viernes, 15 de enero de 2016

Una semanita en Españistán: Antisistema somos todos

El bebé de Carolina Bescansa, ponga un retoño en su escaño, fue concebido (metafóricamente) por Alfred  Hitchcock y se llama McGuffin. Un truco narrativo con sillita y sonajero para mantener la atención hasta que la trama anudada en el escrutinio electoral encuentre un desenlace tal vez feliz. Una nota discordante, una pincelada blanca que momentáneamente alegra nuestra mirada a un paisaje antaño de trajes grises, aunque este periodista no soporte los shows televisivos que encandilan a la audiencia gracias al emotivo despliegue de talentos infantiles.

El niño del Congreso no es aún demagógico ni conciliador. Apenas representa una posibilidad, el preámbulo al prólogo, la vida por definir. Pero promete. El miércoles cumplió, todavía lactante y ya obediente, su primera misión: disimular cinco minutos las diferencias entre Sánchez e Iglesias, los progenitores que, según proclamaron por separado, estarían dispuestos a alumbrar un gobierno de izquierda.

Si en alguna aventura onírica o portuguesa se les apareció la carita de la proyectada criatura, ahora Pedro ejerce de picaflor y no parece Pablo entusiasmado con la expectativa de poner morritos y  arrimarse. Quizá por temor a que se les pase el arroz, estos padres a la fuerza acaben recurriendo a la fecundación asistida, pero a lo peor en vez de un gabinete acaban pariendo  varios, paralelos y luego consecutivos, en la misma legislatura. ¿Y el amor? Ahora mismo, ni mentarlo. ¿Y si luego hubiera divorcio? Reventará los audímetros.     

Sobre el escenario, con flashes y selfies, los hijos pródigos y pronto integrados de la transición se comportaron con un espíritu sobrevalorado de rebeldía imberbescente. ¿Cómo llevarán hacerse mayores? Adiós a rodear el Parlamento; al contrario, se encuentran dentro, forman parte del esclerotizado establishment, de eso que algunos políticos poliédricos definen ante un micrófono como ‘el Estado’ y en las competiciones deportivas, cuando vamos ganando, los ciudadanos llamamos ‘España’.

El desembarco de los antisistema en el Congreso se produjo, qué paradoja, dos días después del más corrosivo congreso antisistema. Tuvo lugar en Palma de Mallorca y se tradujo en lo que Leyre Pajín definiría, quedándose corta, como una conjunción planetaria de instituciones patrias. Allí coincidieron, unidos por su singular generosidad con los euros de todos, una Infanta y su afortunado consorte, un ex ministro, cargos autonómicos, ejecutivos de empresas públicas, expertos y aprovechateguis de fino pelaje. 'La escopeta nacional' coloreada en versión prosperidad, retransmitida en directo, comentada al instante por Twitter. Y gratis, como deberían ser todos los espectáculos populares.      

Camuflados con ropa de marca, los asistentes compusieron un gesto adusto, en apariencia respetuoso, al comparecer con fastidio para rendir cuentas. No hubo vinos ni canapés; el networking lo habían desarrollado por su cuenta años atrás. Como insinuaba el programa, las jornadas auspiciadas por el poder judicial se transformaron en una explosión controlada que tarde o temprano dejará víctimas. La  abogada del Estado, comisionada para defender a la Agencia Tributaria, certificó, en estos días de déficit, que el principio ‘Hacienda somos todos’ es un lema carente de valor jurídico. Ole, ole y ole. Jamás un programa electoral se atrevió a tanto.

El fiscal Horrach, defensor (según su Estatuto) de la legalidad y del interés público, se esforzó para que no se juzgue a la ciudadana Cristina de Borbón, aunque haya evidencias de que al menos disfrutó en su borbónica persona de los dineros fraudulentos derivados a las cuentas de su esposo. Un safari en África, fiestas infantiles, el catering de su cumpleaños… Una subversiva, la hermana del Rey. No contenta con los fondos asignados, disparaba con pólvora distraída al pueblo.

Cómo se te ocurre, Diego McGuffin Bescansa, posar como protagonista en este país del ‘sálvese quien pueda’. Lo más prudente es retirarse, alejarse por higiene un  Rato del sistema. 

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