La señora Robinson, política puritana y protestante, cometió un pecado imperdonable. Se acostó con un carnicero amigo de su esposo y con un hijo de éste 40 años menor que ella, al que favoreció en la concesión de un negocio. Como le parecía poco, le buscó dinero para financiarlo y se quedó con una parte. Cayó, como tantos otros, en todas las tentaciones. Y sin embargo, y aquí está el pecado, se resistió a la definitiva: retransmitirlo por Internet.
En las sociedades desacralizadas, los deslices de alcoba de los políticos suelen guardarse bajo llave, salvo si los retozos han sido pagados con dinero público. Pero el morbo siempre sale a flote. En 1998 los republicanos estadounidenses intentaron destituir a Bill Clinton tras descubrir su relación con Mónica Lewinsky. No le acusaban del rollete con la becaria, pecadillo venial, sino de haber mentido. Por el camino nos fuimos enterando de los picantes detalles que salpicaban sus encuentros íntimos en el Despacho Oval. Aún así, el prestidigitador Clinton salvó el cargo, el escurridizo Bill salvó -más difícil todavía- el matrimonio y el astuto político usó su habilidad para impulsar a su esposa Hillary a la viajera Secretaría de Estado. La diplomacia puede con todo.
Hace unos meses El País publicó en exclusiva fotografías de las alegres fiestas del primer ministro italiano Silvio Berlusconi en su lujosa villa de Cerdeña. Chicas atractivas, guardaespaldas armados y un mandatario europeo sorprendido en posición desairada. Guión de película porno, petróleo para el chascarrillo. Pese a la circunspecta desaprobación del Vaticano, el debate público se ha limitado por ahora a la factura del transporte y de la seguridad. Aunque tras las revelaciones de una invitada desagradecida, Il Cavaliere negocia el divorcio. Es su problema. Y el de su esposa, no el de sus votantes.
La señora Robinson ha ido más lejos. Porque sus devaneos con la carne y la ocultación del escándalo han acabado arrastrando a la dimisión a su engañado esposo, Peter Robinson. El Ulster pierde a su ministro principal en un delicado momento político. Al traicionar sus principios, al sucumbir a sus inconfesables delirios sesentayochistas, Iris también ha impulsado un imparable paso hacia la normalidad. Después de décadas de guerra política y religiosa, coches bomba, atentados y palizas, represión sangrienta, enfrentamiento civil, procesos de paz, desarme y suspensión de las instituciones, en el Ulster se habla por fin de esos incontenibles deseos cotidianos… La guerra ha terminado, que viva el amor. Querida Iris, queremos verlo en Facebook. Ya.
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