viernes, 23 de mayo de 2014

Esta vieja, lejana y anodina Europa

El control de calidad de la democracia, el trabajo y los derechos, la imagen más culta de la modernidad. La Unión Europea, el ‘Mercado Común’ entonces, fue durante décadas el sueño prohibido de la España aislada y dictatorial. Habitábamos un país cejijunto, reducido al tópico turístico de las playas y la diversión, en una esquinita acomplejada que sólo asomaba la cabeza al continente con las cinco Copas del Real Madrid y cuyos sudorosos embajadores eran los emigrantes.
 
Medio siglo después, el sueño de la unidad europea ha encallado en su propia indefinición. Nació contra la guerra y para impulsar la recuperación, se transformó en un club de ricos, creció por un impulso geopolítico hacia el Este para enterrar la Guerra Fría, se atascó en una Constitución pactada y lejana. Ahora el proyecto comunitario se enfrenta enfermo a unas nuevas elecciones. Si los votantes damos por sentados –veremos si con razón- los principios del pacifismo y de la democracia, si el crecimiento retrocede y se resiente la justicia social, si los líderes descartan avanzar hacia la unidad o al menos una colaboración más intensa, ¿puede ilusionarlos sólo la gestión? Muchas gracias por los servicios prestados a los padres fundadores, misión cumplida. Fin de trayecto.

La agonía de sus sueños coincide con el apogeo de las cifras, con la certeza del frenazo a la prosperidad, con el imperio del déficit y del rescate, con la evidencia de que en las recetas contra la recesión han pesado demasiado los intereses alemanes. Europa, anteayer democracia, ayer crecimiento, siempre riqueza, se presenta este domingo emparentada con la austeridad y los recortes pese a que el dinero sigue escaseando en los bolsillos. No, Merkel no mola, pero sin el euro y la Unión los españoles viviríamos peor.   
Puertas afuera, el Viejo Continente, tantas veces motor de la Historia, se ve reducido al papel de ‘secundario con frase’ … cuando es capaz de pactarla. La China que emerge y la Rusia desafiante de Putin han ocupado mejor los espacios desalojados por el relativo retraimiento de los Estados Unidos de Obama. La Unión se retrae, como si estuviera prejubilada, intentando rejuvenecerse y a la vez protegerse de los inmigrantes que tratan de asaltar con o sin papeles sus fronteras.
Las urnas han abierto con los ideales agotados, el proyecto empantanado y los líderes presionados en sus países a la hora de repartir y aceptar deberes. Bajo la demagogia de los nacionalistas escépticos que prefieren culpar a los extranjeros, ya sean burócratas de Bruselas o inmigrantes hambrientos, de las ineficiencias nacionales. Ante la indiferencia de unos votantes que no saben qué eligen, ni qué influencia va a tener en su vida diaria. Con las ilusiones depositadas en otras esferas. Ni Cañete ni Valenciano, ni mucho menos Juncker o Schulz.

La metáforica estrella emergente es Diego Costa, futbolista brasileño, español de nuevo cuño, inmigrante de lujo en un equipo patrocinado por Azerbaiján que aspira a coronarse en esta envejecida Europa. El objeto de tantos sueños pasados, el símbolo de un bienestar ahora en regresión y, afortunadamente todavía, la garantía de nuestra aburrida estabilidad.

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