domingo, 10 de enero de 2010

Entre el cielo y el infierno

"La mía es la más alta", afirmó orgulloso el emir de Dubai. Y, sin desvelar el secreto, levantó hasta los 818 metros la torre Burj. Rendido a su propia apoteosis propagandística, la inauguró con fuegos artificiales que estallaban por debajo de esa silueta sin parangón, visible desde 95 kilómetros de distancia.

Dubai forma parte de los Emirates Árabes Unidos. Está enclavado por tanto en la Península Arábiga, a un millar de kilómetros al Este de los lugares santos del Islam. Pero, imitando a la lejanísima Nueva York, se ha convertido en las últimas décadas en un influyente oasis capitalista regado por la lámpara mágica del petróleo. El último símbolo de su pujanza, la Torre Burj, se inaugura sólo semanas después de que las deudas de Dubai llevaran la zozobra a las bolsas internacionales.

Hace 20 años, el mundo desarrollado descubrió con asombro que el paraíso socialista tenía un aspecto infernal. El planeta económico gira desde entonces en torno a la religión única del capitalismo. Los petrodólares se han instalado, con avances y retrocesos, en el centro del sistema. El acercamiento de Dubai a Wall Street es también estético. Rascacielos acristalados, competiciones deportivas y hoteles de gran lujo. Elefantiasis sobre las movedizas arenas desérticas.

Yemen también se sitúa en la Península Arábiga, pero al Sur de Arabia Saudí. Y de hecho es el más pobre de sus vecinos. Su territorio es más de cien veces mayor que el del abarrotado Dubai; su población, unas diez veces superior. Aquí se acaban las ventajas de un país que, aunque cuenta con reservas de petróleo y gas natural, vive de una economía arcaica con un PIB per cápita decenas de veces inferior al del laberinto de acero y cristal. Productor poco relevante y mal consumidor. Pura periferia.

Esta república reunificada tras el fin de la guerra fría presenta un Estado débil y amenazado por milicias, una sociedad mayoritariamente tribal y escaso desarrollo urbano. Pobreza, aislamiento e ignorancia. La tierra más fértil para los que siembran el terror en nombre de su dios. Allí fue adiestrado y equipado por Al Qaeda el joven y rico nigeriano que intentó volar un avión que aterrizaba en Detroit. Así que el país árabe y la cercana Somalia, con características parecidas, se han convertido en el último campo de batalla contra el terrorismo.

Dubai y Yemen, ambos árabes y musulmanes, cercanos en el mapa, contrarios en su evolución geopolítica, encarnan el debate que divide al Islam. Tocar el cielo del capitalismo o arrastrar al infierno a sus impíos practicantes.

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