viernes, 8 de marzo de 2013

Abecedario de la contingencia: F

Fallecer, fracaso, fugacidad 

Falleció Chávez, la voz bolivariana, y hasta los ‘enemigos imperialistas’ le concedieron un piadoso comunicado de respeto. No murió el martes, dicen los opositores, y es cierto. Comenzó a desaparecer cuando espació sus peroratas, cuando bajó por motivos de salud el volumen de la revolución. Ahora su Venezuela acusa el vacío y pretende llenarlo con llantos, homenajes, nombramientos. Ruido. Porque el silencio es la muerte, también para los autoproclamados líderes carismáticos que imparten doctrina por televisión en nuestras tediosas tardes de asueto. 

Expiró el presidente expansivo, comandante infatigable, convincente por aburrimiento, siempre decidido a esgrimir la emoción y el carisma para retorcer las instituciones, para recortar la democracia en nombre de una justicia social que tampoco ha acabado de conquistar. Aspiró a ser símbolo y lo consiguió. Deja heredero, legado y productiva cuenta en Twitter. Después de tanta palabra, el problema es la pretenciosa corporeidad post-mortem, condenada de antemano al fracaso. Ahí quedará el líder, confinado en una caja, ¿o será urna?, embalsamado y en guardia, inquilino perpetuo de una eternidad que no le corresponde. 
 
Se enterró en vida Ratzinger. El guía de tantas conciencias, harto de mitras intrigantes, despertó cansado un lunes y dejó caer una sorprendente despedida en latín. Hace unos días le fotografiaron cuando paseaba por el jardín, pensando seguramente en sus pecadillos, como hacemos los mortales. Perdió el anillo y los zapatos mexicanos para entrar sin hacer ruido, con el perfil bueno, en los libros de Historia. Los devaneos hitlerianos de juventud, las acusaciones de inquisidor, tantos malos ejemplos de la Iglesia. Adiós al pasado, bienvenido al éxito. En un minuto, con apenas un gesto de humano cansancio, Benedicto XVI se ha convertido para el futuro en "el Papa que renunció".

Punto final para los fieles, punto y seguido para sí mismo. En el silencio recuperó la vida pero le liberaron de la infalibilidad. Una mano bienhechora, bondadosa en exceso, ha borrado todos sus tuits, como si el Pontífice Emérito acostumbrara a desbarrar sobre la Biblia o quizá por miedo a que, retirado y desinhibido, siguiera eliminando figuritas del portal de Belén. Intelectual hasta el epílogo, Ratzinger dicta desde sus aposentos a Chávez una lección de fugacidad. Veloz y sigilosa, así pasa la existencia desnuda. El chándal o la sotana, los deseos y los miedos, los añadimos nosotros. Y sin embargo sobrevivirán.


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