A mis compañeros de "Cara a cara"
Hay días torcidos que no se enderezan ni aunque nos quedemos en la cama. Bien lo sabe el señor Mapache, desgraciado protagonista de una de las historias favoritas de mi hija Candela. En un entretenidísimo libro infantil ilustrado (“Funniest Storybook Ever”), este personaje de Richard Scarry sufre una jornada de pesadilla en la que sucesivamente se le estropea el grifo, quema la tostada, se le pincha una rueda del coche, pierde su sombrero, choca contra una farola, es multado, sableado por un amigo, expulsado de un restaurante y, de vuelta a su casa inundada, sólo puede cenar pepinillos en vinagre antes de que la cama se rompa al acostarse sobre ella.
El viernes venía de nalgas. Me levanté cansado, había dormido mal. A las ocho de la mañana me quemé una mano al apoyarme –qué estupidez- sobre la placa de vitrocerámica todavía caliente. No aprendo. Dos semanas antes, a la misma hora, en idéntico escenario, ya me había rebanado un dedo al arremeter, cuchillo de sierra en mano, contra una tostada rebelde. En ambas ocasiones murmuré un cagamento (para que los niños no amplíen vocabulario), intenté espantar los malos presagios y continué sirviendo desayunos con la displicencia del padre determinado a derrotar otra vez al reloj.
Después de arreglar a la carrera la casa, intenté sentarme a escribir. Habitualmente me relaja. Pero, extrañamente, no encontré la inspiración ni las ganas. Me distraje un rato con las risotadas de la pequeña Icíar. Dio igual, seguía tenso. Cuando llegué a la redacción de CNN+, el programa en el que trabajo, “Cara a cara”, estaba totalmente perfilado. Aún así, en la reunión –ay, esa boquita- confesé mi aprensión hacia los días fáciles. Tenía dudas sobre la fiabilidad de la señal de la ceremonia de entrega de los Nobel, que íbamos a retransmitir a las cuatro y media.
Poco antes de las dos del mediodía nos avisaron de la ausencia por enfermedad de la actriz invitada a la entrevista. Cambiamos de tema, pero el abogado que nos iba a explicar las reclamaciones a los controladores aéreos se excusó sobre las tres y media alegando un compromiso sobrevenido. Tras un intenso gabinete de crisis, recurrimos a la gentileza de un gran periodista, Alfredo Relaño, que accedió a nuestro “secuestro-express” para comentar en el plató los casos de presunto dopaje en el atletismo. Cuando, a las cuatro y media, arrancó la entrega de los Premios Nobel comprobamos que, profecía autocumplida, el sonido de la traducción se perdía a ratos. Lo superamos sin traumas. Pero el viernes seguía puñetero.
Pasadas las seis, a mitad de programa, se conoció el cierre inminente de CNN+. (“Está pasando, lo estás viendo”). Primero rumor, luego confirmación empresarial. En la redacción era imposible sustraerse a la tristeza, en el control cundía el desánimo, en el plató Antonio San José y Leticia Iglesias preguntaban con gesto serio a Relaño sobre la detención de Marta Domínguez. Absolutamente profesionales hasta el final, entrevistaron posteriormente al creador del nuevo logotipo de PRISA. La cita, fijada con una semana de antelación, se produjo en el peor momento. La próxima desaparición de nuestra tele ensombreció la cena festiva que habíamos reservado por la noche. Comimos un entrecot exquisito –no pepinillos-, recordamos algunas anécdotas sabrosas, celebramos nuestro esfuerzo, brindamos por el futuro. De madrugada, al acostarme exhausto y destemplado sentí, como el infortunado señor Mapache, que la cama temblaba bajo el peso de un presente que ahora es pasado. Pero, menos mal, ya era sábado.
1 comentario:
¡Ánimo a todos! Con el herrero Zorrupe y el ingeniero Rodamaqui montaremos un garito que se van a enterar.
Ligerín
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