sábado, 14 de julio de 2012

Gente "pa tó" (II): El superhéroe de la podadera

Se lo entregó entero, sin guantes ni dedicatorias, y a cambio, probablemente, reclamó la bula compostelana. Mariano Rajoy, registrador de la propiedad, confiado y cachazudo, no voló el domingo hasta Santiago para protagonizar la devolución de un códice resucitado de entre las tinieblas. Eso lo hacen los políticos, incluso algunos presidentes… Pecador en ciernes, peregrinó a Compostela buscando la absolución preventiva que el miércoles iba a permitirle afrontar el triste destino de pisotear en público sus propios principios y una parte nada despreciable de los derechos ajenos.  

Adiós a las bromas, se acabaron las promesas, ni un mal chiste sobre el precio de las chuches. Después de repasar mentalmente los 32 mandamientos para el rescate de la banca española , Rajoy fue ganando altura dramática en la tribuna hasta entonar el dilema existencialista que desde aquel turbio septiembre de Lehman Brothers acostumbra a amenizar los ajustes. “No podemos elegir”, proclamó quien precisamente había sido elegido para salvaguardar nuestra soberanía económica. Al ritmo del acuciante tic-tac del contador de la deuda, Rajoy enumeró con esmero y entre aplausos la retahíla de recortes. Y hasta una diputada meritoria, hija de un presunto y reincidente afortunado con la lotería, coronó la orgía adelgazante con un expresivo “que se jodan”. La Cámara Baja ya era un bar; la calle comenzaba a calentarse.  

Protesta de funcionarios en Sol. Foto de @Loloviejo
Mariano, el superhéroe de la podadera, hubiera preferido ser el hombre invisible; y de hecho lo intentó esfumándose por la puerta trasera del Congreso para sortear el enojo de funcionarios que esgrimían, en horas de trabajo, sus nóminas mutiladas. A la misma hora, los mineros volvían a hacerse visibles. Llevaban semanas caminando desde el pasado cuando, entre cánticos, pelotas de goma y contenedores ardiendo, se vieron convertidos en símbolo de la rabia griega, de la rebeldía finlandesa, también de este país subvencionado que se nos ha derrumbado encima. Desgastados por el sudor y las ampollas, pero animados por la emoción, adelantaron a Rubalcaba, el veterano sprinter al que la larga distancia está dejando sin fuelle. En su última pájara, el domingo pasado, creyó ver a Zapatero, disfrazado de deportista, en las páginas de El Mundo,  deslizándose ingrávido sobre el pavimento de Edimburgo. Y se vino abajo. Lógico.    

Dicen fuentes, como tantas, sin crédito, que antes de abandonar Santiago, Rajoy se entrevistó con un electricista capaz de ahorrar, tacita a tacita, casi dos millones de euros depositados en los cepillos de una catedral poco dada, como esta España decaída, a repasar sus cuentas. No debieron de convencerle las recetas del exitoso emprendedor porque resolvió, no sólo subir a escondidas las retenciones a los autónomos, no sólo elevar el IVA de la vida, sino más que duplicar –del 8 al 21%- el de la muerte, confiado en que no tendrá que escuchar los reproches de nuestros depauperados herederos hasta que concluya su penoso tránsito por el purgatorio, que a partir de ahora habrá que pagar por adelantado.

Incomprendido y agotado, excitado aún por su sobrevenida hiperactividad, Rajoy  reunió el viernes a su equipo con el Rey en un Consejo de Ministros deliberativo. Qué suerte, al fin un ratito para no hacer nada. De vuelta a Moncloa, abucheado cerca del despacho, todavía encadenado a una calculadora sin pilas, mandó a una compungida Soraya con los hombres de gris a hacer teatrillo ante los periodistas. Arrancaba ya la tarde cuando Mariano se despojó del apellido, puso los pies sobre la mesa y respiró hondo. Los mineros se alejaban, los ciclistas del Tour pedaleaban cuesta arriba, los sanfermintes enfilaban hacia el matadero. No más de diez minutos duró su cabezadita. Recién aterrizado en el alféizar, Superlópez se ofrecía a buen precio para enseñar a los pretenciosos españolitos a sortear las estrecheces del paro, del pluriempleo y de la frustración. 

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