jueves, 18 de octubre de 2012

Gente "pa tó" (cap. VIII): "La realidad me ha reñido"

Imagen tomada de Noticias Cuatro
‘El _ey me ha _eñido, al final del desfile, a la vista de todos, el muy ca…mpechano’. Ma_iano, ataviado con un culotte de Contado_  y la camiseta de Casillas, sin deja_ de pedalea_ , _esoplaba cada vez más fu_ioso. La bicicleta se inclinaba con violencia hacia ambos lados, a punto de despega_ del suelo desafiando su antidepo_tiva y ete_na condena al estatismo. Supe_lópez, incómodo, intentaba en vano alivia_ la c_eciente _abieta p_esidencial.   ‘¿Y usted que ha hecho?’ ‘Encoge_me de homb_os, mi_a_ al suelo, sin la e__e nadie me toma en se_io’. ‘Pero hombre, no se apure… tengo otro traje de superhéroe, aunque usado. Además, no lleva letras, pero, ojo, tampoco es invisible’.

Rajoy se enfundó _adiante los pantalones, hasta ajusta_los sob_e el tobogán de su t_ipita. ‘Grrrrracias, Súperrrrr’. Recogió tres dedos las mangas, echó la capa rojigualda hacia atrás y saltó eufórico a la montura. ‘Armstrong, Armstrong, Armstrong, maric…!’ El presidente multiplicó las pedaladas, dobló la espalda para apoyarse sobre el manillar en posición aerodinámica. Ganó velocidad hasta rasgar el aire acondicionado del despacho, levantó el trasero del sillín y, acelerando a tope, escapó de sus irrefrenables preocupaciones. Sprint corto, gritos de ánimo, los brazos en alto al cruzar la imaginaria línea de meta. Besos y azafatas, la foto soñada desde niño, con el ramo de flores, en la portada del ‘Marca’. Y el eco de sus cánticos solitarios: ‘¡Induráin, Induráin, Induráin…!’

‘El Rey me ha reñido. Por tu culpa’. José Ignacio Wert, atraído por tan patrióticos gritos, se puso tenso al escuchar el reproche del presidente. Parecía inquieto,  probablemente fastidiado por el empate de Francia en el último minuto. Sin americana, el nudo de la corbata asomando bajo la camiseta de Sergio Ramos, se plantó en el centro del despacho, dispuesto a desplegar con seductora hondura las raíces de su depurado pensamiento político. ‘España ya no parece España’. ‘No ha estado bien Iniesta’, le secundó el presidente. Envalentonado, el ministro peleón decidió aprovechar la aparente complicidad. ‘Desde que se siente catalán…’. 'Si Cesc hubiera marcado el penalti’ ‘Otro que tal’. ‘Y ese fallo de Juanfran…’ ‘Vaya defensa, que intenta jugarla… un antisistema, aquí y en Rumanía …’

“Wert me ha reñido”. En una sala impersonal de Bucarest, Ángela Merkel y su traductor escuchaban a Mariano con impostada atención, intentando aparentar una empatía que en absoluto sentían por las tensiones identitarias españolas. En la antesala, los hombres de negro comenzaban a impacientarse. Los de gris, Montoro y De Guindos, se distraían alternando sudokus y números de malabares con bolas de papel arrugado. ‘La podadera, por favor’. Ni el gesto acongojado del presidente, aparecido súbitamente en el umbral, ni su voz grave presagiaban alegrías. ‘Te avisé, Mariano’, le oyeron decir a ella por boca del intérprete. Apenas fueron unos minutos. Nadie percibió carreras o golpes, tampoco gritos. Rajoy reapareció despeinado, con la capa hecha jirones, las mangas arrancadas y el rictus confuso de quien ignora si ha sido secuestrado o, peor todavía, rescatado en nombre del interés común.

“La Merkel me ha reñido”. En la habitación de un hotel de Bruselas, Soraya, solícita y compasiva, trataba de sonsacar al presidente el resultado de la enésima cena comunitaria que, a juzgar por sus agitadas regurgitaciones, había resultado indigesta. Le tendió un café templado y algunos bombones. Sólo recibió silencio. Le pasó un diario acartonado: letras negras, números rojos y titulares calientes sobre la mafia china, las protestas en la educación pública y los tambores de huelga general. ‘Pero entonces, ¿sí o no?’. Gruñido enfurruñado. ‘¿Real o virtual?’ Una mirada agresiva. “Tendré que explicárselo a los periodistas…”. El portazo presidencial. Resignación.   

“Soraya me ha reñido”. Con un traje remendado de superhéroe que transparentaba la camiseta de Casillas, con el facsímil del Código Calixtino como amuleto y un casco prestado por los antidisturbios, Mariano dio un beso a Elvira, estrechó la mano de Superlópez y se encomendó a los mercados. Desde la altura estratosférica de los presupuestos, la catarata de ajustes se antojaba diminuta, casi irrelevante. Ante sus ojos, un vacío tenebroso le recordaba las trágicas incertidumbres del presente y el angustioso desenlace, aún no escrito, de su propio destino político.   

 Capítulos anteriores

Capítulo I: Gente pa tó
Capítulo II: El superhéroe de la podadera
Capítulo III: El hombre invisible no tiene bolsillos
Capítulo IV: La fiambrera de las palabras resecas
Capítulo V: "Yo no soy un chisgarabís"
Capítulo VI: Erre que erre
Capítulo VII: Ma_iano quie_e se_ no_mal

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