miércoles, 1 de mayo de 2013

Filípides, periodista

Corremos para sentirnos más vivos, incluso coleando, aunque haya que madrugar este desapacible domingo de abril. A las ocho de la mañana, cuando algunos regresan de fiesta, la plaza de Cibeles se encuentra abarrotada de 'zombis' bien pertrechados, de complexiones diversas y texturas color fosforito. Algunos empiezan a calentar, la mayoría estamos helados. Los más precavidos, quizá frioleros, estiran en una estación de Metro, aun conscientes de que, cuando les llegue 'el muro', no habrá escaleras mecánicas para superarlo.

Muchos parten en grupo, bien abrigados frente al cansancio. Cuando, pasadas las nueve, echamos a andar desde el último cajón en manifestación sin pancarta hacia la salida, siento que, como los jugadores del Liverpool, nunca caminaremos solos. Hace minutos que los más rápidos, los que compiten por la victoria, queman zapatilla Castellana arriba. Los novatos intentamos simplemente no tropezarnos y tomar alguna foto sin proclamar demasiado nuestra condición de turistas.

Corremos porque necesitamos retos. Gina, de 63 años, comenzó a los 50 y desde entonces no ha parado. Hoy va a hacer 10. Paloma, profesora, veterana de esa distancia, salta por primera vez a los 21 km "Veremos qué tal". Y Martín, cumplidos los 40 años, lleva desde enero preparando del debut en el maratón completo. Cuenta que el sábado estaba nervioso, pese a que el plan, siesta y museo, invitaba al relax. Ha dormido regular.

Correr una cierta distancia exige disciplina. Un militar que empezó ‘por obligaciones del trabajo’ ha convencido a dos amigos. Entre sonrisas, admiten sus temores, también su determinación: ya no hay marcha atrás. Exige, por descontado, un cierto hábito deportivo. Fernando, alto y fibroso, era yudoca cuando sufrió una triple rotura de ligamentos en la rodilla. Esta mañana ha completado los 10 kilómetros en unos apreciables 38 minutos; se lamenta sonriendo porque aspiraba a marcar 36. Algunos han heredado en casa la afición. Belén, tras concluir sus 10 kilómetros, se marcha presurosa porque tiene que desplazarse hasta el kilómetro 21 a tiempo de entregar el avituallamiento a su padre, que desafía la distancia completa.

Los integrantes de 'Oropesa corre' se aficionaron porque su localidad está rodeada de campo. Hoy, sin embargo, todos avanzamos juntos por el paseo de la Castellana. El centro de la ciudad es nuestro. No tenemos que mirar a nuestra espalda en los cruces ni dar saltitos a la espera de que se abra el semáforo. Y hasta nos aplauden aunque vayamos despacio. Frente a la embajada de Estados Unidos, un rápido reconocimiento en carrera a las víctimas de Boston. Desde las aceras y las medianas, desde los puentes llegan gritos de aliento. No hay demasiados espectadores, hace frío, pero ellos tampoco decaen. Y se agradece. Como asegura una corredora, ‘les animamos para que nos animen’.

El maratón tiene su banda sonora, con grupos que este domingo actúan más para el eco que para un público de paso. Apenas son las nueve y media y los guitarristas saltan frenéticos sobre el escenario, intentando meter ritmo a nuestras piernas. En el vagón de cola, con el motor todavía al ralentí, he intentado poner letra de Springsteen a mi respiración. 'No-re-treat-no-su-rren-der’. Al ascender por Ramón y Cajal, noto que Bruce se queda mudo un momento y me entra el miedo a desfondarme. "¡Venga, que el resto es cuesta abajo!". Por delante, más de la mitad del recorrido. Pesimistas abstenerse.

Algunos, además de tener motivos, corren con causa. Los Drinking Runners, por ejemplo, han recogido desde enero más de 4.000 kilos de comida para un banco de alimentos. Otro grupo recauda dinero para la investigación contra el cáncer infantil. A mí lado, ya de camino hacia el Retiro, tres chicas explican la movilización para comprar una silla de ruedas a una niña enferma. Al divisar la Puerta de Alcalá, la solidaridad se redirige –"ya llegamos, ya llegamos"- hacia los que están acusando más el esfuerzo.

Corremos, en definitiva, para sentirnos mejor, aunque al acabar estemos derrotados. Yo, periodista, he hecho mi pequeño homenaje a Filípides. Según la tradición más aceptada, completó más de 42 kilómetros para anunciar una buena noticia: 'Hemos ganado la guerra'. La suya fue una victoria pírrica, murió extenuado. Personalmente, no creo que haya que llegar a tanto. Pero no he conocido un solo corredor partidario de rendirse sin plantar batalla al agotamiento.

(Artículo publicado en www.elmundo.es el 28 de abril)

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