por otro, como miembro de UGT, participó el 29-S, sin quitarse el traje, en la manifestación de los sindicatos contra esa legislación. En los próximos meses tratará de inspirar y tutelar la reforma de las pensiones: básicamente consiste en elegir si trabajar más tiempo o bien recortar nuestras prestaciones. De él se espera que busque el consenso y hasta que lo consiga. Cintura, es evidente, no le falta.
Otro giro oportuno, en este caso desde la izquierda desunida de Anguita que hacía la pinza a González, ha llevado a Rosa Aguilar al departamento tres-en-uno de Medio Ambiente, Rural y Marino. La ex alcaldesa de Córdoba salió de IU al integrarse en el ejecutivo andaluz y, pese al nuevo ascenso, no se plantea ingresar en el PSOE. Para qué, de independiente tampoco le va tan mal. El viernes, con absoluto sentido de la normalidad, aseguró que no llevaba la cartera al Consejo de Ministros porque pesa mucho. Ella sabrá, con tanto viaje…
Como el Gobierno de las reformas y sus cuentas austeras imponían algún recorte, aunque fuera cosmético, Zapatero ha amontonado en un ministerio las competencias de Sanidad, Políticas Sociales e Igualdad. Al frente, Leire Pajín, cuya cualidad más reconocida es tan valiosa como efímera: la juventud. Esperemos que no aplique perspectivas de género a la enfermedad, aunque a algunos la mera mención de la paridad y de mujeres con poder ya les ha puesto malos. Señor León: suspendido en Igualdad y Ciudadanía, don Mariano decidirá –Dios mediante y con mucha calma- si puede presentarse en mayo.
El presidente ilusionista vaticinó tres días antes de la remodelación que en año y medio el PSOE podía dar la vuelta a las encuestas. En la cúpula del PP, por el contrario, tienen la convicción de que sólo ellos pueden perder los comicios. Parece complicado, pero para el impávido Rajoy no hay nada imposible.
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