Transversal
podría definir una postura del Kamasutra o la trama de Rayuela, que un verano leí en Lisboa, no sé si en el orden adecuado,
y en el fondo qué más da. Esa ambigüedad constituye una travesura del idioma
consagrada por quienes le dan esplendor. Porque "transversal" puede significar,
según la RAE, "que se extiende de un lado a otro", "que se aparta de la
dirección principal" y "que se cruza en sentido perpendicular" con ella. Ojalá
nunca se topen con palabra tan equívoca en un cruce de caminos o en la última
línea de una novela de intriga. Les dará la hora y acabará pidiéndoles dinero.
Hace 20
años, cuando yo era alto y tenía el pelo negro, mi amigo Carlos Ameyugo, que
era más alto y tenía el pelo más negro que yo, solía decir que al oír la
palabra "multidisciplinar" siempre se echaba la mano a la cartera para
comprobar si seguía en su sitio. A pesar de los exagerados recelos de Carlos,
que hoy predica el español en las lejanas misiones estadounidenses, aquel seductor
enfoque "multidisciplinar" fecundó nuevas y prometedoras perspectivas hasta
concebir ese tramposo pero resultón "transversal" que ha conquistado innumerables
Powerpoints y promete pingües beneficios en los másteres de las autoescuelas de
negocio.
Vivimos (o sobrevivimos)
bajo un imperio de silente transversalidad, donde dos grandes potencias pueden presentarse
como aliados y alimentar bandos opuestos en una misma guerra, donde las
complejidades sociales se simplifican bajo buenas intenciones que dicen
representar el interés de esa cosa que llamamos "la gente" (ay, la gente), donde lo eterno está llamado a durar media
hora más que lo etéreo. Siempre positivos, hemos teorizado - a la fuerza
ahorcan- sobre crisis que nos hacen
crecer y enfermedades que fortalecen. Preferimos surfear para evitar
profundidades aunque de vez en cuando necesitemos
bucear con neopreno y sin empaparnos entre realidades virtuales, pensamientos
líquidos y religiones laicas.
Todo se ha
convertido en tan imperativamente transversal que parece conveniente reforzarlo anteponiendo un prefijo que se
inicia con una sinuosa U a la palabra que arrancaba con una T como rotundo
parapeto. Arquitecturas complementarias,
resistentes a los terremotos, porque transforman en flexible cualquier estructura
rígida y/o tensa.
Todo resbala
por esa grafía con forma de tren y cuya fama descansa sobre su carácter
sugerente, novedoso y convenientemente indefinido. Supone proyecto y no acto,
apetecible anzuelo para las hipótesis más seductoras. ¿A quién no le apetecería ganar como un famoso y caminar
de incógnito, ser millonario y gozar como un bohemio, sentirse maduro y por
supuesto joven? El difuso todo de lo ultransversal resumirá en adelante la suma de tantos deseos que a veces no expresamos.
Así de
irresistible se presenta la etiqueta de quienes no desean etiquetarse. Tanto,
que un partido que presumía de ella perdió parte de su atractivo electoral
cuando empezó a escorarse a la izquierda para sumar fuerzas. Hay que ver qué
traviesa, traicionera y hasta ultransversal es esa cosa que llamamos "la gente" (ay, la gente).
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