Florentino Pérez llegó por primera vez a la presidencia del Real Madrid en el año 2000. Máximo dirigente de ACS, supo presentarse como un ejemplo de modernidad, eficacia y discreción frente al estruendoso forofismo que por entonces encarnaba Joan Gaspart al frente del Barcelona. Brillante director financiero, saneó las cuentas del club al impulsar, con el apoyo de las instituciones, una rentabilísima operación inmobiliaria. Incansable cazatalentos de recursos humanos, fue fichando a los mejores peloteros del planeta (Figo, Zidane, Ronaldo, Beckham...), regalando ilusión a los seguidores, también ganando algunos títulos, dos Ligas y una Champions, principalmente. Pero nunca supo aceptar que el fútbol difiere de la lógica de las finanzas. Prescindió de un eficaz guía para el grupo, Vicente del Bosque, saturó y desequilibró la plantilla, y abandonó el cargo en 2006 dejando a la institución sumida en una profunda crisis.
Después del paréntesis de Ramón Calderón, Florentino Pérez regresó en 2009 a la presidencia de la casa blanca. Y tal vez escarmentado por la primera etapa, redujo su margen de exposición. Siguió fichando, sin reparar en gastos, a lo mejor del mercado (Kaká y Cristiano Ronaldo), continuó prometiendo excelencia, pero se topó con un Barcelona canterano, colectivo y deslumbrante. Mala suerte; el segundo proyecto Flow, dirigido por el elegante Pellegrini, salía perdiendo en la inevitable comparación. Exigido por la afición, obligado a no defraudar, huyó hacia adelante y contrató al hombre que había conseguido eliminar al Barcelona de la Champions League: José Mourinho, el renegado azulgrana, el antiPep.
El portugués es, seguro, un gran entrenador. Ha ganado campeonatos con el Oporto, con el Chelsea, con el Inter. Quería plenos poderes y Florentino delegó en él casi todas las responsabilidades. Como director de recursos humanos, rehizo la plantilla merengue apostando por sus pretorianos. Como director de comunicación interna, exigió el cierre de filas en cualquier circunstancia. Como director de comunicación externa, silenció el resto de las voces para embarcarse en innumerables e infructuosas batallas: contra la Prensa, contra el propio club, contra los árbitros, contra la UEFA. En otra temporada de dominio culé (Liga y Champions), Mourinho conquistó la Copa del Rey, defenestró a Valdano y se convirtió además en consejero delegado. Lo que más ganó, de hecho, fue protagonismo.
Ya no ha habido marcha atrás. El técnico luso inició esta campaña perdiendo la Supercopa y acaparando los titulares al meter el dedo en el ojo al ayudante de Guardiola, Tito Vilanova, para despreciarle a renglón seguido en la rueda de prensa. Unos días más tarde, en tono conciliador, presentó excusas, no al rival sino a su propia afición. ¿Rectificar? Nunca, no vaya a interpretarse como debilidad. El miércoles pasado, su hombre talismán contra el vendaval azulgrana, Pepe, pisó la mano a Messi cuando se encontraba tendido en el suelo. El jugador portugués acabó disculpándose en un vídeo, por supuesto sin preguntas, en el que ignorando la evidencia de la televisión, afirmó que había sido una acción involuntaria. Mou lo dio por bueno; no en vano le manda a la guerra cada vez que juega contra los de Guardiola. Y con escaso resultado: el Barça ha hecho del Bernabéu su fortín.
El Real Madrid encabeza sin embargo la clasificación liguera con cinco puntos de ventaja a mitad de campeonato y se ha clasificado cómodamente para los octavos de final de la Liga de Campeones. Su juego agresivo y punzante noquea con presteza a casi todos los rivales. Excepto al Barcelona que, en sendos ejercicios de virtuosismo, ha remontado los dos últimos encuentros en el santuario blanco. Y los fieles se enfadan. No por la derrota, que entra dentro de lo posible, sino por el complejo de inferioridad mostrado por el equipo probablemente más en forma de Europa frente a su eterno rival.
El domingo, en otro gran partido, el conjunto blanco acabó goleando al Athletic de Bilbao (4-1). José Mourinho no abandonó en ningún momento el resguardo del banquillo y aun así tuvo que escuchar pitos de la grada cuando los UltraSur comenzaron a corear su nombre. ¿Abucheos al técnico? No, abucheos sobre todo al ejecutivo omnipresente: al conductor caprichoso, al director autoritario, al comunicador atorrante. Al factotum protestón de un Real Madrid más opuesto que nunca a la lógica de cualquier organigrama empresarial. A un modelo enfrentado con las promesas racionalistas de Florentino Pérez. Al hiperliderazgo de un entrenador enfangado en tantos frentes que ha debilitado la marca, que distrae la mirada de la cuestión trascendental: si realmente ha mejorado el producto, el rendimiento de su equipo.
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