jueves, 5 de abril de 2012

Tradiciones y contradicciones

Una tarde de noviembre de 2009, un párroco octogenario bautizó entre el rosario y la misa vespertina a nuestra hija pequeña en Avilés, Asturias. Apenas cinco días más tarde, el mismo sacerdote se convirtió en la comidilla familiar tras aparecer en Noticias Cuatro y CNN+, el canal donde entonces trabajaba, como protagonista de una información sobre los religiosos que anualmente ofician misas por Franco. Ni lo sabía, ni siquiera  me di cuenta cuando se emitió. Y también francamente, ni me importa. El incombustible don Ángel bendijo a la niña con dedicación, eficacia y bastante más premura que doctrina.

Esta semana he acompañado a mis hijos, siempre curiosos, a algunas procesiones. Aunque mis convicciones personales basculan con frecuencia entre las esperanzas abandonadas, el descreimiento en la Iglesia y el agnosticismo, aunque me descubro menos católico que espiritual, defiendo el respeto hacia las manifestaciones de la fe ajena. La búsqueda de un sentido, propio o regalado, a la existencia, la preocupación por el más allá, real o tan solo deseado, me parecen sentimientos absolutamente humanos.

Contra lo que pudiera parecer, soy devoto de una Educación para la Ciudadanía obligatoria, y partidario de una asignatura voluntaria de Religión, pero también consciente de que el catolicismo, las catedrales y los pasos de Semana Santa han configurado el patrimonio original de una sociedad que hoy, por suerte, es distinta. No pienso que la Iglesia Católica deba recibir un trato privilegiado por parte del Estado, tampoco que haya que expulsarla de nuestra Historia.

Abomino obviamente de curas pederastas y de monjas robaniños, reniego de ecónomos inversores y de teólogos integristas, pero admiro a las personas que movidas por su fe –y por sus principios- multiplican panes y peces en los sótanos de la parroquia o se juegan la vida en los estercoleros del planeta. Apoyo el divorcio, comprendo que el aborto pueda ser pecado, seguro una desgracia, dudo que un delito. Prefiero no mezclar a Dios con las leyes y querellas de los hombres. Tampoco soporto que se amenace en su nombre o que se utilicen sus mandamientos para atizar a los pecadores en la cabeza.  

Acepto la religión católica, y a todas las demás, en el ámbito de lo privado. Practico la Ilustración, el espíritu de las luces, predico el predominio de la razón en la ocupación de los espacios públicos. Del mismo modo que las plazas han sido durante meses del 15-M, estos días pertenecen a los cofrades. Mañana acogerán el Orgullo Gay, el Día de las Fuerzas Armadas o la exaltada celebración de un título deportivo.  

La calle es de todos, pero no puede serlo al mismo tiempo. Me parece correcto que la Comunidad de Madrid no haya autorizado una procesión laica en estas fechas. Porque no hace falta, porque los actos religiosos no son obligatorios, porque podemos peregrinar por los bares -como el Genarín leonés-, porque los cruces de insultos, el pasado mes de agosto, entre indignados y fieles fueron de un incivismo lamentable. Porque en mi alma no sólo anida “un moderado”, como apuntó un amigo periodista durante una discusión, sino un espíritu atrapado en el limbo de la contradicción y, lo que es peor, un relativista confeso, irredento y aposentado en su purgatorio.

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