Vivir (bien) en el Primer Mundo cuesta dinero, y es posible aunque no lo tengamos. Si no ricos, al menos hasta hace dos años nos sentíamos afortunados. Gozábamos, a crédito barato, de un coche bien equipado, de una vivienda que iba a enriquecernos y hasta de una semanita estival en un placentero “resort” caribeño. Vivíamos embelesados por el sueño legítimo y soleado de la eterna prosperidad.
Como país, llegamos a pensar que nos lo merecíamos. La democracia se había asentado, España había protagonizado décadas de fuerte crecimiento económico y aspiraba a compartir mesa con las potencias del G-7. El Estado tiraba de chequera para engrasar las relaciones con las Comunidades o para ampliar las prestaciones sociales. Y, por supuesto, triunfaba en todo el mundo nuestra manera de vivir.
Hace dos años el hechizo se rompió. Primero, en Estados Unidos. Algunas entidades constataron, antes de quebrar, que habían prestado capitales que no podían recuperar, que habían invertido en proyectos atractivos pero sin fundamento. Y llegó el miedo sin fronteras, y la restricción de los préstamos, y la parálisis de los negocios, y la caída del consumo, y el paro, y la recesión, y el déficit público, y los ajustes y… ¿dónde acabará esto?
El capitalismo, afortunadamente, se impuso hace veinte años a las delirantes dictaduras comunistas. Pero también consagró la desigualdad por el planeta y generó un torrente de migraciones imposible de controlar. Ahora, a escala nacional, sus excesos amenazan al Estado del Bienestar que cubrió las espaldas de sus trabajadores. El dinero público que salió al rescate del sistema ha agudizado el déficit de algunos países hasta cuestionar su solvencia. Llegan los recortes. Adiós a nuestra pulsera “todo incluido”.
Dos palabras destacan entre las distintas recetas para abandonar la recesión. La confianza, la perspectiva ¿razonable? de que la situación mejorará y, por tanto, es conveniente volver a invertir. Y el consumo, el deseo de que los concesionarios, los restaurantes y los hoteles vuelvan a encontrarse tan abarrotados como cuando navegábamos en la ilusión. Invertir, consumir, gastar, dar pedales para no caernos… Pero, ¿con qué dinero?
Hemos perdido la seguridad. Nada es para siempre, excepto la hipoteca. Los trabajadores, como tantos bienes de consumo, nos hemos convertido en un artículo de usar y tirar. Entre fricciones sociales y regates políticos, el Gobierno intenta sacar adelante una reforma laboral que fomente el empleo. Falta hace. Pero, curiosamente, el debate se centra en la indemnización por despido. Es como si la Iglesia, para promocionar el matrimonio, solicitara que se facilite el divorcio.
1 comentario:
Ya queda poco para la hipoteca hombre, no te preocupes. Curiosa reforma laboral, sin duda, en EFE ya han empezado los despidos, ayer mismo, un amigo mío, me comentó que había sido el afortunado. Menos mal que ya tiene 62 años y como dice, es casi una jubilación anticipada. Sí, sí, jubilación, pero con 20 días por año trabajado. ¡Vamos a la ruina!
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