Santiago Saiz IV cazó un balón perdido en el centro del campo, dejó atrás al resto de los jugadores y de un derechazo batió al portero, todavía sorprendido. Fue el pasado viernes. “Marqué un gol, papá”. Su primer tanto. “Bueno, fue en propia”. El aprendiz de “Pichichi” se sentía tan contento que no podía entender a sus compañeros. “Algunos me llamaron tonto”. Le da igual. Quiere ser delantero. Tiene hambre de gol.
Santiago IV nació hace 6 años. Félix Antonio González, periodista, pintor, poeta y sobre todo amigo, murió hace 15 días. Se conocían, charlaban, les gustaba bromear. El escritor dedicó unos ripios al bebé nada más enterarse de su llegada al mundo. “Te he querido antes de abrir tu secreto, me ha nacido lo más parecido a un nieto”.
Hace meses, cuando Félix ya estaba atado a su sillón por una enfermedad pulmonar, Santiago dibujó para él un barco de piratas. Y el abuelo adoptivo lo puso en el despacho. “Ahí está tu cuadro”, le decía cuando iba a visitarle. El niño también tiene colgado en su habitación un cuadro del amigo pintor. “La Oración del astronauta”. En su planeta de ilusión, suele responder que de mayor quiere ser “futbolista o astronauta”. Quizá estaba en la Luna cuando pescó esa pelota perdida que convirtió en gol.
Todos los viernes, el pequeño deportista despistado se calza las botas multitacos y se marcha con Martín, Álvaro y Pablo a entrenar. Disfrutan como auténticas estrellas del balón y me hacen recordar mis tardes infantiles de fútbol. Fue a mediados de los 70. Cuando Santiago II, mi padre, y Félix Antonio, más hermanos que amigos, me llevaban al viejo Estadio José Zorrilla. A un sitio especial, la cabina de Prensa.
En un ambiente de puros y de coñac ellos charlaban de fútbol, de la vida. De vez en cuando, Félix me preguntaba el dorsal de algún jugador. Me hacía sentir importante mientras le buscaba las vueltas al partido. Al día siguiente escribía en el periódico una larga crónica en clave de humor, “Los tres pies del gato”, que firmaba con el seudónimo de Corebo. Yo no entendía cómo le había dado tiempo a fijarse en tantas cosas. Siempre lo pasábamos bien; alguna vez incluso disfrutamos del juego.
A Félix Antonio le gustaba el fútbol. Pero le interesaban más las personas. Con su sensibilidad de poeta, fue un exquisito contador de pequeñas historias. Cuando yo tenía 9 años, uno de los amigos del colegio, Juan Zapatero, se marchó a vivir a Madrid. Otro de los inseparables, José Pablo, nos puso de acuerdo para que, en su último recreo, Juan marcara todos los goles de nuestra clase. La historia, firmada por Félix, saltó al periódico. “Santi pasa a Zapa… y gol”. Aunque curiosamente, meses después, todos juntos, de nuevo liderados por José Pablo y con Juan casi de regreso, dejamos las clases de flauta y nos pasamos en bloque al equipo de baloncesto.
“Lo más importante es tener amigos”, suelo repetirle a Santiago IV. Él, afortunado, tuvo además tres abuelos. Dos de sangre, Santiago II, al que no llegó a conocer, y Jesús. Y uno adoptivo, Félix Antonio. Los tres eran periodistas; los tres, cada uno a su manera, soñadores de lo cercano; los tres, con un insobornable sentido del humor. Los tres han muerto. Porque la vida, como el fútbol, es así. Y aquí seguimos. Porque la pelota, como en el fútbol, nunca deja de rodar. A la espera de que la cace un niño que anda por la Luna y que, según cuenta su tripleta de divertidos cronistas, es un defensa peligrosísimo.
1 comentario:
Me ha emocionado tu relato!!
Gracias por compartirlo con nosotros.
Ana Sanz
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