No recuerdo
si fue poco antes o después del 23-F cuando mi padre me regaló aquella pegatina
que simulaba la placa azul de una calle: ‘Avenida de la Libertad’. No he
olvidado, sin embargo, la advertencia posterior que desarmó mi ilusión adolescente. ‘Llévala mejor dentro de la
carpeta, todavía hay mucha gente que no entiende estas cosas’.
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Imagen difundida por A. Suárez Illana |
Bajo la
euforia de ese éxito colectivo hemos tendido a olvidar que la España en blanco
y negro no se desvaneció de forma inmediata bajo la pesada lápida del dictador.
Continuó proyectando durante años sombras grises y amenazadoras, antiguos temores
confesados a media voz. Los franquistas temían perder el omnímodo poder que
creían haber conquistado para siempre en la Guerra Civil. Los demócratas sentían
pavor a perder de nuevo el futuro. Y en el centro, el Rey y Suárez, doblemente
traidores. Para unos, por desmontar la dictadura utilizando su propias leyes; para
otros, por haber consentido que algunos de sus protagonistas conservaran significativas parcelas de poder.